Devil May Cry 3: Special Edition
Análisis
Devil May Cry 3 en Switch es como un concierto de Bruce Springsteen en la actualidad
Pasan los años, pero los grandes juegos son capaces de perdurar si se adaptan a los nuevos tiempos. Análisis de Devil May Cry 3 Special Edition para Switch.
Si uno va a un concierto de Bruce Springsteen en los últimos tiempos, como el que hizo en Barcelona en 2016, se puede encontrar con un derroche de energía del Boss, que en ese evento tenía 66 años. Más de tres horas y media tocando sin descanso, con la libertad total y absoluta para transformar sus éxitos y cualquier otros como le apetezca. Los sintetizadores que marcaron Born in the USA, tan de los ochenta y tan anquilosados ahora, pero que alzaron a Springsteen como la leyenda que es, ya no son los protagonistas ni el eje principal de un concierto suyo. En esa cita, Springsteen tocó una versión de Twist & Shout (original de Medley y Russell, pero versionada y popularizada por The Beatles) totalmente explosiva, similar pero a la vez alejada de la mítica pieza. El éxito e impacto en su momento de discos y canciones como lo mencionado no implica que no se puedan revivir por todo lo alto años después. Barcelona 2016 o Donosti 2012, siendo dos conciertos imponentes y un derroche de energía y pasión, seguramente no se podrán comparar a los mejores conciertos del Boss, como el de Madison Square Garden en el 2000 o el Capitol Theater del 78, pero esos momentos no impiden que en la actualidad podamos revivir toda esa pedazo de historia con nuevos sonidos y acordes. Y esto es un poco lo que le pasa a Devil May Cry 3 Special Edition en Switch.
El juego de Capcom se estrenó hace una semana en Nintendo Switch, y a diferencia del maltrato que ha recibido la trilogía original en los repetidos remasters HD que han ido desfilando en consolas de esta y la anterior generación, la obra dirigida por Itsuno -también detrás del imponente Devil May Cry 5- se presenta en la consola híbrida de Nintendo con dos novedades imprescindibles: el modo freestyle y la posibilidad de cambiar de arma. La obra original de 2005 es uno de los grandes hack and slash de siempre: difícil, exigente, con un sentido del ritmo en los combos imprescindible y un desfile de enemigos y jefes finales a cada cuál más complicado. Pero, por cosas de la época, tenía decisiones que seguramente hoy quedan anquilosadas si nos miramos la quinta entrega de la saga, tan reciente y fresca en nuestra memoria.
Dos de ellas son precisamente tener que escoger el arma y solo poderla cambiar en ciertos momentos. Lo mismo con los estilos de combate. Unas limitaciones similares a la norma no escrita que los sintetizadores debían estar en cualquier canción de los ochenta para estar a la última, pero que en pleno 2020 pues casi que no hace falta. Renovarse o morir. De la misma manera que Dancing in the Dark no suena igual en un directo hoy que hace 30 años, Devil May Cry 3 nos regala una revisión en lo más importante: la jugabilidad.
La primera vez que uno llega a Cerbero, el perro de tres cabezas, se da cuenta que Devil May Cry 3 va muy en serio. En su momento, el dolor de cabeza era pensar qué estilo coger, si trickster para hacer esquivas a los ataques que nos lanza, Swordmaster para golpear mucho más cuando rompemos su escudo de hielo o Royalguard para aguantar el chaparrón. Ahora no es así, este enfrentamiento -bastante duro para llevar una hora de juego- toma otra dimensión con el freestyle, pudiendo cambiar según el momento: rompemos el hielo del monstruo, machacamos con swordmaster. Empieza a volverse loco cuando le queda poca vida, usamos la guardia si no confiamos en nuestras esquivas. Que queremos disparar de lejos, Gunslinger. Que necesitamos ayuda extra, estilo Doppelganger para tener asistencia con copias nuestras.
Esta agilidad de estilos es una bendición para la propia estructura del juego, que no rompe la experiencia pero sí que la hace más enriquecedora. Es en batallas contra jefes como Agni y Rudra, Nevan, Beowulf o Doppleganger donde más se agradece el cambio de estilos. En cambio, el poder cambiar de armas (ambas cosas con los gatillos) multiplica la diversión contra los enemigos rasos que nos vamos encontrando. Hacer un cambio instantáneo entre la Rebellion y los nunchakus cuando nos rodean enemigos, usa la guitarra de ultrasonidos en momentos concretos para mantener distancias y luego atacar cuerpo a cuerpo con las Agni & Ruda, es una gozada. Y además le da un mayor sentido al juego: si el título te va presentando distintos enemigos que se entremezclan en cada zona, por qué no poder hacer lo mismo con las armas a usar.
Aunque es cierto que en algunos momentos notamos que algunos jefes tienen patrones y comportamientos que no gozan de la complejidad y variedad de los hack and slash actuales, la mayoría siguen manteniendo el tipo y sobre todo, siguen siendo un desafío. Y como colofón a todo esto, las batallas con Vergil no pierden el pulso ni les pesan los años siendo, de la misma manera que Born to Run sigue siendo una de las mejores canciones del mundo en los 70 y en 2020.
En un concierto de tres horas y media de Bruce Springsteen, a pesar de la multitud de discos y éxitos, siempre hay momentos por esa balada que ni recordabas y que tampoco te apetece escuchar. Cuando rejugamos Devil May Cry 3 habíamos olvidado ciertos momentos pseudo-aventureros o con rompecabezas -poca cosa- que venían heredados de la idea original del primer Devil May Cry, que pasó de un Resident Evil a reinventar un subgénero. Romper ciertos tentáculos dentro de una bestia gigante, encontrar un objeto en una punta del mapa para abrirnos paso en otra o superar algunos acertijos. Complementos que hoy no suenan tan atractivos ni están al nivel que alcanza el sistema de combate. Y es que para todos, también el Dante más joven, también pasan los años.
El acabado visual nos ofrece la cara más perezosa de Capcom, con cinemáticas que no se han retocado, borrosas y pixeladas, una interfaz del menú sin ningún arreglo y un paso a la HD que acaba dejando peor ciertas texturas y elementos visuales -como el pelo de los personajes, sin matices ni cabellos sueltos-. A cambio, eso sí, 1080p y 60 frames por segundo, un modo cooperativo del Palacio Sangriento y todos los extras que conocíamos de la versión Special Edition que salió a posteriori.
Conclusión
Devil May Cry 3 Special Edition en Switch es la mejor versión a nivel de jugabilidad de uno de los mejores hack and slash de la historia. El modo freestyle y el cambio de arma le aportan un sinfín de posibilidades que hacen que sea todavía mejor de jugar que en sus versiones anteriores. Y son, también, motivo suficiente para retomar un juego que seguramente habréis disfrutado en algún momento (si no es así, es imprescindible probar esta versión). Pero el título sufre también de la vagancia de Capcom con los remasters, con un apartado visual repleto de elementos discutibles y otros que directamente ni se han revisado, y no nos vamos a engañar: hay algunos tramos, propuestas y elementos técnicos (la cámara) que han envejecido bastante peor que el combate. Eso no quita que el Dante joven que conocimos en 2005, siguiendo el símil y la licencia tomada durante todo el artículo, siga siendo El Jefe.
Lo mejor
- Las novedades jugables hacen que el combate sea una delicia y un motivo de peso para revisitarlo
- Intenso y desafiante, mantiene el tipo años después
- Todos los extras de la Special Edition y un Palacio Sangriento cooperativo como novedad
Lo peor
- A nivel técnico y visual, el juego no se ha renovado como en lo jugable
- Hay algunos tramos y situaciones que no están al nivel del combate
- La cámara sigue siendo problemática en lugares cerrados
Muy Bueno
Juego de notable acabado que disfrutaremos y recordaremos. Una buena compra, muy recomendable para amantes del género. Está bien cuidado a todos los niveles. Cómpralo.