José Fernández deja un hueco imposible de llenar
La muerte del pitcher de los Miami Marlins ha conmocionado al mundo del béisbol por su juventud, talento, alegría y carismática personalidad.
Se dice que la muerte forma parte indivisible del ciclo de la vida y así es. Bien lo sabemos todos. Sin embargo, incluso 24 horas después de conocer la noticia de la muerte de José Fernández, uno encuentra serias dificultades a la hora de expresar con palabras la sensación de vacío que deja uno de los pitchers más espectaculares que ha tenido el honor de ver y cuyas intervenciones echará de menos. Mucho. Una barbaridad.
La pérdida de un talento inmenso como el del cubano es inmensa y casi imposible de cuantificar. José Fernández era uno de estos jugadores que dejan huella, uno que estaba llamado a alcanzar las cotas más altas del deporte profesional y que personificaba eso que se llama ‘El sueño americano’, la idea de que cualquier persona puede cumplir su sueño en la tierra de las oportunidades y ese fue en su caso.
Hasta en tres ocasiones intentó fugarse de su Cuba natal hasta que lo consiguió. Fue en ese último intento en el que se produjo un episodio que ejemplificaba la clase de persona carismática, magnética y desinteresada que era José Fernández. Cuando apenas contaba con 15 años y en dicha intentona, una persona cayó al agua de la embarcación. José se lanzó casi inmediatamente al agua para intentar rescatarla, sin saber quién era, desafiando olas de casi tres metros. Esa persona era su madre, pero lo hizo de igual manera. Así era él.
Su falta va a ser muy dolorosa y especialmente lo será para la comunidad de la Pequeña Habana, lugar donde se concentra la mayoría de la población cubana y sede también del estadio de los Marlins. Los logros de José eran también en parte suyos. Le tomaron como referente y modelo a seguir y lo era en el propio equipo de la ciudad. Era, como se suele decir, una unión perfecta, casi hecha en el cielo.
¿Cómo era el José Fernández como jugador de béisbol? Esa es la pregunta que se pueden plantear los aficionados y también los no aficionados a este inigualable deporte. El lanzador de los Miami Marlins lo tenía absolutamente todo. TODO para convertirse en alguien que marcara época y llegar a ocupar el trono que ostenta Clayton Kershaw como el mejor pitcher de la actualidad. Reconozco que, incluso no habiendo acabado la temporada 2016, andaba entusiasmado de cara a 2017, un año en el que José no tuviera las ataduras y limitaciones tras salir de la complicada cirugía Tommy John para dar rienda sueltas a sus infinitas posibilidades.
Con sólo cuatro años como profesional, José Fernández había acumulado una trayectoria que ni siquiera esa operación había ralentizado y que le situaba en trayectoria directa hacia el Hall of Fame. Más allá de un récord personal increíble (38-17), hay una estadística que marca lo dominante que era y se llama ERA+, que determina su efectividad en relación con los jugadores de su era. La marca de José era de +150, siendo el pitcher medio un 100. Ningún diestro desde la Segunda Guerra Mundial presentaba un dato así. Ni Roger Clemens, Tom Seaver o Dwight Gooden. Absolutamente nadie.
Y luego estaba esa sonrisa, que iba unida a un carisma increíble y una confianza infinita en sus posibilidades. Justo antes de debutar en las Grandes Ligas contra los New York Mets, los medios le preguntaban si tenía miedo de cara a su debut. Ni corto ni perezoso, contestaba que había estado en la cárcel, le habían disparado y se había caído al agua en pleno océano. ¿Qué podía hacerle David Wright?
Así era José Fernández.
La sensación que nos queda es la de vacío total, de posibilidades inmensas de un talento que surge una vez cada generación o a lo mejor ni eso. Alguien que se nos ha ido demasiado pronto. Es verdad que este deporte se sobrepondrá, incluso con el fallecimiento de alguien tan inigualable como José Fernández, pero nadie podrá negar que le vamos a echar muchísimo de menos.
Una absoluta barbaridad.