Las "Black Ferns" se adjudican su quinto Mundial en Irlanda

Olía a partido de los que hacen época. En el Kingspan Stadium, en una ciudad que respira rugby como Belfast, capital del norte de un país partido por la religión y la política que es una de las mecas de este deporte, con las gradas repletas y, sobre el pasto, las dos selecciones más laureadas del rugby femenino internacional. 

Y no defraudó. Nueva Zelanda e Inglaterra se batieron el cobre durante 80 minutos como si al día siguiente el rugby fuera a ser prohibido en todo el globo. Cómo si en Irlanda fuesen a bailar su última Haka, o a deshojar la última rosa. Fue un partido plagado de alternativas. Inglaterra salió en tromba pero se encontró con un ensayo de Viniata en el 8' que no fue transformado. Scarratt, la elegancia hecha zaguero, acercó posturas con un golpe de castigo y en el 25' Joy Neville, la árbitro hoy, cansada de que las neozelandesas boicoteasen las melés contrarias (que estaban perdiendo con una facilidad pasmosa), decidió conceder un ensayo de castigo que Lydia Thompson consolidó con otro en el 32 (Scarratt convirtió). Respondió Matua con un try y al descanso el marcador lucía 17-10.

En la segunda parte ambos equipos continuaron haciendo la goma. Pero Nueva Zelanda ya estaba montada en la cresta de la ola. Firmaron cinco ensayos (otro de Viniata y dos más de Matua, entre ellos) y pusieron un 25-41 imposible de remontar con sólo 10 minutos por delante. Inglaterra lo intentó entre imágenes de sus aficionados cariacontecidos en la grada. Pero la defensa neozelandesa ya había echado el cierre y no estaba dispuesta a conceder ni un metro más. Entre errores de las británicas murió el encuentro y Nueva Zelanda es ya pentacampeona del mundo. Su rugby dinámico, vertiginoso, al más puro estilo del hemisferio sur, se impone. Y Portia Woodman, qúe vamos a decir a estas alturas, con 13 ensayos y 65 puntos, se erige como la gran figura del rugby femenino mundial.