La culpa, a veces, sí es de los árbitros
Culpar a los árbitros es de mal perdedor, dicen. Pero lo cierto es que, a veces, el impacto que los cebras tienen sobre un resultado puede ser decisivo. Y no sólo para un partido concreto.
Los Houston Texans llegaron a México como claras cabezas de turco. Sí, eran líderes de su división y con un lustroso récord de seis victorias y tres derrotas. Pero se enfrentaban al nuevo niño bonito de la NFL, al equipo de moda (y no sin merecimiento): los Oakland Raiders. A pesar de eso, Houston mantuvo a Oakland a raya durante buena parte del encuentro y a pocos minutos del final tuvo el partido en sus manos. Falló, Oakland no, se llevó los puntos, y llegó la inevitable narrativa:
Los Raiders ganaron porque confiaron en su quarterback (un buen quarterback) y los Texans perdieron porque en el momento de la verdad no se fiaron de Brock Osweiler. Además en lugar de ir a por una anotación segura se la jugaron en un cuarto down a falta de una yarda dejando tiempo más que suficiente a los Raiders para recorrer el campo entero. Quarterback wins, al fin y al cabo. Una narrativa fácil.
Y además de fácil, una narrativa falsa. Vayamos paso a paso.
Quedan seis minutos y 31 segundos para el final del partido y el marcador está empatado, 20 a 20. Los Texans han consumido casi cuatro minutos del reloj y han alcanzado la yarda 15 de Oakland. Tienen un field goal más que a tiro para ponerse por delante del partido. Una opción obvia es lanzarlo, ponerse tres puntos por delante y dejar el partido en manos de su defensa, una buena defensa.
Pero aquí entran en juego otros condicionantes: el partido se juega a más de 2.250 metros de altitud, y eso pasa factura a los jugadores, especialmente en el lado defensivo. La de los Texans, en concreto, ya ha empezado a dar síntomas de no estar al 100%, de haber bajado el pistón. No en vano, en el drive inmediatamente anterior Oakland anotó un touchdown en una jugada de 75 yardas. No es habitual que los Texans concedan este tipo de big plays. Algo falla, y el físico parece la opción más probable.
Los Texans además habían hecho un buen trabajo tapando el juego de carrera de los Raiders, pero estos a su vez habían descubierto el flanco débil de los de Houston: los running backs de Oakland sumaron más de 100 yardas en jugadas de pase corto y con yardas ganadas después del pase.
Así que Bill O’Brien tiene que decidir entre ponerse tres puntos por delante y dejar a Derek Carr y los suyos seis minutos, dos tiempos muertos y el two minute warning para remontar el partido… o confiar en su ataque para ganar una última yarda en cuarto down, tener tres nuevas oportunidades de conseguir un touchdown o, como mínimo, consumir otros dos minutos de reloj (salvo que Oakland quisiera quemar sus tiempos muertos, lo que habría sido otro beneficio añadido).
Decidió confiar en su ataque. Más concretamente en sus running backs (sí, Bucky Brooks, confiar en los running backs es tan perfectamente legítimo y razonable como hacerlo en el quarterback). Y sus running backs respondieron a esa confianza logrando esa yarda que les separaba del primer down. Lo vio todo el mundo. En directo y en las repeticiones… menos los árbitros. No lo vieron sobre el campo, y eso ya tiene delito. Pero tampoco lo vieron en uno de los reviews más claros que el que aquí firma recuerda.
O’Brien, que había tomado la decisión acertada y podía ya relamerse con, como mínimo, una ventaja de tres puntos y menos de cuatro minutos en manos de los Raiders para enjugar la diferencia, de repente se encontró con el balón en manos de un rival que tenía más de seis minutos. Esto sin contar con los minutos extra de descanso de los que habría disfrutado su defensa, que a buen seguro lo habría agradecido.
¿Habría sido suficiente ese primer down para garantizar la victoria de los Texans? Puede que sí, puede que no. No hay garantías. ¿Pero es posible negar que el evidente fallo de los árbitros dejó en bandeja el partido a los Raiders? No, no es posible. La influencia de esa decisión cambió el final del partido, sin lugar a dudas.
Y no sólo eso: en juego había mucho más que ese partido. Si los Texans hubieran vencido, habrían empatado a siete victorias y tres derrotas con los Raiders. Con el enfrentamiento directo a su favor, además, se habrían colocado segundos en la clasificación de la AFC. Recordemos: semana libre en la primera ronda de playoffs y un partido en casa, donde Houston se crece. Y un calendario asequible hasta final de año con partidos ante los Titans, Colts, Jaguars y unos Packers y Bengals en horas bajas.