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Zombies, vampiros y el regreso de los New England Patriots

Un año más, hemos cometido el error de medir a New England en clave humana. Suponiendo que a ellos también les afecta lo que desestabiliza al resto de los mortales.

Madrid
FOXBOROUGH, MA - OCTOBER 14: Tom Brady #12 of the New England Patriots reacts to fans before a game with the Kansas City Chiefs at Gillette Stadium on October 14, 2018 in Foxborough, Massachusetts.   Jim Rogash/Getty Images/AFP
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Jim RogashAFP

El mundo está harto de zombies. No queremos más zombies. Tanta película, tanta serie, tanta novela y tanto cómic ha terminado por empacharnos. Necesitamos unos cuantos años de desintoxicación. Además, el tema tiene muy poco glamour. Ir por la vida, o por la muerte, oliendo a podrido no tiene ninguna gracia. Mola mucho más eso de estar trasnochando y de juerga, bebiendo sangre de virgen por los siglos de los siglos. Sí, es verdad, uno de los sueños recurrentes de la mayoría de nosotros durante los próximos meses será imaginarnos tirados en la playa ligando bronce y bebiendo sangría, pero llegado el momento de la verdad, la mayoría prefiere una fiesta nocturna en esa misma playa, ligando algo más interesante que el bronce y con más grados dentro del vaso.

Así que, señores, a resignarse. Los Patriots no son aburridos muertos vivientes. Son puñeteros vampiros inmortales. Y una vez más nos han engañado a todos excepto a sus seguidores, que mientras nosotros buscábamos curvas más sexis por otros lares nos repetían que no nos precipitáramos, que hasta el rabo todo es toro, y que no merece la pena poner en entredicho en septiembre a un equipo que ya tiene de antemano compradas las entradas para la fiesta de enero. Y es que no aprendemos.

Hace solo tres semanas los Patriots tenían un récord 1-2, eran un equipo que había perdido demasiadas fichas importantes, en el que el quarterback y el entrenador no se hablaban, Brady era un abuelo de 41 años, Garoppolo había hecho las maletas para convertir a los 49ers en ganadores, Hightower había comido demasiadas magdalenas, Belichick estaba demasiado oxidado como para reorganizar la defensa y demasiado mayor pasa ser a la vez head coach, general manager y coordinador defensivo, Gronkowski necesitaba un trasplante multiorgánico en su cuerpo destrozado, el backfield vivía en una sala de urgencias y no había receptores.

Hoy, los Patriots tienen un récord 4-2, le han robado la virginidad a los Chiefs, tienen banquillo de sobra, a nadie le importa un pimiento si el entrenador y el quarterback toman o no cervezas al salir del trabajo, Brady es un chaval de 41 años, Garoppolo está lesionado para toda la temporada, Hightower vuelve a estar en su salsa, Belichick ha conseguido que la defensa sea mucho más dinámica y tenga más sentido de anticipación que en toda la etapa de Patricia, Gronko es más peligroso que nunca, Sony Michel le ha dado un poder al backfield que no se recordaba desde tiempos de Corey Dillon y el fichaje de Gordon y el regreso de Edelman han convertido el cuerpo de receptores en un grupo salvaje.

Y como siempre he sido un tipo previsor y ya me he ido a comprar una bolsa de pañales para adultos.

Ya no es que ganen o ganen o que vuelvan a ser el equipo a batir, es que son un puñetero espectáculo de orgías y desenfreno en cada partido. Los mismos vampiros de siempre. Dispuestos a chupar hasta la última gota de sangre se sus rivales. Una franquicia cegada por ese jugo rojo y viscoso y que nunca levanta el pie, que nunca se deja llevar, que en cada minuto de partido lo tiene todo controlado y que cuando los demás nos estamos mordiendo hasta las uñas de los pies sabe que todo lo que está pasando estaba predestinado. Que por mucho que se resista el rival, al final morirá desangrado.

Los Patriots siempre juegan igual sin importar quién sea el rival. Con la misma intensidad y falta de compasión. Ellos quieren su ración de sangre y no paran hasta conseguirla. Ni siquiera se relajan dando por hecho el festín. Aquí no cabe levantar el pie, ni conocen el ‘ya caerá por su propio peso’. Cuando saltan al emparrillado no ven rivales, ven comida. Y ansían devorarla después de una semana de ayuno.

Un año más, algunos, no sé si unos pocos o la mayoría, hemos vuelto a cometer el error de medir a New England en clave humana. Suponiendo que a ellos también les afecta lo que desestabiliza al resto de los mortales. Que ellos también son víctimas de los siete pecados capitales y esclavos del tiempo. Pero no. Son espectros. Criaturas de la noche. Seres de otra dimensión. Y ya no es cómo jueguen o no. Ni siquiera va de estrategias o coberturas, planes de juego y estadísticas. Ellos son el ansia, zorros en el gallinero de la NFL.

Después de ver tantos quarterbacks jóvenes con ganas de comerse el mundo, tantos veteranos condecorados en mil batallas, tanto pasador infalible y tanto prestidigitador asombroso, veo a Brady y se me caen los palos del sombrajo. Salta al campo como el que se levanta de la cama, desayuna, se lava los dientes y se ducha, se da un paseo hasta la compra y allí se da un capricho y se come un par de croissants. Un touchdown de carrera y uno de pase mientras pasea por el parque. Magia en cada segundo sin ostentación. Tan fácil, tan sencillo, que parece que no está haciendo nada cuando en realidad hace algo que nadie más en el mundo sabe hacer como él.

Es una sensación que todos conocemos. Como un escalofrío que se repite cada pocos segundos cuando pensamos en football americano. Los Patriots han salido de la tumba. Y no, no son zombies ¡Son vampiros!

En la NFL vuelve a haber un equipo fuera de concurso. Y tal vez sea masoca, pero no veáis cómo me excita.

(POSDATA: lo mismo que he escrito en los párrafos anteriores sobre los Patriots podría escribirlo sobre los Steelers. Tal vez con menos sangre y vísceras, pero casi igual de terrorífico).