¿Estaban bien pagados los golfistas antes del LIV? Este dato sugiere que sí
17 jugadores en la historia del PGA han alcanzado los 10 millones de dólares en ganancias sin conquistar ningún torneo, entre ellos algún fichaje de la superliga saudí.
La “detestable codicia” del PGA Tour, un supuesto maltrato económico hacia sus miembros, fue uno de los argumentos que esgrimió Phil Mickelson en su salto al LIV hace dos años. El mismo del que han tirado otros que siguieron su estela. Y el mismo que ha acabado comprando el propio circuito estadounidense, que principalmente ha basado su estrategia para frenar la hemorragia en aumentar la retribución de los golfistas. A través de las bolsas de premios, de programas como el PIP (Player Impact Program, diseñado para recompensar generosamente a los jugadores más mediáticos) y, en un futuro cercano, de la propiedad de la organización, que pasará en parte a manos de sus integrantes por medio de un reparto de acciones, en un modelo inédito en el deporte profesional, en virtud del acuerdo con el Strategic Sports Group, el conglomerado de multimillonarios estadounidenses que invertirá 3.000 millones de dólares en el negocio.
¿Es sostenible el relato de Phil Mickelson? Hay que concederle que desde la irrupción de la superliga saudí y sus multimillonarias primas de fichaje, la clase baja de este deporte ha visto mejoradas sus condiciones. Ahora el DP World Tour, el European de toda la vida, ofrece 150.000 dólares a aquellos que jueguen un mínimo de 15 torneos en una temporada, independientemente de sus resultados. Y el PGA paga desde 2022 5.000 dólares por corte fallado a los miembros sin exenciones para jugar un calendario completo. Dinero garantizado al fin y al cabo, el anzuelo utilizado por el LIV en sus fichajes. Un método que la gira estadounidense valida al comprarlo (por mucho que sea en cantidades que no tienen nada que ver con los cerca de 600 millones en los que se ha estimado el contrato de Rahm, por poner un ejemplo), y que empaña la “meritocracia” de la que tanto le gusta hacer gala.
Porque lo cierto es que, antes de toda esta disrupción, la escala salarial del circuito era eso, pura meritocracia. ¿Juegas bien? Ganarás mucho dinero. ¿Juegas mal? No esperes hacerte multimillonario. Y por jugar bien ni siquiera se entendía ganar. Ahí va el dato que desmonta, al menos parcialmente (otro debate sería si el PGA históricamente ha retribuido bien a sus jugadores en base a lo que estos generan y no de forma genérica, que es lo que tratamos aquí), el argumento de Mickelson: hasta la fecha 17 jugadores se han embolsado más de 10 millones de dólares en premios, básicamente una vida plena, sin quebraderos de cabeza económicos, sin ganar un solo torneo del tour. El inglés Tommy Fleetwood, que tiene dos segundos puestos, en el US Open y el British Open, como mejores resultados en torneos del PGA (en este caso, al ser majors, cosancionados con el DP World Tour), alcanza los 20. ¿Por qué? Por su regularidad: 33 veces ha terminado en el top-10 y solo ha fallado 21 cortes desde que sacó la tarjeta en 2017.
Otro como Cameron Young, inmerso en la que es solo su tercera temporada completa, va ya por los 13. En su haber hay cinco segundos puestos. La victoria parece cuestión de tiempo para él. Más atrás en la lista se encuentran golfistas ajenos a las masas como Beau Hossler, Charlie Wi o David Hearn. Seguramente pocos hayan sintonizado una radio o un televisor para verles en acción; seguramente pocos hayan comprado un periódico o visitado una web para saber de ellos, pero ahí están, con la vida resuelta. Y todo por “golpear una pelota con un palo”, la frase estrella de los que defienden que el orden de cosas anterior ya era justo.
Lo más irónico, dejando a un lado el hecho de que el mejor de la historia por majors ganados, Jack Nicklaus (quien nunca se quejó, que sepamos, de la paga), ocupa el puesto 357 en la lista histórica de mayores ganancias del circuito (5.734.031 dólares a lo largo de una carrera con 18 grandes), un buen reflejo de lo mucho que ha crecido económicamente esta disciplina, es que, de los 17 integrantes de la lista, dos han acabado en el LIV. Uno es Harold Varner III, ligeramente por encima de los 10 millones, que tiene 16 top-10 en 191 salidas en el PGA, cifras que no marean precisamente. El otro, Cameron Tringale, por encima de los 17 ‘kilos’ con 31 top-10 en 338 torneos (a una media maratoniana, todo hay que decirlo, de 26 por temporada) y sus mejores resultados en citas menores.
Por su parte Mickelson, no solo un múltiple ganador sino una de las grandes figuras contemporáneas del circuito, se embolsó cerca de 97 millones a lo largo de un periplo con 45 victorias, seis de ellas en los grandes. Solo Tiger, receptor de 120 millones, le supera en la lista histórica de ganancias del PGA. Dentro de la legítima aspiración que hay en intentar que te paguen el máximo dinero posible por tu trabajo, hay quien podría objetar que lo suyo, lo de Varner III o lo de Tringale con el LIV ha sido “codicia detestable”. Y seguramente pasarían un mal rato tratando de rebatirle.