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Once Upon a Jester

Once Upon a Jester

Análisis

Once Upon a Jester, análisis Switch. Teatro, música y videojuegos

Érase una vez un fantástico grupo de música que eligió los videojuegos como vehículo expresivo.

Actualizado a

Fue de los juegos que llamaron la atención en el último Indie World de Nintendo. Además del tráiler habitual, Once Upon a Jester, desarrollado por los holandeses Bonte Avond, contaron con entrevista e introducción de la mecánica e historia que encontraríamos en el juego. En el evento se presentaron de forma muy reveladora, casi como reza su web:

La La Land

Y es que el teatro musical llega a Switch y PC de la mano de las composiciones de los integrantes del estudio, todo ello grabado mayormente en la habitación de la casa de uno de ellos. La banda sonora está compuesta de 35 temas que se despachan en 37 minutos y 17 segundos. Ni en los tiempos más speedicos del punk, oigan. La mayoría de las canciones son pequeñas piezas pop de entre 20 y 40 segundos (la más corta, 5 segundos, la más larga, 3’23’’). Todo esto responde al carácter de improvisación con el que trabaja el grupo en lo que a música se refiere, que muchas veces opta por inmortalizar las primeras tomas de las grabaciones, manteniendo así su frescura con un tono low-fi y amateur.

El doblaje es otro de los aciertos de Once Upon a Jester (localizado estupendamente al español por nuestro querido Ramón Méndez). Los miembros del estudio interpretan con convicción a una veintena de personajes, y los demás actores y actrices que se suman a la fiesta no le van a la zaga. Podemos imaginar las sesiones de grabación, repletas de tomas falsas por las incontrolables explosiones de carcajadas. Es un buen rollo que se transmite en cada segundo del juego, animado con un estilo infantil y delicioso de dibujos y colores planos.

Una historia sobre encontrar tu lugar en el mundo

No hay espacio para lugares oscuros en Onece Upon a Jester. Aunque se atisban nubarrones en las vidas de sus personajes, el mágico envoltorio y las buenas intenciones ganan siempre la partida. Es uno de esos juegos que te hacen amar la vida y querer compartir tus mejores deseos con los demás. Las situaciones planteadas están repletas de los pequeños momentos que nunca olvidaremos. Y nos pasa a todos, que muchas veces recordamos detalles insignificantes que se han dado en situaciones importantes en nuestra vida, porque precisamente son esos espacios de magia los que convierten en especial las vivencias.

Esta historia en la que un par de simpáticos sinvergüenzas se sacan de la manga una compañía de teatro para llegar a un castillo en el que robar un diamante del tamaño de una calabaza, no es más que el viaje interior hacia lo realmente importante. Se trata de un trayecto de autodescubrimiento en el que nos enamoraremos tanto de nuestros protagonistas como de cada estrafalario secundario que se cruce en nuestro camino.

Sonreiremos al recordar a ese bufón y su colega, un calcetín de tramoya; a los chicos helado con sus voces estridentes (salvo uno de ellos, de voz grave y conflicto existencial a cuestas), a ese árbol que busca sus raíces para sentirse parte de algún sitio, al alcalde de repipi acento francés que suspira por el amor perdido, al rey víctima de la maldición del aburrimiento y de no poder ser él mismo. Echaremos de menos al Wendigo bajista, al locutor de radio que no deja hablar a sus invitados, al oportunista vendedor, a nuestro enemigo cantor y su partener, la cabra que toca el piano…

La repetitiva y dirigida mecánica de la improvisación

Como decíamos, la improvisación es la base de las increíbles canciones que escuchamos en el juego. Eso es lo que Bonte Avond querían trasmitir en el juego. Pero no acaba de funcionar, porque si bien se nos dan opciones desde el titubeo para hacer avanzar las obras de teatro que representamos, entre las opciones posibles existe la correcta que arrancará el beneplácito del público, necesario para seguir avanzando.

Antes de cada representación recibimos pistas de qué espera el respetable esa noche sobre el escenario. El vendedor tendrá en su puesto calabazas y los habitantes del pueblecito o ciudad conversarán sobre lo que les gustan las historias de miedo. Improvisar de verdad sin tener en cuenta lo que quiere la platea pasarán a ser menos ramos de flores, la moneda que nos permitirá seguir nuestro camino hacia otras villas y de ahí al castillo final.

Y resulta extraño esto, porque si algo define a la música indie, eso es obviar los gustos masivos para encontrar en las minorías y los nichos a las almas gemelas que conecten con la propuesta. El bellísimo pop de toques campestres de Bonte Avond entronca con delicados grupos como Belle & Sebastian, que han encontrado a su gente fuera de los grandes estadios. Es música para enriquecer el alma en pubs alumbrados por lámparas taciturnas, pequeños clubs con sus mesas redondas desde las que cruzar sonrisas cómplices con quienes tienes al lado, pisos de amigos en los que compartes sofá y miradas que no necesitan palabras, tardes en las que observas las nubes tumbado en la rivera del río que cruza tu ciudad y noches en las que declarar amor eterno bajo las farolas que iluminan de forma intermitente las calles empedradas de la vieja Europa.

Cómo convertir un título no rejugable en un imprescindible de tu mesilla de noche

Una vez terminado Once Upon a Jester hay poco más que hacer. Las únicas opciones que aparecen tras los títulos de crédito más lentos de la Historia del Videojuego (y con un único tema musical instrumental en bucle. Con lo largo que se hace, resulta una oportunidad perdida al no soltar, una tras otra, las increíbles canciones que nos han enamorado durante el gameplay) solo nos permiten continuar desde el último capítulo o empezar de nuevo.

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No hay elección de capítulo, ni una opción como poder interpretar las obras en un escenario de nuestro gusto donde bucear en las variantes disponibles ya sin la presión de tener que acertar o no con el público. Y lo que es peor, no podemos acceder, si no es empezando de nuevo, a uno de los mejores álbumes pop de este año.

Siendo una parte tan importante del juego, habría sido estupendo, mágico, imprescindible a nuestro entender, desbloquear la música al final del juego para poder escucharla siempre que quisiéramos. Disponible en Spotify y otras plataformas, queda disociada en ellas del lugar donde mejor respiran, en su casa, que es el propio juego. Switch sería perfecta para haber acogido, como hace Super Smash Bros con su tracklist de más de mil canciones, una opción de reproducción con la pantalla apagada. No habría estado demás también poder repetir las que son interactivas y ver simplemente las que no, con sus subtítulos, en esos momentos tan especiales en las que aparecen.

Porque el juego, al no ser muy rejugable (detalle que no nos importaría si no fuera por lo que estamos contando), se convierte en bonito recuerdo cuando lo terminamos, pero nos vemos obligados a separarnos de él recurriendo a otras plataformas para volver a sentir eso que lo hace tan especial, sus increíbles canciones. Por lo menos en Meristation estamos convencidos de que Once Upon a Jester se mantendría por siempre en la memoria de la consola, y en la nuestra propia, de poder tener siempre a mano sus increíbles canciones. Que no fuera un concierto donde la música termina cuando se apagan las luces del escenario, sino un bonito diario que ojear musicalmente para recordar de vez en cuando el bonito viaje vivido.

Conclusión

Once Upon a Jester no será el mejor juego del año, pero sí es uno de los mejores álbumes pop que hemos podido escuchar en 2022. Sus canciones fluyen con tal frescura y sencillez que hasta parece fácil hacer algo así, y nada más lejos de la realidad. Se trata de melodías brillantes, delicadas, captadas en la magia del momento. Por eso nos fastidia que queden encerradas en un juego que, cuando termina, nos obliga a empezar de nuevo si queremos volver a escucharlas. Y ojo, no nos malentendáis, Once Upon a Jester es un buen título, de bonita factura y estupendos y divertidos diálogos que sigue la estela pictórica y musical de los anteriores trabajos del pequeño estudio holandés Bonte Avond. Estéticamente es una delicia, como las entregadas interpretaciones de sus actores y actrices, que son los mismos que han hecho el juego. Se trata de un título pequeño, íntimo, que derrocha felicidad y buen rollo. Un juego que te contagia su felicidad y buenas intenciones en tiempos tan grises como los que estamos viviendo. Es pues un juego necesario que todo el mundo debería probar como repelente de nubarrones. Definitivamente, en Once Upon a Jester comieron perdices.

Lo mejor

  • Esconde en su interior uno de los mejores álbumes de pop de 2022.
  • Su estética es deliciosa y acertada. Y el juego en sí es pura frescura, felicidad y buen rollo.
  • La interpretación vocal del guion es divertida y entregada.
  • Su descacharrante plantel de protagonistas y secundarios.

Lo peor

  • Se vende como improvisación lo que realmente es una mecánica dirigida y algo repetitiva.
  • Se pierde la oportunidad de desbloquear la magnífica labor compositiva en una jukebox postjuego.
7.5

Bueno

Cumple con las expectativas de lo que es un buen juego, tiene calidad y no presenta fallos graves, aunque le faltan elementos que podrían haberlo llevado a cotas más altas. Cómpralo sin miedo.