Super Bowl LII, el grandioso show de Tom Brady contra... contra...
Se nos complica la sencilla opción de emparejar a los dos quarterbacks titulares de cada equipo de cara a vender el gran partido del año en la NFL.
Hay una norma básica para vender un gran partido: fíjate en una estrella de cada equipo y emparéjalos. No tiene excesiva importancia que no se defiendan el uno al otro o que no se vean en el campo más que de lejos, porque no estamos hablando de un mero análisis táctico aquí sino de algo más primario, más directo, como es el hecho de enfrentar figuras, personalizar el duelo, de tal manera que resulte más atractivo.
Y lo hace. El aficionado, en general, se pega más al espectáculo si puede identificarse con uno u otro y, si es con un carácter personal, más aún. Es por eso que los duelos venden tan bien, desde siempre. Que la NBA, tal y como la conocemos, surgió de enfatizar la lucha entre Magic Johnson y Larry Bird. Que el boxeo y el tenis, especiales por ser deportes individuales, alcanzaron sus cimas cuando dos personas se retaban casi a título único entre ellos. Que, ahora mismo, Messi y Cristiano Ronaldo son objeto de debate permanente, para bien de la industria que les rodea.
En la NFL sabemos bien de eso. Desde tiempo inmemorial se llevan vendiendo los duelos de quarterbacks. Han sido el pan y la sal de la mercadotecnia de la liga y de la mercadotecnia de la Super Bowl. Hemos vivido una era en la que cada Tom Brady vs. Peyton Manning era celebrado como un combate personal.
Y, desde luego, cada vez que llega la gran final lo que tenemos en todos los posters, en los anuncios televisivos y en cada web es la imagen de los dos quarterbacks mirándose a los ojos con fiereza.
Hay un problema para esta Super Bowl LII. Se llama Nick Foles y es el QB de los Philadelphia Eagles. Ni tiene cartel ni se le puede aplicar la condición de estrella por muy voluntarista que quiera ser uno. Y eso que los hay que no quieren bajarse de su mecánica rutinaria y lo intentan con pasión. Fallan, a mi entender, porque una cosa es simplificarlo todo para que sea la pelea al sol de dos hombres y otra pretender que este partido sea el épico duelo entre Tom Brady... y Nick Foles.
Por supuesto, sólo estoy hablando del envoltorio, de la forma de contarlo, de la necesaria y siempre señalada para mal publicidad. No estoy hablando de lo que realmente pase en el campo. No.
Pero a la hora de hacer este artículo, recurrente y obligatorio en una semana como esta, siempre presente cuando llega un gran acontecimiento, la verdad se impone: no hay manera de hacer un duelo de esta Super Bowl.
No entre Tom Brady y Nick Foles, como he dicho. Los Philadelphia Eagles están por encima de quien esté ejerciendo de quarterback y cualquiera con dos dedos de frente sabe que es absurdo querer equiparar a uno y otro, equipararles en la importancia de sus conjuntos y de la potencial victoria.
No entre Tom Brady y, pongamos, Fletcher Cox, el jugador mejor pagado de los Eagles y, es fácil argumentarlo, el tipo más diferencial del grupo, si es que tal cosa existe con estos 53 hombres de la plantilla de Philadelphia. No, porque no lo conocería casi nadie de aquellos a los que está dirigido este tipo de mensajes.
No entre Tom Brady y Carson Wentz, que sin duda sería un reclamo más que legítimo, porque, errrr, es que no va a jugar el pobre Wentz, que sigue lesionado.
No hay manera. Esta Super Bowl LII no está exenta de grandes estrellas para los que seguimos la liga. Podríamos hablar de Zach Ertz, de Jay Ajayi, de Nelson Agholor, de Alshon Jeffery, de Lane Johnson, de Brandon Graham, de Malcolm Jenkins, de Mychal Kendricks... pero bien sabéis que no es eso a lo que me estoy refiriendo. Y es que el que quiera que este partido sea el duelo de Tom Brady contra... contra... contra quien sea, está equivocando la diana. Y no hay manera de soslayar eso.