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Las celebraciones de la NFL son cada vez más grotescas

Siempre he añorado las celebraciones futbolísticas de mi infancia. Cuando los jugadores marcaban un gol en los años setenta, y en los ochenta, agitaban entusiasmados los brazos hacia el cielo mientras gritaban gol desgañitándose y corrían por el césped como alma que lleva el diablo sin dirección concreta hasta que se fundían en una montonera. Era un éxtasis, casi un orgasmo. Una reacción auténtica y una explosión de alegría. Una consecuencia natural que no chirriaba y que transmitía felicidad por todos los poros.

Poco a poco la cosa se fue enfangando. Y llegaron las cucarachas, las esnifadas y todo tipo de celebraciones incalificables que, con más o menos éxito o gracia, quizá funcionaran mejor desde el punto de vista del marketing, pero perdieron naturalidad. Dejaron de ser auténticas.

Punto y aparte es la NFL, que a finales de los ’90 comenzó a ponerse seria con esas nuevas celebraciones histriónicas y decidió cortar por lo sano. Primero prohibió el entonces tradicional saludo militar de los Denver Broncos y poco a poco intentó ponerle puertas al campo. Llegó un momento en el que un alto porcentaje de touchdowns terminaban con pañuelo amarillo por culpa de la celebración posterior. Y eso tampoco tenía sentido.

Por fin, en la última offseason, la NFL decidió volver a levantar la mano, y permitir las celebraciones otra vez, dejando al libre albedrío de los árbitros la facultad de sancionarlas si las consideraban ofensivas o exageradas.

Y como era de esperar, los árbitros se marcan partido tras partido un ‘Poncio Pilatos’ y se lavan las manos indiferentes ante las posibles payasadas que puedan perpetrar los jugadores.

La consecuencia es que este año estamos contemplando estupefactos una parada monstruosa tras otra después de cada touchdown. Antiguos gladiadores haciendo ahora bobadas grotescas mientras el público les señala y se ríe como si estuviera viendo a los payasos en el circo.

Creo que para este viaje no hacían falta alforjas. Casi habría sido mejor que la NFL hubiera seguido tirando de las riendas de las celebraciones para evitar que ese caballo se desbocara.

Y claro, las redes sociales, ese nuevo continente artificial en el que demasiadas veces reina lo histriónico, están encantadas mientras se hacen recopilaciones con las ‘mejores celebraciones de la NFL’, el ‘Top 10 de celebraciones’, se hacen encuestas para ver a quién se le ocurre una nueva celebración más hortera que la anterior y, en fin, se está creando un nuevo universo virtual alrededor del asunto.

Cada vez que veo una de esas nuevas minirepresentaciones teatrales de unos pocos segundos en que se han convertido las irrupciones en la red zone, me acuerdo de Jerry Maguire, una película muy divertida en su momento, y que probablemente esté envejeciendo bastante mal. En ella, el segundo protagonista es un jugador que se pasa la película pidiendo más pasta y que al final la consigue gracias a que se pone a hacer el payaso sobre el emparrillado en el mismo instante en que consigue tener sobre si todos los focos.

Entiendo que en este tema muy probablemente esté remando contracorriente, y que a la mayoría de vosotros os encante ver a tipos imitando carreras de sacos, juegos de bolos, luchas de espadas, cenas de Acción de Gracias y demás mamarrachadas, pero creo que poco a poco este deporte se está desvirtuando también con esas cosas. Se está perdiendo la naturalidad a marchas forzadas, la alegría desbordante está mutando hacia la gracieta prefabricada y lo que hasta hace muy poco era un deporte increíblemente espectacular va mutando hacia un espectáculo infantil maquillado de evento deportivo.

Además, la NFL está fomentando este tipo de detalles dentro y fuera del emparrillado. Como si fuera lo único que se le ha ocurrido para frenar la bajada en los índices de audiencia. Primando el espectáculo teatral y organizado, casi enlatado, sobre la imprevisibilidad que convierte el deporte en mágico y que ha sido siempre uno de los puntos fuertes de esta competición.

En 15 años hemos pasado de vídeos con las mejores jugadas defensivas a otros con las acciones más divertidas. Mientras, los guerreros de antaño van poco a poco convirtiéndose en actores que en vez de terror provocan risa.

Qué queréis que os diga. Casi prefería que las celebraciones siguieran prohibidas. Asumo que ya es imposible recuperar el éxtasis de un touchdown; las algarabías con los brazos en alto y gritos entusiasmados que enardecían a las gradas en una reacción multitudinaria, contagiosa, y con un maravilloso olor a auténtico.

Y por algo será que en las anotaciones más especiales, esos touchdowns que son a vida a muerte, resucitan las montoneras y los abrazos sinceros que, en vez de gracia, nos producen una felicidad (o desolación) absoluta.