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New England Patriots' quarterback Tom Brady throws against the St. Louis Rams' in the first half of Super Bowl XXXVI in New Orleans, February 3, 2002.   REUTERS/Mike Blake
MIKE BLAKEREUTERS

Entre 1979 y 1993 el quarterback titular de los New York Giants era Phil Simms. Sí, el mismo. Ese señor que durante muchos años ha levantado pasiones como comentarista de NFL en la CBS, ganándose una legión de detractores y consiguiendo que algunos de sus comentarios se convirtieran en bromas virales. Simms posiblemente no haya sido uno de los mejores analistas televisivos de la NFL, pero como quarterback marcó una época en los Giants. Poco después de que colgara el casco y la coraza retiraron su número y le incluyeron en el anillo de honor de su estadio.

Durante su larga carrera de catorce años como quarterback de Nueva York, ganó dos Super Bowls: en 1986 a los Broncos de Elway y en 1990 a los Bills de Kelly. En la primera completó 25 de 22 para 268 yardas y tres touchdowns. Su quarterback rating en el partido fue de 150,92, el más alto de la historia de la gran final. En la segunda sus números no son relevantes. Básicamente porque no la jugó. Se lesionó en la semana 14 (curiosamente en un partido en que los Giants cayeron derrotados ante los Bills), y el resto de la temporada jugó en su puesto Jeff Hostetler. ¿Quién? Sí, sí, Jeff Hostetler. Un tipo feo y con bigote del que se acordarán los más veteranos y que no solo fue el titular en la gran final, lo hizo tan bien en aquel partido que hasta le arrebató la titularidad a Simms en las dos siguientes temporadas. Después pasó cuatro años con los Raiders, dos en Los Angeles y otros dos en su nueva sede de Oakland, y terminó retirándose tras un paso fugaz por los Redskins.

Los esforzados del emparrillado

¿A qué viene esta historia? Pues a que me he tenido que remontar hasta 1990 para encontrar un equipo ganador de la Super Bowl con un perfil de quarterback similar al que tienen Foles, Keenum o Botles. Esforzados del emparrillado, jornaleros de la NFL, que ennoblecen su labor con una profesionalidad a prueba de bombas (al menos en dos de los tres nombrados), pero que están lejos de la élite de la NFL en su posición y aún no tienen asegurado un puesto de titular en la NFL en la próxima temporada regular. Es más, para tener alguna remota posibilidad, Foles y Bortles necesitarían ganar el anillo.

Remontándonos en el tiempo, algunos diréis que Trent Dilfer, ganador de la XXXV Super Bowl con los Ravens, o Brad Johnson, que consiguió su anillo en la XXXVII con los Buccaneers, podrían estar metidos en el mismo saco.

Dilfer y Brad Johnson

El caso de Trent Dilfer difiere en que llegó a la NFL como estrella, elegido en el sexto pick de primera ronda del draft de 1994 por los Bucs. Después de cinco decepcionantes años como titular en Tampa, se marcó a Baltimore como suplente de Banks, al que arrebató la titularidad porque éste era aún peor. A partir de ahí enlazó una temporada perfecta con siete victorias consecutivas en temporada regular y el título de campeón con unos Ravens que le pusieron de patitas en la calle de inmediato. La decisión fue muy polémica y más después de que el equipo de Baltimore no levantara cabeza con Grbac al año siguiente. Pero la realidad es que desde entonces Dilfer tampoco levantó cabeza y fue dando tumbos de Seattle a Cleveland para acabar su carrera en San Francisco.

Brad Johnson tampoco tiene el mismo perfil que Foles, Keenum o Botles. Él era ya un veterano que llevaba once años en la NFL cuando ganó la Super Bowl con los Buccaneers. Había sido titular dos años en Minnesota, otros dos en Washington y era su segundo al frente de la ofensiva de los Bucs. Después de haber sido elegido en novena ronda del draft, nunca fue quarterback franquicia en ningún equipo, pero tras pasar sus primeros cuatro años casi inédito en los Vikings, se convirtió en un quarterback legítimo, casi siempre con récords ganadores, que en su carrera jugó siete partidos de playoffs como titular en cuatro temporadas diferentes, con cuatro victorias y tres derrotas. A pesar de sus habituales cambios de equipos, siempre llegaba a su nueva franquicia como titular indiscutible y además respondía. Otra cosa es que, en mi opinión, arrastrara el sambenito de ser un jugador de 9ª ronda. Siempre he creído que, pese al anillo que ganó, la NFL nunca fue justa a la hora de juzgar la auténtica calidad y el talento de Johnson.

¿Tom Brady y Big Ben?

Por último, algunos también pueden argumentar que el Tom Brady de la XXXVI Super Bowl y el Big Ben de la XL deberían estar en el caso de los tres protagonistas de este año. Ambos ganaron el anillo cuando no eran nadie, ni siquiera jugadores decisivos, y vivían sobre todo de la calidad de su defensa y el talento de su entrenador. En el caso de Tom Brady incluso hubo una agria discusión en la siguiente offseason, cuando muchísimos analistas y aficionados de New England criticaron la decisión de Belichick de prescindir de Bledsoe, una estrella de la NFL, para apostar por un chavalito elegido en sexta ronda y con pinta desgarbada. Sin embargo, tampoco me parecen casos parecidos. Brady y Roethlisberger estaban dando los primeros pasos de su carrera y no había elementos de juicio para prever su futura progresión.

Bortles, Foles y Keenum

Foles y Keenum llevan en la NFL seis años y Bortles cuatro. El de los Jaguars siempre ha sido titular porque fue una inversión a fondo perdido en una franquicia que ha sido un despelote entre 2014 y 2016. Después de muchas fiestas y mucho vivir la vida, junto a unas deficiencias técnicas exasperantes y nunca corregidas, es complicado que los de Jacksonville hagan efectiva la opción de ampliar un año más un contrato que les costaría 19 millones de dólares. Ganen o no el anillo, los Jaguars se lo quitarán de encima en los próximos meses salvo sorpresa mayúscula. Si ganara, sería sin duda y con diferencia el peor QB ganador del anillo de la NFL moderna.

El caso de Foles ha sido más curioso. En su primer año como titular en los Eagles nos dejó a todos impresionados. Echaba fuego por los ojos y de sus brazos brotaban rayos. 27 touchdowns, dos intercepciones y un rating de 119,2 al mando del novedoso ataque de Chip Kelly en su momento culminante. Pero desde entonces ha vivido en un agujero negro. Un tipo sin ángel ni fuerza en el brazo que confirmó los peores augurios en 2015 como titular en los Rams. Aún tiene un año de contrato con los Eagles y todo apunta a que, salvo que aparezca algún equipo desesperado dispuesto a negociar un traspaso, gane o pierda el anillo Nick Foles tendrá una larga y tranquila trayectoria como quarterback suplente de lujo. Y poco más.

La historia de Keenum es aún más rocambolesca. Pasó de no ser drafteado en 2012 a jugar ocho partidos como titular en los Texans en 2013 porque no había otro. Su equipo perdió los ocho encuentros y aunque él empezó bien, muy pronto se quedó en nada. En sus dos siguientes años siguió la misma tónica. Era titular en unos pocos partidos cuando no había de quién tirar y no lo hacía ni bien, ni mal, sino todo lo contrario. En 2016 fue titular en los Rams, pero solo como solución provisional hasta que Goff estuviera preparado. Y tampoco hizo nada especial para que tuviéramos la sensación de que ahí se escondía un diamante en bruto. Si lo pensamos, este año también emergió como titular porque no había otro del que tirar. La diferencia es que ha jugado de maravilla. Con una seguridad asombrosa, mimo al balón y resultados óptimos. Quizá sea tarde, y le falte el talento, para convertirse en una estrella en la NFL, pero quizá estemos viendo nacer un caso similar al de Brad Johnson. Un tipo al que siempre se le mira de reojo pero que sabe hacer bien su trabajo domingo tras domingo.

Como poco, estamos a punto de vivir el fin de semana de finales de conferencia con quarterbacks menos vistosos de la historia de la NFL. Y hoy hay un 75% de posibilidades de que el quarterback del equipo campeón sea uno que pasaría a la historia precisamente por eso: su falta de glamour.