¿Sabes que el cross nació en la caza de liebres a la carrera?
Ayer se celebró el Centenario de los Campeonatos de España en Mérida. La especialidad nació en Gran Bretaña, en el siglo XIX, cuna de tantas cosas.
Este domingo se han celebrado los Campeonatos de España de Cross en Mérida, en las inmediaciones de las ruinas romanas y conviene recordar que Sebastian Coe intenta retroceder no a la época del cónsul Marco Vipsanio Agripa (por aquello de los vestigios romanos de Emérita Augusta, ciudad creada en el año 25 antes de Cristo), pero sí a las raíces del campo a través. A su dureza clásica. Aplaudo su decisión.
Y en Mérida hemos visto algo así: dureza extrema, lodo, viento, lluvia, y Ayad Lamdassem, campeón brillante, diciendo a este periódico que esto es lo que quiere, que disfruta con estas penalidades, que encanta la dureza de estas carreras. También aplaudo lo que dice.
El cross es un invento británico, y británico es Sir Sebastian. Y quiere viajar en el tiempo a aquellas épocas épicas del campo a través. No lo dice claramente, pero pretende que los Mundiales, al menos, que son los que dependen de su jurisdicción, escapen de los recorridos fáciles y poco atractivos, de esos que convierten el cross en algo parecido a una carrera en pista, en hipódromos, con gente a toda velocidad, sin más sufrimiento que el que conlleva la larga distancia sobre la que se compite, pero no los accidentes del terreno.
Cito a partir de ahora a los maestros Pedro Escamilla, fallecido hace muchos años, que dedicó su vida a Marca y que fue uno de los mayores expertos en atletismo, y a Roberto Quercetani, un sabio italiano. Estoy orgulloso por haber trabajado con él en un libro y del que guardo una amabilísima carta de agradecimiento. Inciso: el hijo de Pedro Escamilla, Miguel Ángel, trabajó durante años en As, brillantemente, y cuando él cambió de empresa (se fue a Radio Nacional de España) fui yo quien le sustituyó en este periódico. Pero, como diría el tabernero de Irma la Dulce, obra maestra de Bily Wilder, esta es otra historia.
Vamos a lo que interesa. El cross se popularizó en Gran Bretaña terminada la Guerra de Crimea, que pasa por ser la primera en la que hubo lo que ahora llamamos corresponsales de guerra. Fue alrededor de 1856. Pero llamar a aquello cross era un poco atrevido. Se trataba de cazar liebres a mano, corriendo tras ellas. Había una pequeña trampa: otros cazadores cerraban el paso al animal, porque de otra forma hubiera sido imposible.
También utilizaban perros: los lebreles (harries, en inglés) y los sabuesos (beagles). Posteriormente, no pocos clubs atléticos británicos adquirieron esas denominaciones. Para abreviar: como las piezas a cobrar comenzaron a ser escasas, los cazadores adoptaron vestimentas de sportmen y sustituyeron la persecución cinegética por la competición deportiva. Para mantener un poco la tradición.
Los reglamentos, básicamente verbales de la época, establecían unas normas que ahora nos sorprenden: el recorrido debía tener tres quintas partes de praderas, una quinta de terrenos de labranza y otra de senderos o caminos forestales. Nada que ver con un hipódromo, instalación, por cierto, ya muy habitual en Gran Bretaña en aquellos tiempos.
No se trata de volver ahora a los terrenos de labranza, por ejemplo, porque ya me imagino cómo se pondrían los labradores al ver pasar por sus tierras un tropel de gente en pantalón corto de toda raza y condición.
Pero sí se trata de endurecer las cosas. A que el cross no sea el equivalente a una carrera en pista. A que haya dureza, pelea no sólo con los rivales, sino con el terreno. A volver a las raíces.
Yo ayer disfrute extraordinariamente con una carrera magnífica, con atletas espléndidos y peleones, con hombres y mujeres batallando contra el lodo, contra ellos mismos (su fatiga) y contra todos los demás. Una maravilla.