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Elena Congost y Eva Moral: “Lo más difícil de aunar maternidad y deporte es el descanso”

La atleta vuelve a una competición internacional ocho años después con cuatro hijos. Mientras que la triatleta no ha parado y vive sus primeros Juegos como madre.

París
Elena Congost y Eva Moral: “Lo más difícil de aunar maternidad y deporte es el descanso”

La maternidad es un deporte de élite y muchas veces terminar el día, haciendo auténticos malabares, ya es de medalla. La atleta Elena Congost (Castelldefels, Barcelona, 1987) tiene cuatro: Arlet (6 años), Abril (4), Ona (3) y Lluc (1), además del oro en maratón de Río 2016 y la plata en 1.500 metros de Londres 2012. Mientras que la triatleta Eva Moral (Valdemoro, Madrid, 1982) tiene a Carmen (2 años) y el bronce de Tokio 2020. Ambas llegan a París —Eva compite este lunes en triatlón tras el aplazamiento— con la misma ilusión: que sus hijas se traigan un metal bajo el brazo. “¡Sería un sueño! Carmen viene con mis padres y mis suegros. No se entera mucho todavía, pero cuando sea mayor se dará cuenta...”, se arranca la triatleta, que tiene una lesión medular, después de caer por un barranco de siete metros mientras participaba en una carrera cicloturista por la Sierra de Madrid. Lleva la frase ‘Never give up’ (nunca te rindas) tatuada en la muñeca y eso lo aplica a todos los ámbitos de la vida.

No para. Nunca. “Teníamos pensado ser padres y tuvimos suerte con los tiempos. Al volver de los Juegos de Tokio estaba embarazada”, explica Eva, que todavía no sabía la noticia cuando ganó un oro en el Europeo de Valencia. El bronce del Campeonato del Mundo de Abu Dabi sí lo logró compitiendo con más cautela y los consejos de los médicos. La madrileña no dejó de entrenar durante el embarazo. “Vas regulando la intensidad, sobre todo al final del segundo trimestre y en el último porque con la tripa es más complicado. No sólo entrenaba mi disciplina para no perder la forma, sino también hacía ejercicios del suelo pélvico”, asegura. El posparto fue bueno y eso allanó el camino de vuelta. Sin prisa, pero sin pausa porque la hoja de ruta estaba marcada para llegar a París en un ciclo de tres años. Más corto de lo habitual. “La recuperación debía ser rápida. Tenía el hándicap de que, al no poder competir el año que estaba embarazada, perdía el ranking y eso es un problema para clasificar. A los dos meses y medio de dar a luz ya estaba compitiendo”, desvela la triatleta, que vive sus segundos Juegos.

“La recuperación debía ser rápida. A los dos meses y medio de dar a luz ya competía"

EVA MORAL

El regreso de Elena Congost se ha hecho esperar más. La atleta vuelve a una competición internacional ocho años después con familia numerosa. “No ha sido un parón del todo. Me preparé para volver en Tokio, pero me quedé embarazada por sorpresa. He ido arrancando y parando. Siempre tuve un sentido de la maternidad grande. Antes de Río ya tenía ese ansia. Aguanté, saqué medalla y los tuve. Habíamos dicho tres y nos animamos con el cuarto. Es difícil de planificar y siempre antepuse mi vida. Después de París igual vamos a por el último”, ríe la catalana, que sufre una atrofia del nervio óptico en ambos ojos y apenas ve un 5%. Ella tampoco colgó las zapatillas en los embarazos: “No eran entrenamientos de alto nivel, sino para mantenerme”. Su marido Jordi Riera, también deportista de élite, fue quien la picó. Un clásico. “¿A que no te atreves?”. ¡Vaya que si lo hizo! Elena logró la mínima para París en cinco meses. El pasaporte a sus quintos Juegos. “Tenía 16 años en los de Atenas. Fue una experiencia bonita, pero precipitada y se me hizo grande. Para estos tendré guía. En los primeros no lo necesitaba porque eran pruebas más cortas, pero ahora es maratón. Necesitas coger las bebidas isotónicas, saber el ritmo que llevas... En Río iba a ser mi entrenador... No se aclimató y le dio hasta fiebre. Corrí sola porque era un circuito cerrado. Ahora no”, dice.

La maternidad es una auténtica maratón. Ambas deportistas dan fe. “Es duro y cansado. Son muchas noches sin dormir y, cuando llego de entrenar, no puedo tirarme en el sofá y descansar como hacía antes. Eso se te olvida al verla”, reflexiona Eva Moral, que pone sobre la mesa otro aspecto: la lactancia. “Seguimos con ella, aunque es más residual. Sólo para dormir. Allí estaré con mi compañero el sacaleches que me acompaña en todos los viajes. Si estoy fuera, lo primero que me pide cuando me ve es teta”, bromea la triatleta. Sus desvelos los comparte Elena Congost. “Lo más difícil es descansar porque el pequeño no duerme del tirón. Con tantos, te pasas el día corriendo para dejarlos, recogerlos... y en medio entreno. Eso me ha servido para separar mi yo madre de mi yo atleta. Ir a correr es mi momento de paz, sin gritos, sin mamá esto o aquello... Es mi momento de yoga”, ríe la catalana a quien acompañarán sus dos hijas mayores, Arlet y Abril. Ellas la animarán desde la meta o por el circuito. “Nunca han venido a verme y no se lo terminan de imaginar. La otra, Ona, tiene sus gafas de correr y le gusta venir a la pista”, desliza.

“El deporte me hace separar mi yo madre de mi yo atleta. Correr es mi momento de paz”

ELENA CONGOST

La conciliación no sería posible sin la ayuda. De los abuelos, familia, amigos... Y aún así, cuesta. “Su papá es mi entrenador y tenemos que estar los dos a tope. Te vas y te sientes culpable. Cuando dejaba a Carmen algún domingo con mi madre la decía que lo hacía para que fuera a París. Era para autoconvencerme, en realidad. Sus vacaciones han sido un mes en Sierra Nevada”, cuenta Eva Moral, que quiere transmitir a su pequeña valores como el esfuerzo, la constancia... “El destino me tenía esto guardado: dedicarme a lo que me gusta, conocer a mi marido, esta niña tan bonita... Todo pasa por algo y no cambiaría nada de lo que tengo a día de hoy por volver a caminar ni de broma”, sentencia la triatleta, cuya pedida de mano resultó de película, con Ángel Salamanca de rodillas mostrándole el anillo: “Nadie se lo imaginaba con lo introvertido que es. No sólo es mi entrenador, es mi psicólogo, mi amigo... todo. Sabe llevarme”. A un lugar tan romántico como París le pide disfrutar. “El día después de la inauguración de Tokio me entró mucha presión y me quería volver a casa”, confiesa.

“A mis hijos no les importan las medallas, sino que estés. Siempre va la culpa en la maleta”

MARTA ARCE

Esa premisa guía también a Elena. “Lo veía imposible y creía que no iba a aguantar el cansancio y el dolor. Iba sin presión, sólo a ver hasta dónde podía llegar y lo he disfrutado más. Ahora pienso, pues ya que me pongo que sea para llevarme algún premio. Sería un regalazo”, admite la maratoniana, que a través de esos 42 kilómetros ha ido conociendo sus límites: “Es una prueba muy mental. A partir del kilómetro 25 la cabeza empieza a decirte: no puedes, ¿por qué no caminas un rato?... Es tan épica porque te vas autoengañando. A mi guía o a mi entrenador les pido música o que me cuenten historias. Ahora no tengo psicólogo, pero sí cuando empecé. Pep Marí, del CAR de Sant Cugat, me daba técnicas para distraer la mente, animarme y combatir la ansiedad. No pienso en las piernas, sino en cosas de fuera, canciones, mis hijos... Antes, me hacía pequeña antes de competir y me bloqueaba. Ya confío en mí y he hecho de la presión algo bueno. He aprendido”, concluye.

Elena y Eva se unen a otras madres deportistas como Teresa Perales, Vicky Pérez y Marta Arce (Valladolid, 1977), la abanderada de estos Juegos. La judoca se perdió Río 2016 por su maternidad y, en su caso, sus medallas tienen por nombre Kenji, Issei y Yumi. “Ellos aún no entienden mucho. Les preguntaban por mí cuando estaba concentrada y decían que ya me había ido a París”, bromea la pucelana, que nació con albinismo óculo-cutáneo. Quería tres hijos y cumplió ese sueño. “Mi idea era tener uno por ciclo. El primero coincidió genial de fechas en Pekín, pero me quedé embarazada en 2014 y fue todo seguido. Renuncié a Río y me puse en forma para Tokio. Mis hijos vendrán a París en un viaje relámpago porque empiezan el cole. A ellos las medallas les importan un pimiento, lo que les importa es que estés en casa. Por eso, siempre te llevas la culpa en la maleta. Es educacional, lo sé..., si se quedan con su padre”, se regaña Marta, más humana que nunca. Porque sus miedos, sus desvelos, sus malabarismos con el tiempo y la familia, bien se merecen una medalla.

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