Fran Garrigós, un oro al trabajo
El español, campeón del mundo, se planteó la retirada después de Tokio. Graduado en CAFYD, paró, “se puso las pilas” y recargó fuerzas para París.
Fran Garrigós (Móstoles, 28 años) no soporta perder. A nada. Ni jugando al fútbol ni al pádel, deportes que suele practicar en su tiempo libre. Tras los Juegos Olímpicos de Tokio, en los que cayó en primera ronda, como en Río 2016, se apartó del judo. Hasta se planteó la retirada, tal y como revela en conversación con AS, pero ese rasgo desempolvó el campeón del mundo que llevaba dentro. En los Mundiales de Doha (Qatar), el domingo, Fran subió a lo más alto del podio (-60 kg). Se colgó un oro en honor al trabajo. Y que, seguramente, no se puede entender sin ese parón. Ni sin su tenaz forma de ser.
Después de dos meses sin entrenar, Garrigós volvió al tatami porque lo echaba de menos. Sin apenas preparación, compitió en el Grand Prix de Portugal, en febrero de 2022. Su único objetivo era reencontrarse. El resultado deportivo no fue el mejor, pero, por vez primera y puede que única en su carrera, perder fue la solución. “Quería saber si me seguía picando la competición y si sentía lo mismo al ganar. Fue así. Ahí me di cuenta de que quería seguir y me puse las pilas”, desvela. Desde ese momento a ser el mejor del globo. Poco más de un año después.
Aquellos que mejor conocen a Fran -su entrenador, Quino Ruiz, o su psicólogo, Pablo del Río- lo definen como un “talento incansable”. Su código genético lleva incorporado aquello que comparten los mejores: una facilidad natural para su deporte. El judoca madrileño, además, es un “cabezón”. Le gusta el gimnasio, regala horas de entrenamiento y no descansa fuera del tatami. Durante sus meses sabáticos, aprovechó para terminar la carrera de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte. Ahora, ya graduado, ha empezado un máster de Alto Rendimiento en la UCAM. “Quería seguir la rutina de cuando estudiaba. Tener ese horario y esa rutina hace que optimices mucho más el tiempo, consigues que el día dé más de sí”, justifica.
Un niño inquieto
Lleva siendo así desde pequeño, cuando sus padres, con cuatro años, le apuntaron al gimnasio Lee de Móstoles. Les pareció la mejor idea para calmar los nervios de un chaval inquieto, que se enfadaba los días que no había entrenamiento. Con diez años, Fran ya tenía claro que quería un podio olímpico. “Me gustaba, veía los Juegos y pensaba ‘ahí, ahí es donde me gustaría estar y sacar una medalla’”, recuerda. En su palmarés, de momento, ya figuran cinco preseas europeas (dos oros). Y en Bakú, después de ser bronce en 2021, se colocó en la cima del mundo mandando un mensaje claro.
En semifinales, ganó al japonés Takato, vigente campeón olímpico y cuádruple oro mundial. Este año, después de ser plata en el Grand Prix de Portugal y el Grand Slam de Tel Aviv, aún no se ha bajado del podio. En París, quiere reconducir su relación con los Juegos. “No me gusta pensar que algo es imposible. No me voy a poner ningún objetivo de medallas, eso no depende de mí. De mí, depende el rendimiento, así que voy a prepararme al máximo. Ese es el objetivo”, reflexiona. También es su forma de ser, la de un deportista tan talentoso como tenaz. Y que lleva tatuados los aros olímpicos en su cadera. Grabados en la piel de un trabajador, con todo lo que implica.