Los fantasmas de la Super Bowl que perseguirán a Shanahan
El que será nuevo entrenador de los San Francisco 49ers se va de los Atlanta Falcons con un muy cuestionable plan de juego en la dura derrota contra los New England Patriots.
Kyle Shanahan salió de la cabina desde la que siguió la Super Bowl LI, en la cima del NRG Stadium, y se dirigió a los ascensores. Rumiando la más dolorosa derrota acaecida en una final de la NFL, se encontró en medio de un mar de aficionados de los New England Patriots que hacían mofa y befa de su persona. No es que fuese la gota que colmó el vaso, que por aquel entonces debía de ser un pequeño utensilio para beber situado en el fondo de una gigantesca piscina, pero le sirvió para mandar al carajo a más de uno y a la mierda a un periodista.
Muy entendible. Si eres un ser humano no puedes por menos que sentir empatía por su situación. No se pasa todos los días de tu vida, en apenas un par de horas, del niño bonito de toda una profesión al centro de las críticas y, mucho más importante, a ser el derrotado en la más alta ocasión que vieron los tiempos del football. Tiene que doler. Una barbaridad.
Porque el ego es poderoso como aliado, pero devastador como enemigo, y ayer el ego le pegó una patada a Shanahan que le va a mandar a San Francisco con el sentido de la humildad en el sitio correcto.
Kyle Shanahan va a ser el próximo mandamás de los San Francisco 49ers, no sólo entrenador sino que un escalón por encima del general manager, y de forma muy merecida. Se lo ha ganado tras años de fabuloso trabajo como coordinador ofensivo y tras su obra maestra, este ataque de los Atlanta Falcons que ha rivalizado todo el año con los mejores que recordamos en la NFL, como aquel de los Saint Louis Rams del 99 al 2001. Y llega, también, con la seguridad de que metió la pata en la Super Bowl en la que los Patriots les remontaron 25 puntos para quitarles el Lombardi Trophy en sus propias narices.
Porque el que va a ser entrenador jefe de los San Francisco 49ers cometió el pecado supremo de la juventud frente a ese puñetero amo de la serenidad que es Bill Belichick, entrenador de los Patriots, y se hundió en la negrura por la que tantos antes que él pasaron: querer ser los más listos.
Es un mal endémico. Asustados ante la presencia del más grande, los coordinadores y entrenadores tratan de darle una vuelta de tuerca a su sistema para pillarle por sorpresa. En vez de hacer lo que les ha dado gloria quieren meterse en una pelea de estrategas con el maestro de la capucha. Y, claro, este no tiene más que esperar a ver como se cuecen en su propia salsa.
Ser diferente el día menos indicado
Los Atlanta Falcons salieron al campo de la Super Bowl, en ataque, a hacer algo diferente. Los dos primeros drives no avanzaron nada y tuvieron que dar pegar sendos punts. Ante la inoperancia de no buscar los tight ends, de no mirar a Sanu en tercer down, de buscar jugadas de carrera extrañas, volvieron a su ser en los dos siguientes ataques y anotaron con relativa facilidad. A partir de ahí, el caos.
Ningún plan de juego sobrevive a las circunstancias de un partido. Lo que pasa, lo que cambia el marcador y como reacciona el equipo contrario te gira por completo. Mucho más ante los Patriots, los que mejor se adaptan a cualquier circunstancia. El ataque de los Patriots se adaptó a no correr. La defensa de los Patriots, más aún, se adaptó a la nueva propuesta de Shanahan en la segunda mitad y le destrozó. Por completó.
No sólo le anuló sino que le sacó del campo a golpes. Apenas si les dejaron estar sobre el césped, llevando el tiempo de posesión a extremos asesinos para los Falcons pues la defensa se agotó y acabó rendida, sin opciones. Shanahan no pudo cambiar eso, no pudo mantener una carrera que estaba siendo notable y que desapareció cuando los Patriots se abrieron para impedir que les atacaran por los costados: los Falcons no reaccionaron. No fueron capaces de mejorar la protección cuando la DL de New England olió sangre, no fueron capaces de buscar sus célebres rutas en tercer down, las mejores de la liga, y que se quedaron en nada. Intentaron ser más inteligentes, ir un paso por delante, de Belichick y, en la segunda mitad, nada funcionó.
Al punto de que cosas básicas, dignas del manual más simple del football de situación, se gestionaron muy mal. En el tercer y cuarto periodo, los Falcons comenzaban sus jugadas con mucho tiempo aún en el reloj de posesión, sin agotarlo ¿por qué? En el momento clave, a falta de cuatro minutos y pico, y en la yarda 22, con ocho puntos de ventaja, gestionaron el ataque de forma tan pésima que acabaron fuera de field goal range. No ordenar tres carreras que, aún no consiguiendo yardas habrían valido para quemar valiosísimo tiempo del reloj y hubiesen dado lugar a un field goal más que asumible, es algo incomprensible. Algo que sólo se entiende porque quisieron engañar al más listo de la clase, con catastróficos resultados.
Esta clase de situaciones son durísimas. No conozco a Kyle Shanahan, pero no me extrañaría nada que le costase conciliar el sueño durante un tiempo, y tampoco me extrañaría que comenzase su andadura en los 49ers con pies de plomo. Golpes al ego como el que ha sufrido el niño maravilla de la NFL en la Super Bowl LI son de los que cambian a las personas. De aquí se puede salir más sabio o se puede uno hundir. Nada hace sospechar que pase lo segundo; bien al contrario, un tipo de esta inteligencia aprenderá de esta debacle. Porque estoy seguro que él sabe que se ha equivocado, y que los fantasmas de este partido le perseguirán durante un buen tiempo.