Reivindicando Star Wars: Los Últimos Jedi, un Episodio 8 valiente y con ideas diferentes
La segunda película de las secuelas fue dirigida por Rian Johnson y acaba de cumplir su quinto aniversario.
Este artículo contiene spoilers de Los Últimos Jedi
A Rian Johnson le llovieron las críticas en su momento. Aún le llueven cinco años más tarde, como una tormenta en Exegol. El director de Star Wars Episodio VIII: Los Últimos Jedi tomó algunas decisiones que no gustaron a parte del fandom, sobre todo en lo tocante al personaje de Luke Skywalker. El maestro Jedi se muestra envejecido, desdibujado, hastiado y fatigado por los hechos del pasado, sin ninguna fe en el futuro de la Orden. Vive recluido en una isla ancestral, un lugar en el que pretende quedarse hasta el final de sus días.
Los personajes, como las personas de carne y hueso, cambian con los años. La experiencia nos moldea, nos dirige, nos lleva a transitar caminos que pueden resultarnos inimaginables en un contexto contemporáneo. “Este no es el Luke Skywalker que conocía”, se quejaron ciertas voces. Y por supuesto que no lo es. Han transcurrido décadas desde que el emperador Palpatine "falleció" en la segunda Estrella de la Muerte, años en los que el joven Luke ha construido su academia y ha entrenado a sus padawans, para al final perderlo todo.
El personaje es perfectamente coherente en Los Últimos Jedi. Nada de lo que ocurre contradice a lo visto en El Despertar de la Fuerza, la primera de la nueva trilogía, en la que el maestro aparece brevemente como un ermitaño. Tampoco estoy entre los que sostiene que esta versión de Luke traicione la esencia original, por mucho que su personalidad actual parezca una antítesis de su yo heroico del pasado. Desde el punto de vista narrativo, no hay que escarbar demasiado para comprender por qué actúa de ese modo. Otra cosa es que las expectativas nos hicieran pensar que íbamos a degustar otra versión de Luke en pantalla.
Comprendo que algunos esperaran ver al hijo de Anakin acompañando a Rey y compañía sable láser en mano. No os voy a engañar, a mí también me costó digerirlo al principio, pero con el tiempo mi mente ha macerado estos planteamientos y he llegado a entender que la decisión de Johnson y del equipo creativo fue valiente.
Nos quejamos de que Star Wars es siempre más de lo mismo, pero cuando hacen algo distinto nos llevamos las manos a la cabeza, quizá porque todos forjamos nuestra propia historia y continuidad: marcamos inconscientemente cánones que creemos que los creativos han de seguir. Cuando esto quiebra, se activa un mecanismo de defensa y de negación.
El destino de Luke Skywalker en Los Últimos Jedi me dejó en shock. En un principio me molestó que no tuviera más recorrido. Después, reflexioné, me despojé de mis prejuicios y cambié completamente de parecer. La muerte de Luke tiene algo de poético, es el sacrificio máximo del héroe, que en el último momento decide volver a ser el Jedi que siempre fue para que la Resistencia pueda luchar un día más.
Star Wars: Los Últimos Jedi es una de las mejores películas de la saga, un filme que cuida al máximo su estética y que incorpora ideas frescas y arriesgadas, como el arco de Luke o la muerte repentina del Líder Supremo Snoke. Puede que la escena "Leia Poppins" no esté muy inspirada —no tanto por lo que ocurre, sino por cómo se transmite audiovisualmente—, que a la parte del casino le sobre metraje o que el humor no sea del agrado de todos los espectadores. Aun con todo, el filme de Rian Johnson tiene un valor que hoy más que nunca deseo reivindicar. Larga vida a Los Últimos Jedi.