Las desventuras navideñas de un fan de la NFL y la NBA
Las ligas profesionales norteamericanas no nos lo han puesto fácil para seguir perteneciendo a la sociedad en estas fechas tan señaladas.
España cierra por vacaciones entre el 22 de diciembre y el 7 de enero. Eso no significa que se pare de trabajar o que los comercios no estén abiertos, que vaya si lo están; significa que durante esos días hay un ambiente general de poco entusiasmo por la tarea. Con los críos sin colegio, los jóvenes sin obligaciones y las empresas cerrando año, lo normal es abonarse a las comilonas, los excesos alcohólicos y las obligaciones sociales propias de estas fiestas.
El problema para algunos de nosotros es el redoble en el esfuerzo de algunas competiciones deportivas por hacernos parecer bichos raros alejados del contexto en el que vivimos. Lo saben los seguidores de la Premier League también, por ejemplo, pero nada comparable a lo que sufrimos los fans del deporte norteamericano.
La NBA programa para el día de Navidad una de sus jornadas más especiales del año, y sin duda la más importante de la temporada regular. La NCAA vive sus clásicas Bowls de fin de año, la guinda a la campaña, y pone toda la carne en el asador el día de Año Nuevo con la disputa de las semifinales del campeonato nacional. La NFL es, si cabe, aún más arrogante: no le importa lo más mínimo que sea Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo, Reyes o el Día del Juicio Final, porque si es domingo se juega. Y punto. Que se adapte el calendario gregoriano, que se adapten las fiestas o que no hagan nada, que a ellos les da igual.
Y a nosotros, a mí, también, porque si hay NFL, se ve. Y punto. Todo lo demás ha de adaptarse a ese hecho innegociable.
El día 24, Nochebuena, cumpleaños de mi madre, cené en casa de mis suegros. Mi mujer y yo somos la típica pareja que discute cada año por ver donde se pasa esa velada tan tradicional: ella empuja para ir con mi familia y yo conspiro para ir con la suya. La guinda la pone la que me dio a luz, que prefiere que no estemos, y mi padre, al que es difícil localizar un día cualquiera e imposible en fiestas. Así que suelo ganar yo.
En casa de mis suegros no hay internet, por lo que este año me salió el tiro por la culata, ya que me puse ciego de pulpo y costillas al horno, pero de seguir la NFL nada. Y mientras el cefalópodo con pimentón y cachelos se me agolpaba hasta taponar la glotis, yo sólo pensaba en el Patriots-Bills. Cuando el turrón hizo su aparición, y mientras los niños se abalanzaban sobre el de chocolate, los Seahawks ponían punto y final a la temporada de los Cowboys.
No lo sabía entonces, claro. Champán, coñac, gin tonic, prueba este whisky, Pepe. Y el retorno al hogar maternal, mareado, ido, con los dedos echando humo sobre el móvil preparando el Red Zone del Game Pass para verlo en diferido.
En diferido. Pequeño eufemismo. Durante los dos días siguientes no hice otra cosa que ver el Red Zone y parar de hacerlo para atender alguna palabra, algún requerimiento, a algún ser humano, ya fuese familiar o amigo, que quería interaccionar conmigo. Luego dicen que me quieren. Ya. Ver diez minutos, "hola, qué placer verte", ver diez minutos, "hay que comprar el regalo de tal sobrino", ver diez minutos, "Coño ¿ahora estás en Barcelona?", ver diez minutos, "hay que comprar el pan", ver diez minutos, "¿echas un vaso?", ver diez minutos.
En un momento dado, con el móvil encima de la mesa, mi hijo me espetó: "cuando me acosté, estabas viendo la NFL. Cuando me levanté, lo mismo. Ahora, ahí sigues, ¿cuánto dura eso?". Toda una vida, colega, toda una vida.
El 27 de diciembre, a las 19:44, hora zulú, concluí mi visionado de la jornada 16 de la NFL 2017. Albricias. Vuelta a la vida. Vuelta a ver whatsapp y twitter, que estaban vetados para evitar el seguro spoiler. Vuelta a la dignidad de ser una persona completa en sociedad ¿verdad?
No tan rápido, amigos míos, porque no iba a ser tan fácil saltarme el hecho de que, por narices, tenía que ver la jornada navideña de la NBA. ¿Los cinco partidos? Los cinco partidos. Abandoné Cangas del Narcea camino de Madrid entre la incomprensión de los ajenos y la comprensión de los míos. La comprensión de que no hay solución, que soy un caso perdido.
Más duro aún fue lo de Nochevieja. Jornada 17 de la NFL. Definitiva. Y... los Buffalo Bills, mis Buffalo Bills, con la oportunidad de meterse en playoffs por primera vez en dieciocho años, que se dice pronto.
He aquí la prueba de fuego definitiva, esa línea que separa, ya para siempre, a un hombre cuerdo de un guiñapo consumido por su hobby. ¿Sería capaz de saltarme la cena de Nochevieja, incluidas las uvas, por ver NFL? Lo de la fiesta posterior ni lo nombro, que no hay noche que más me aburra salir a tomar algo y hace ya muchos años que lo abandoné.
La pregunta se responde sola, por supuesto. Ni cené, ni fui a ninguna casa familiar, ni hice nada especial con mis hijos, ni preparé nada: a las siete, como un clavo, seven hours of commercial free football empezaban.
Dong, Kyle Williams anota un touchdown. Dong, Patrick Mahomes da un pase que pone a Alex Smith en el paro. Dong, Jimmy Garoppolo, MVP. Dong, Nick Foles succiona la ilusión de los Eagles. Dong, un pase a Mike Evans que cambiará siete meses de tristeza por siete meses de ilusión en Tampa Bay. Dong, los Dolphins recuperan un onside kick, ay, ay, ay. Dong, Blair Walsh vuelve a fallar para concluir su temporada en un partido en el que están los Seahawks. Dong, Julio Jones rubrica la llegada de los Falcons a playoff. Dong, ¡los Bills ganan, los Bills ganan! Dong, Corey Coleman comete un drop que certifica el 0-16 de los Browns. Dong, Andy Dalton completa un pase a Tyler Boyd en cuarta y doce para vencer a los Ravens. Dong, los Bills están en playoff.
Feliz año nuevo a todos.