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Cine

Animales Fantásticos: Los Secretos de Dumbledore, crítica. Magia detenida en el tiempo

La nueva película dirigida por David Yates es una propuesta entretenida pero estancada en una historia que no avanza.

Soplan hechizos de guerra. El mago oscuro Gellert Grindelwald ha sido detenido, pero algo está cambiando en el mundo mágico. “Los tiempos peligrosos favorecen a hombres peligrosos”, una frase que se escucha en Animales Fantásticos: Los Secretos de Dumbledore y que define adecuadamente el tono de la película. Sin embargo, la trama argumental avanza a trompicones, pues desde el segundo filme se anticipa una batalla que nunca llega.

Grindelwald, ahora interpretado por Mads Mikkelsen, encarna con soltura y sin excesivas florituras a un personaje más sórdido y menos extravagante que el de Johnny Depp. Su plan maestro consiste en convertirse en el líder de los magos para aplastar a los muggles, los no mágicos. J.K. Rowling no se anda con sutilezas y  traza una analogía entre el antagonista y Adolf Hitler. Al mismo tiempo, retrata la sociedad contemporánea y el ascenso de los populismos: la razón pasa a un segundo plano y los mensajes van directos al corazón, a los sentimientos de odio.

La trama avanza lenta

Rowling, inmersa en una espiral de polémicas, repite como autora del libreto, aunque esta vez acompañada por Steve Kloves. El veterano guionista, que se encargó de todas las adaptaciones cinematográficas de Harry Potter (a excepción de La Orden del Fénix), ayuda a ejecutar el encantamiento, aunque no logra mantener el sortilegio en movimiento. Casi como si les hubieran lanzado un petrificus totalus, las distintas líneas argumentales se estancan en un vaivén de personajes que hacen cosas.

Los Secretos de Dumbledore tiene un problema de base que nace de las anteriores películas. Personajes como Credence o Queenie han protagonizado giros de guion absurdos, que no se solucionan en esta tercera entrega. Por otro lado, la ausencia casi total de Tina se justifica de manera ridícula. 

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A la saga le cuesta sostener su propuesta porque la premisa de la primera película era una y la de las siguientes otra muy distinta. Las criaturas mágicas han perdido protagonismo progresivamente, hasta el punto de que el logo de Animales Fantásticos aparece cada vez más pequeñito frente al subtítulo.

El devenir de la historia va en una dirección diferente, la del inevitable enfrentamiento entre Albus Dumbledore y Gellert Grindelwald. En una de las primeras escenas, los personajes de Mads Mikkelsen y de Jude Law se dejan de ambigüedades y expresan claramente que fueron más que amigos, que estuvieron enamorados. Por eso realizaron un pacto de sangre que ahora les impide luchar. Grosso modo, todo lo que se narra sirve para preparar lo que está por llegar. Una pena teniendo en cuenta la química que hay entre los dos actores, que se podía haber aprovechado más.

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El plan de desenmascarar a Grindelwald

En todo este embrollo está metido el famoso magizoólogo Newt Scamander (Eddie Redmayne), que regresa básicamente para hacer el trabajo sucio de Dumbledore, al igual que el muggle Jacob Kowalski y que el resto de personajes. Danzan a su alrededor para poner en práctica un plan que no es exactamente un plan, porque necesitan confundir a un Grindelwald que puede atisbar fragmentos del futuro.

Existe un extraño animal mágico capaz de mirar a través del alma de los seres humanos. Es tan puro que solo se arrodilla ante los bondadosos. Resulta que han nacido dos ejemplares de esta inusual criatura, así que Grindelwald decide matar a una de ellas y ejecutar un hechizo ilusorio que le va a permitir engañar a los ciudadanos. Los Secretos de Dumbledore introduce en este punto una trama política algo superficial aunque interesante, porque nos recuerda a nuestra propia realidad. Con todo, esta supeditada a un elemento mitológico que va más allá de la democracia: la aceptación del líder por parte de un animal mágico.

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La protección de la criatura superviviente se convierte en el objetivo principal de los protagonistas, pues es la única prueba fehaciente de que el mago oscuro está engañando a sus seguidores. Esta base argumental no es suficiente para sostener todo el peso de la película, aunque entre medias la cinta nos deja estampas visuales impresionantes, sobre todo en los planos más amplios. El tema musical principal de Harry Potter, compuesto por John Williams, se reserva exclusivamente para las secuencias en Hogwarts, donde se explota una nostalgia poco dada a las sutilezas, aunque muy bienvenida.

Animales Fantásticos: Los Secretos de Dumbledore explora los orígenes de Credence y de su supuesto vínculo con la familia Dumbledore, un arco argumental forzado que se inició en Los Crímenes de Grindelwald y en el que se profundiza en este filme. Su identidad y su deseo de pertenencia arrastra un sentimiento de abandono que es manipulado por el mago oscuro con medias verdades, con las que trata de contaminar su alma para que cumpla sus designios. La idea trasladada al guion no termina de cuajar porque el giro de la segunda película retuerce al personaje, si bien la conclusión en esta consigue encajar mejor las piezas.

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La película no deja de ser un batiburrillo de ideas, algunas atractivas, que unidas construyen un producto al que le falta empaque. No porque no resulte entretenida, que lo es y bastante. No porque sea malísima, que no nos lo ha parecido, sino porque los protagonistas han dado demasiadas vueltas y porque el argumento está, de alguna manera, detenido en el tiempo. Al hechizo le falta potencia y dirección, le falta ir a lo concreto. Son dos horas y veinte minutos de puro entretenimiento con destellos de calidad, pero la magia del encantamiento no logra disipar sus carencias.

MeriStation ha visto la película por cortesía de Warner Bros. Pictures.