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Baltimore Ravens

El matrimonio entre Trestman y los Ravens terminó en divorcio

El coordinador ofensivo llegó al equipo para demostrarle al mundo que Joe Flacco es un quarterback élite y dos años después nos quedamos sin saberlo.

El matrimonio entre Trestman y los Ravens terminó en divorcio
Todd OlszewskiAFP

Hay matrimonios que ya de entrada tienen mala pinta, tipo “esto no va a durar mucho”. Algo que casi siempre es obvio para los que lo ven desde fuera, se convierte en nebulosa según hay más confianza con los miembros de la pareja, y es invisible para los que se juran amor eterno.

Algunos de esos enlaces temerarios de entrada son muy atractivos, emocionantes. Con el viejo argumento de que los grandes odios son los grandes amores. Y aunque todo el mundo tiene claro que están abocados al desastre, incluidos los interesados, ambos terminan por lanzarse por el precipicio a ver si hay suerte, suena la flauta, y al final son felices y comen perdices.

El matrimonio entre Marc Trestman y los Ravens era una de esas relaciones de precipicio inminente. El equipo de Baltimore ha sido durante años el paradigma de la protección del balón, el ataque terrestre y la defensa agresiva. Pocas concesiones a frivolidades y mucho sentido práctico. Y Trestman, por el contrario, es el gran profeta del ataque aéreo. Un tipo que, si por él fuera, eliminaría el backfield como concepto futbolístico.

Trestman no es un jovencito. A los 60 años lleva mucho tiempo peinando canas. Después de más de 20 años recurriendo la NFL como entrenador de quarterbacks y coordinador ofensivo de distintos equipos, terminó recalando en la Canadian Football League, donde su filosofía ofensiva encajó como un guante. Las diferencias de reglamento y dimensiones de juego de la liga canadiense se adaptaban perfectamente a su estilo y ganó dos Grey Cup consecutivas además de ser elegido entrenador del año.

Esos éxitos le permitieron volver a la NFL por la puerta grande. Los Bears decidieron convertirle en su entrenador principal, probablemente en su enésimo intento de devolver a Jay Cutler a la vida. Trestman, un enamorado de la posición de quarterback, parecía el tipo ideal para sacar el máximo partido de un jugador que nunca había rendido al nivel esperado. Lo curioso es que Cutler se lesionó y Trestman supo sacar petróleo de Josh McCown, un quarterback del montón que rindió a un nivel increíble en su sistema eminentemente pasador. El éxito de Trestman en Chicago no fue más allá. Cutler se recuperó, volvió al equipo, e hizo lo esperado, destrozar con su indolencia el proyecto del enésimo head coach empeñado en resucitarlo.

Entonces, John Harbaugh se fijó en él para sustituir nada menos que a Gary Kubiak. De un gurú corredor a uno pasador de un día para otro. Nunca nadie explicó el motivo del peculiar matrimonio, pero parece más que claro. Joe Flacco, el autodenominado mejor quarterback de la NFL, quizá tenga un rendimiento extraordinario en playoffs, pero en temporada regular siempre ha tenido problemas para mover las cadenas si le obligan a tener protagonismo. A Flacco le gusta aparecer por sorpresa e intentar remontar a la desesperada, pero cada vez que le dan el balón se muestra errático e incapaz de coger ritmo. Por eso la idea de Trestman no parecía tan mala. Si fue capaz de que un tipo tan mediocre como McCown moviera con éxito un ataque aéreo, ¿Qué no conseguiría de una estrella como Flacco?

El plan no empezó bien en la pretemporada de 2015. Todavía no habían comenzado a sucederse las lesiones que asolaron a esa plantilla, pero rápidamente se vio que aquello no carburaba. En cuanto llegó la temporada regular la enfermería se llenó, incluido Flacco, y el plan de Trestman se volvió inviable. De hecho, los Ravens de hace doce meses volvieron a ser un equipo más parecido al de toda la vida, con muy pocas ganas de mirar al cielo y más convencido de que las victorias llegaban mejor por tierra.

Yo estaba convencido de que Trestman sería despedido en cuanto terminara la temporada. Era evidente que el matrimonio no funcionaba. Sin embargo, John Harbaugh quiso darle otra oportunidad. Para empezar, siguió sumando receptores con la llegada de Wallace, que se unía al inédito Perriman, un primera ronda que se perdió su año de rookie lesionado. Sorprendentemente, no buscó corredores de poder, como siempre le ha gustado tener a Baltimore, sino que siguió confiando en Forsett, que funciona mejor como receptor desde el backfield que como un halfback sin envergadura.

Trestman no tenía tan buenas estrellas aéreas como en Chicago, donde contaba con Marshall, Jeffery, Bennett y Forte (manda narices que Cutler haya sido incapaz de hacer nada a derechas con ese póker), pero sí parecía tener mimbres para poner en marcha su plan. Steve Smith, Aiken, Wallace, Perriman, Forsett, Ben Watson… tipos suficientes para meter receptores peligrosos en cada posible ruta, en cada esquina del campo.

Sin embargo, fue empezar la pretemporada y volver a ver que el matrimonio no funcionaba. Imposible. Nadie entendía nada. Y desde entonces, hasta que hoy John Harbaugh ha decidido poner a Trestman de patitas en la calle, simplemente hemos vivido una caída por el precipicio en la que todas las señales anunciaban el tortazo final. Primero fue la decisión de cortar a Forsett y apostar por un corredor puro como Terrance West mientras se recupera el lesionado Kenneth Dixon, y luego las declaraciones de Harbaugh, en las que aseguraba que le había pedido a Trestman que hiciera un plan de juego más equilibrado entre pase y carrera.

Solo había que sentarse a ver un partido de los Ravens para darse cuenta de que ese ataque no jugaba a nada. Ni a lo que quería Trestman, ni a lo que quería Harbaugh, que obviamente tenían ideas radicalmente diferentes. El heraldo del despido del coordinador ofensivo fue Joe Flacco, que pocas horas antes de anunciarse la decisión vino a decir que no tenía ni idea de lo que tenía que hacer sobre el campo, y que estaba frustrado y avergonzado.

A las pocas horas, se anunciaba el despido de Trestman.

Es verdad, no pintaba nada en Baltimore, el matrimonio posiblemente nunca tuvo sentido, pero él no tiene la culpa. Ni de que Flacco fuera nunca capaz de entender su filosofía de juego, ni de que Harbaugh nunca se atreviera a soltarle el freno de mano.

Ahora, Marty Mornhinweg, el hasta ahora entrenador de quarterbacks, se hará cargo del ataque. Y quizá, como ya sucedió en 2012, los Ravens sean capaces de conquistar el anillo después de haber despedido a su coordinador ofensivo mediada la temporada. Sin embargo, me quedo con la sensación de que Joe Flacco ha perdido su última oportunidad para convencer al mundo de que es un quarterback élite. Cuando le ofrecieron convertirse en el gran director de orquesta de un sistema aéreo que incluso fue capaz de mover el mismísimo Josh McCown, él no supo muy bien lo que tenía que hacer sobre el campo.

Y aunque fuera una crónica anunciada, lamento que este matrimonio haya terminado en ruptura. Sí, se veía venir, pero en el fondo molaba.