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BOXEO

"Si quieren a un portero, que fichen a Zubizarreta"

Perico Fernández fue el primer púgil español que logró retener el cetro mundial, pero su trayectoria profesional y su vida sufrieron un duro declive.

Perico Fernández celebra su título de campeón de Europa.
DIARIO AS

Perico Fernández (Zaragoza, 19-02-1952) consiguió con el boxeo lo que la vida le había negado. “No tuve padre ni madre. ¡La de palos que me llevé de crío! Me animó a boxear un carpintero del hospicio (en el que se crió) que montaba los rings”, recordaba. 

El chaval, listo porque así lo dicta la ley de la calle, encontró que tenía un don: la pegada. Le echaron del orfanato tras una pelea, se vio desahuciado, encontró a Martín Miranda en su gimnasio de Torrero y se labró un camino que le llevó a ser campeón de España, de Europa en dos pesos y del mundo en 1974 con 21 años. Disputó 125 batallas, con 82 victorias (47 antes del límite), 28 derrotas y 15 nulos.

El día que se ciñó la faja de campeón mundial (CMB) del superligero en Roma derrotó al japonés Lion Furuyama a los puntos. Entonces, Fernando Vadillo le radiografió en AS como “un snob del boxeo”. La otra gran pluma de la época, Manolo Alcántara, le definió como “un “bohemio”.

Igual podía echarse un par de cervezas y comer medio kilo de queso antes de ganar el Europeo ante Piero Ceru que protagonizar un exhibición en Barcelona contra Joao Henrique. Su mejor combate. “Yo era cobardica”, se definía Perico. Pero vencía al miedo porque fuera hacía más frío.

El día que peor lo pasó fue ante “el chino” (así le llamaba) Saensak Muangsurin. Viajó a Bangkok en 1975 a defender su Mundial y el tailandés, que era una roca y venía del boxeo tai, le derrotó (KOT, 8º). “Me drogaron, fue una encerrona”, se quejó siempre Perico, que acabó temiendo a La Sombra del Diablo. En la revancha en Madrid, en 1977, no le quiso mirar a los ojos. “Si le miro, me hipnotiza”, decía. Perdió por puntos.

Después ya no fue el mismo. Aguantó diez años más en el ring. Se casó varias veces, se gastó todo y subsistió vendiendo a amigos los cuadros que pintaba. En los ochenta entró en barrena. El ayuntamiento le ofreció un trabajo de conserje. “Si quieren un portero, que fichen a Zubizarreta”, fue la respuesta del chico del hospicio. Del campeón.