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¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡¡¡Baker Mayfield ha saltado al campo!!!

En una de las noches grandes que a veces nos regala el deporte, los Cleveland Browns volvieron a la vida con la irrupción de un quarterback portentoso.
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Madrid
CLEVELAND, OH - SEPTEMBER 20: Baker Mayfield #6 of the Cleveland Browns celebrates after making a catch on a two-point conversion attempt during the third quarter against the New York Jets at FirstEnergy Stadium on September 20, 2018 in Cleveland, Ohio.   Jason Miller/Getty Images/AFP
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Jason MillerAFP

En el deporte, en la vida, hay días de “yo estuve allí”, “lo vi con mis propios ojos” y “esto no lo olvidare nunca”. Momentos que, en el mismo instante en que ocurren, se convierten en hito histórico, en aventura que contar a los nietos, en emoción absoluta próxima a la pérdida de conciencia.

Esos momentos significan también una gran responsabilidad para el que los ve. Tiene que retenerlos en la retina como fueron, como llegaron en una cascada a borbotones, inundando los sentidos y abriendo hasta el último de los poros. Porque cuando la emoción llega tan dentro el cuerpo reacciona como una bomba. Se dilatan las pupilas, se eriza el vello, se acelera el corazón y el aire no llega a los pulmones.

Y aquí, ahora, tengo la suerte de poder decirlo. Yo vi debutar a Baker Mayfield en la NFL. Con estos ojitos que Dios me ha dado. El jueves por la noche, a la vez que en twitter se bromeaba sobre lo poco atractivo que era el Browns vs Jets, tuve el pálpito de que ni poco atractivo ni leches. Que no sé por qué me daba en la nariz que esta noche había que armarse de valor y trasnochar. Y aguantar como jabatos, porque una estrella iba a caer en la Tierra en un acontecimiento extraño que solo ocurre cada escientosmil años.

Adiós, Tyrod Taylor

Muchas veces en la vida el camino que lleva hasta un momento mágico está plagado de espinas. Y anoche no fue diferente. En realidad solo era una, pero muy gorda. La espina Tyrod Taylor que arrojó a muchos del partido, los expulsó en otro de sus aquelarres diabólicos. “No puedo más, lo siento, me rindo, no puedo seguir viendo a este tío”. Y legiones de almas en pena desfilaron del estadio, apagaron el Game Pass y desenchufaron la tele. Así de dura es la vida, no todos pueden llegar al paraíso.

Pero si algo grande tiene la grandeza es que es como un tornado que arrastra lo que le rodea. Y a la vez que una estrella aterrizaba en el planeta, el mundo se libraba de un impostor para siempre. Tyrod Taylor es historia en la NFL. No va más. Ni siquiera Hue Jackson, haciendo el ridículo incluso en su día de gloria, miope entre los miopes del universo del balón ovalado, podrá hacer realidad su obscena observación al final del partido, cuando dijo sin avergonzarse, sin sufrir un escalofrío, que aún no ha decidido quién será el quarterback de los Brown en la próxima jornada. ¡¡¡¡¡Basta ya, hombre!!!!!

Porque la grada se lamentaba postrada. Y es que si volvéis a ver el partido de anoche, que deberíais hacerlo cien veces, olvidad lo que sucedió en el campo. El milagro ya está hecho y las odas y alabanzas ya llegaron al cielo. Mirad ahora a los que llenaban la grada de emociones que subían y bajaban sin parar. Y mirad cómo durante dos cuartos todo fueron llantos y crujir de dientes. Allí, en la ladera del monte que daba al emparrillado se rasgaban las vestiduras y clamaban al cielo mientras abucheaban a Hue, a Taylor, a la maldición de los Browns y a una lista eterna de quartebacks que durante años sin término les había hecho olvidar lo que es un pase de verdad. Uno de esos que te golpea en la boca del estómago en el momento que aterriza y te hace feliz solo por existir.

Pero entonces llegó el milagro. El momento mezquino en el que toda la humanidad se alegró y celebró el mal ajeno. Tyrod Taylor sufrió una conmoción. Su cabeza rebotó contra el suelo y algunos gritaron “¡Milagro!” Y Hue Jackson pensó “¡Mecachis!” porque se iba a ver obligado a hacer lo que había que hacer, y eso es exactamente lo que él nunca hace.

De pronto, un rumor recorrió el universo. Y las caras cenizas recobraron la luz. Pero, incrédulos, unos se miraban a otros. Y se preguntaban: “¿quién es nuestro tercer quarterback?” Seguros de que Hue iba a volver a hacerlo. Torturarles en lo más profundo de la mazmorra.

Hola, Baker Mayfield

Pero, de verdad, volved a verlo, Mayfield se puso el casco y fue como una catarsis. Una locura multitudinaria. Unos aullaban, otros lloraban, otros miraban al cielo y levantaban los brazos, como si a su lado hubiera resucitado un muerto. Porque los que estaban ciegos vieron, y los hambrientos se saciaron. Y Mayfield aún no había lanzado ni un pase. El cielo había bajado a la tierra para consolar los corazones. El demonio había abandonado por fin su reino favorito en las yermas tierras de Cleveland. El football volvía a una de los territorios que antaño fueron sus más queridos. Y Mayfield aún no había lanzado un pase.

Entonces llegó el span y el balón llegó a sus brazos. Y tío, casi me desmayo. Todavía no había soltado la pelota y ya había creado más football que Tyrod Taylor en toda su vida. Y el proyectil viajó recto, encantado, feliz de por fin encontrar el sentido a su existencia. Y llegó donde tenía que llegar, ni un centímetro más arriba, ni más abajo. Y fue el acabose. La repanocha. La afición de los Browns gritaba en las gradas, ante la tele, en el fondo de la mina donde se habían escondido. Y yo gritaba, y tú, y todos. Un grito de desahogo, de ya era hora, de por fin estamos todos y que viva la fiesta. Una borrachera de placer en la que no había alcohol porque no hacía falta.

Pero solo fue el principio. Luego completó otro y cayó otro rayo que nos electrocutó a todos. Y aunque en el tercero sufrió un sack y se le escapó el balón, Mayfield ya era una estrella del rock. Y la gente de las gradas bajaba a tropel hacia la banda para tocarle y redimirse, para cerciorarse de que estaba ahí y no era un sueño. Y la seguridad del estadio, desbordada, no sabía si parar a las masas o arrojarse con ellas a los brazos de su nuevo favorito.

Luego dirán que para ver a un gran quarterback hace falta tiempo, que no hay que precipitarse. ¡No, señores! Es suficiente con dos pases completos y un fumble. Pero nada terminó ahí. De pronto, como por ensalmo, todas las piezas casaron, y los Browns al completo fueron lo que no habían sido desde hace muchos años, un equipo de football americano. Un gran equipo de football americano. Un extraordinario equipo de football americano. Y hasta el kicker la metía, y Mayfield atravesaba el campo como una carga de caballería, y llegó la remontada, la conversión de dos puntos, los desmayos en la grada, el día más feliz de unos aficionados que ya no tendrán que ir a la puerta de su estadio a confesarse de madrugada ante unas puerta cerrada. No hay amor más grande, más loco, que el del que no es correspondido. Pero ahora tanto sacrificio va a tener su premio. Vaya si va a tenerlo.

Anoche vivimos una de esas noches perfectas que solo existen en la NFL. Y todo ocurrió en un Cleveland Browns New York Jets. Porque Dios escribe recto sobre renglones torcidos. ¡QUÉ GRANDE ES EL FOOTBALL!