Lo mejor del Draft NFL 2018: ponga un Imhotep en su vida
Olvidaos de Rosen, Dranold, Quenton Nelson y Bradley Chubb la elección más molona del draft de la NFL en 2018 es un receptor que pasará a la historia.
Haciendo una pequeña reducción a lo absurdo, el draft NFL es como irse de compras a Ikea. No, no me refiero a que no se acabe nunca, aunque estoy seguro de que ha habido gente que ha entrado en una de esas tiendas suecas un día y no ha sido capaz de salir hasta tres días después, que es lo que dura un draft. La comparación tiene que ver más con el espíritu práctico del evento. Los equipos no buscan muebles sofisticados, caprichosos o llenos de moldes y maderas vírgenes. No. Nada de eso. De entrada, lo que se busca es llenar un hueco importante de la manera más práctica y barata posible. Y de paso, llevarse unas perchas, unas galletas, un par de velas y unos chicles de propina que en muchos casos termina olvidados en una esquina de la cocina, o del trastero.
La aventura Tim Tebow y la salsa de la vida
Pero a veces, solo algunas veces, echamos de menos una elección más romántica. Más “porque me da la gana”. “Porque me he encaprichado, y qué pasa”. Algo así como lo que hizo McDaniels con Tim Tebow, que se convirtió con el pick 25 de la primera ronda del draft de 2010 en uno de los momentos más divertidos de la historia del draft, con todo el mundo echándose las manos a la cabeza mientras McDaniels sonreía de oreja a oreja. “Ande yo caliente, ríase la gente, que lo bien que me lo voy a pasar colocando a este tipo de adorno en el salón, y contemplándolo mientras me bebo un coñac, no me lo va a quitar nadie”. “Y vale, no pegará ni con cola, pero ni falta que hace”.
En el fondo, todos hemos hecho alguna vez alguno de esos gastos ridículos. Que no sirven absolutamente para nada, o casi, pero que nos hacen carcajearnos de placer durante la mitad de camino de vuelta a casa, para inmediatamente empezar a gemir con remordimiento cuando la sensatez vuelve a campar en nuestro voluble cerebro, y vemos la pasta que nos hemos dejado en el capricho y la bronca que nos espera cuando entremos por la puerta.
En el fondo, es el último resquicio que nos queda de romanticismo. De hacer algo porque nos sale de aquella parte y a quien pique que se rasque.
Nadie quiere que su equipo sea el protagonista de tal dislate, pero todos estamos deseando que algún otro lo haga, para troncharnos de risa a gusto mientras en el fondo sentimos cierta envidia cochina por no haber sido nosotros los que nos salimos del guion.
Y lo bueno es que en 2018, sí, justo en este draft, hay un tipo que cumple las dos condiciones del mueble perfecto. Por un lado es un capricho, lleno de recovecos, secretos y detalles de marquetería que quizá no sirvan para nada, pero molan. Por el otro es un ‘mueble’ práctico, tipo Ikea, para poner en cualquier parte y solucionar la papeleta.
Hay nombres que causan envidia
Me refiero a un receptor de Notre Dame que se ha presentado en el draft tras su temporada de junior después de conseguir 1484 yardas y 13 touchdowns en 92 recepciones a lo largo de su trayectoria universitaria, (515 y 4 touchdowns en 33 recepciones durante 2017). Un gigante que puede convertirse en mítico con sus 1,96 de altura y 92 kilos de peso. El único, el inimitable Equanimeous Tristan Imhotep J. St. Brown, tipo del que me compraré la camiseta aunque sea la retro amarilla y azul claro de los Eagles. Si decide que el nombre que aparezca impreso sea el de Equanimeous, estaré encantado de portar su sello de hombre tranquilo hasta en los momentos más complicados, pero si va un paso más allá, rinde homenaje a la trayectoria aventurera de su familia, y decide que el nombre que aparezca sea el de Imhotep, me compro la camiseta, el casco, un disfraz de faraón y le rindo pleitesía eterna por fenómeno y cachondo mental.
Imhotep, el gran sabio egipcio, el que ‘viene en paz’, irrumpe en la NFL. El gran constructor de pirámides escalonadas, el sumo sacerdote de Heliópolis, el chati del faraón, atrapando balones mientras ruge la grada. El hacedor de vasijas de piedra, el tesorero del rey del bajo Egipto y administrador del Gran Palacio, en la banda de un emparrillado suertudo deslumbrado por su luz. El dios de la medicina y la sabiduría. ¡La repanocha! Y quién se puede resistir a elegir a alguien así. Que se echen a temblar Rosen, Darnold y compañía. Este draft estará dominado por La Momia, que saldrá de su sarcófago más pronto que tarde para que todos caigamos postrados a sus pies, muertos de envidia ante el atrevimiento del único equipo que podrá hacerse con sus servicios.
El primero de una trilogía mítica
Pero que nadie desespere. Detrás de él, en un par de años, llegará su segundo hermano, Osiris Adrian Amon-Ra J. St. Brown (que también es receptor, y estrella en Stanford) y más tarde el tercero, Amon-Ra Julian Heru J. St. Brown (tercer receptor de la famila y talento descomunal de Mater Dei High School) para que los dioses de Egipto vuelvan a reinar en la tierra a través de la NFL. No hay para todos, pero ya sabemos que con la locura en que se han convertido los traspasos, habrá varias franquicias que puedan disfrutar de tal experiencia religiosa.
Os parecerá una tontería, pero entre tanta mitología lo que me tiene fascinado es la jota con punto que corona cada nombre, como un punto final innecesario pero crucial, un volantazo en medio de la autopista. Un toque genial de personalidad incierta… John. Por papá. Que, por si hay dudas, el primer y tercer nombre de cada uno son egipcios por decreto, y el segundo lo elegía su madre. Lo del apellido inventado, una decisión consensuada para redondear la fórmula perfecta. Ya te digo.
Cuando un Mr Universo se pone…
“¿Pero cómo es posible?” Me diréis. “¿De qué pirámide han surgido todos estos tipos geniales?” Ni pirámide ni historias. El padre de las criaturas es un tal John Brown, un culturista cuyas fotos debéis buscar ya en internet, porque son geniales, que fue dos veces Mister Universo y tres Mr Mundo, que se casó con Miriam Steyer, una mujer alemana de Leverkusen con la que recorrió la tierra de un extremo a otro y no pudo ir más allá, al fondo de la galaxia, porque no encontraron vehículo. Por el camino fueron fabricando dioses egipcios y ahora, después de jugar al fútbol en Leverkusen y ser estrellas en el país teutón, donde esperan con pasión su irrupción a sangre y fuego en la NFL, sueñan con convertirse en pocos años en el trio de moda del deporte americano. Como las trillizas de Julio Iglesias, pero a lo bestia.
Dicen que para desayunar se comen chuletones de carne roja, aleccionados por su padre, mientras levantan pesas como tú y yo comemos pipas. Un régimen espartano de entrenamientos inventados por un Mr Universo para tres dioses egipcios. Jo, tú, solo de pensarlo estoy por llamar a Goodell para ver si me deja elegir en este draft como entidad independiente. Y que nadie crea que son solo músculo. Los tres hablan perfectamente inglés, francés y alemán y tienen unos expedientes académicos de quitar el hipo. Ya se sabe, omnisciencia divina... y empeño maternal en una sociedad perfecta.
Ya no os cuento más. Escarbad vosotros mismos en internet, que la familia no tiene desperdicio.
Y qué queréis que os diga. Ni Quenton Nelson, ni Bradley Chubb, ni Saquon Barkley, ni historias. A mí lo que me interesa es quién elegirá a Imhotep. Un capricho y un lujo en el draft 2018. El primer arquitecto de la historia.
¡Ahí queda eso!