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AS COLOR: Nº 225

La exigencia paternal de tener éxito en el deporte

Algunas de las estrellas cuentan con el mismo patrón desde pequeños: la obsesión de sus padres con que sus hijos se conviertan en grandes campeones.

Steffi Graf con su padre.
KAI-UWE WAERNEREPA

La imagen es recurrente para todos aquellos que alguna vez han trabajado en un club deportivo: mientras los niños de las escuelas de 7, 8 o 9 años practican deporte con otros niños de su edad, sus padres les contemplan en la grada. Algunos de ellos les animan y les aplauden, otros permanecen en silencio y charlan con otros padres, pero siempre hay algún caso de padres que gritan a sus hijos, les hacen correcciones o insultan a rivales, entrenadores y árbitros. Pepu Hernández, todo un exseleccionador nacional de baloncesto campeón del mundo, lo explicó muy bien hace unos meses en una noticia de Ignacio Pato en www.playgroundmag.net. “He visto padres tomando estadísticas de su hijo en los entrenamientos. Y padres que al llevar al chaval a casa le dicen ‘pues Fulanito no te ha pasado el balón en el entrenamiento”, manifestó el exentrenador del Estudiantes. Y continuó: “A algún padre he tenido que decirle ‘no vengas más al entrenamiento. Deja a tu hijo en paz”. Dicha situación, a medio camino entre el deporte y la educación en sí, genera en multitud de ocasiones frustración para niños que no entienden la competitividad y exigencia de sus padres cuando ellos lo único que quieren es divertirse con sus amigos y finalmente tienen un efecto devastador: esos niños terminan odiando el deporte por culpa de sus padres, sumamente preocupados de que sus hijos consigan realizar los sueños que ellos nunca pudieron realizar y lleguen a ser deportistas profesionales. Y, precisamente, entre los deportistas profesionales, entre los grandes campeones, también encontramos padres que cumplen perfectamente con esta descripción.

Uno de los casos más paradigmáticos es el de Andre Agassi y su padre, Emmanuel ‘Mike’ Aghassian. Iraní de origen armenio emigrado a Estados Unidos, dos veces olímpico con Irán en boxeo, Mike Agassi es descrito por su hijo en ‘Open’, su libro de memorias, como un “tirano”. Motivos no parecen faltarle para emplear dicha definición: enamorado del tenis y obsesionado con que sus hijos llegaran a ser tenistas profesionales de renombre, Mike Agassi regaló su primera raqueta a su hijo pequeño Andre, su última esperanza para cumplir su sueño, cuando sólo tenía 2 años y le bombardeaba todos los días con casi 3000 pelotas de tenis cuando tenía 7 años con una máquina que él mismo había ideado y que el exnúmero 1 llamaba ‘El dragón’. Y todavía hay más, especialmente la pastilla de speed que le dio en un campeonato nacional a su hijo adolescente sin que él lo supiera. “Nadie me preguntó nunca si quería jugar al tenis, y mucho menos si quería hacer del tenis mi vida”, escribe Agassi en sus memorias. Y añade: “Detesto el tenis, lo odio con toda mi alma y sin embargo sigo jugando porque no tengo alternativa”. Son las tristes palabras de un famoso ganador que no pudo disfrutar de su éxito y que pagó con excesos a lo largo de su trayectoria los deseos de su progenitor, el hombre que quiso ser campeón de tenis y fracasó hasta conseguir realizarse a través de su hijo. Y, de hecho, no parece arrepentirse de ello: “Seamos directos. ¿He sido un tirano? Sí. ¿He sido duro y severo? Sí. Pero mejor un padre al lado de un hijo deportista que un entrenador”, contestó el año pasado en una entrevista en La Repubblica. Y sentenció: “Seré un monstruo, pero no me arrepiento”.

El caso de Mike Agassi es el que más sobresale en un deporte, el tenis, que sin embargo cuenta habitualmente con estrellas mundiales con una vida parecida a la de Andre Agassi y su progenitor. A Monica Seles su padre y entrenador, Karolj, que fue catedrático de deportes y pedagogía, le enseñó a jugar cogiendo siempre la empuñadura a dos manos y cuando su hija llegó a profesional él se encargó de las declaraciones polémicas: “Si yo hubiera estado en el lugar de Steffi, no habría jugado en ningún torneo durante un año. Yo no hubiera querido ser la número uno del tenis gracias a una puñalada”, mantuvo sobre Graf, de la que aseguró que se interesó por su hija tras el triste ataque de un aficionado que sufrió en Hamburgo “porque era un espectáculo bonito para televisión”. Por su parte, Peter Graf, el padre de la gran tenista alemana, también pertenece a esta estirpe de padres totalitarios con el único objetivo de que sus hijos sean deportistas de éxito cueste lo que cueste: vendedor de seguros y de automóviles, se dedicó en exclusiva al talento de su hija desde que ella tenía tres años y guió su carrera con determinación e imposiciones hasta que logró que Steffi, ya casada con Andre Agassi, se alejara de él y no se reconciliaran hasta que Peter se estaba muriendo de cáncer. Los motivos de ese alejamiento fueron, entre otros, su condición de alcohólico, un hijo nacido de una relación extramatrimonial y, sobre todo, su condena a tres años y nueve meses de cárcel por evadir 15 millones de marcos y más de 7 millones de euros del dinero que gestionaba con lo que había ganado su hija. Pero todavía hay más ejemplos: a Jennifer Capriati, que se convirtió en profesional con 13 años, su padre Stefano le prohibió tener amistades y la tenista intentó suicidarse en repetidas ocasiones, se inició en el consumo de drogas y fue arrestada varias veces por robo y posesión de drogas hasta que rompió cualquier relación con su progenitor; a Martina Hingis su madre, Melanie Molitor, una extenista profesional obsesionada con que su hija fuera la mejor de la historia, le obligó a elegir entre el tenis o el amor cuando empezó su relación con el tenista Julián Alonso; a Mirjana Lucic su padre, Marinko, un exatleta olímpico en decathlón, le maltrataba psicológicamente y le pegaba palizas físicas cuando hacía un mal entrenamiento hasta que ella con 16 años decidió huir de él e irse a Estados Unidos; y Richard, el padre de las hermanas Williams, que ha sido expulsado de más de un torneo, es conocido por su fijación absoluta por hacer dinero a costa de sus hijas e incluso fue acusado de amañar partidos entre ellas para llevarse importantes cantidades económicas. Y, por supuesto, no se puede obviar la historia de Damir, el padre de Jelena Dokic: le prohibieron el acceso a todos los torneos por comportarse inapropiadamente y amenazó con secuestrar a su hija y lanzar una bomba nuclear en Sydney. ¿El resultado? Su hija Jelena, que llegó a ser semifinalista en Wimbledon y tenía un futuro prometedor, rompió relaciones con él a los 18 años y entró en una profunda depresión que le duró muchos años tras reconocer haber sufrido todo tipo de malos tratos y vejaciones por parte de su padre.

Ya fuera del tenis, también hay historias a tener en cuenta, especialmente la de Eldrick Tiger Woods, ganador de 14 majors, y la de su padre Earl, un veterano de la guerra de Vietnam. Earl introdujo a su hijo en el golf con únicamente dos años y el exnúmero 1 mundial, sin apenas amigos a excepción de los colegas militares jubilados de su padre, pasó toda su infancia con él en un campo de golf o golpeando bolas a una red puesta en el garaje de su casa. Incluso, en esos años, Woods llamaba “hogar” al club de campo en el que jugaba al golf prácticamente a todas horas todos los días del año. En ese tiempo, como escribió Wright Thompson en ESPN el pasado mes de abril, la carrera de Woods quedaría marcada para siempre porque la leyenda del golf “fue víctima de muchas cosas, algunas muy conocidas y otras profundamente privadas: dolor, soledad, deseo, libertad y su fijación con la profesión de su padre, militar”. Y sobre todo quedó marcado por un único objetivo en su vida, heredado de estas frustrantes relaciones paterno-filiales: quería ser mejor que su padre, quería ser el mejor golfista de la historia para superar a su progenitor. O, si no fuera golfista, quería ser SEAL, miembro de la principal fuerza de operaciones especiales de la Armada de los Estados Unidos. Es decir, militar, como su padre. “Todos los hijos, ya sea por su amor o su odio a sus padres, o por una combinación de ambos, quieren limpiarse de cualquier debilidad heredada, sacudirse libremente del pasado. Esto es especialmente cierto para Tiger, cuyo padre parece evocar emociones en conflicto: las mejores y las peores cosas que le han sucedido en su vida ocurrieron debido a Earl”, escribe Thompson sobre la carrera de un legendario golfista lleno de luces exitosas dentro del green pero con grandes áreas de sombras vitales debido a su relación de amor y de odio con su progenitor.

Quizá, al igual que Agassi, Hingis o Woods, en el futuro los niños que ahora practican deporte con otros niños en las escuelas de los clubes deportivos sean deportistas profesionales y los padres que ahora hablan con otros padres en la grada o que insultan a rivales, entrenadores o árbitros sean esos padres obsesionados con el éxito de sus hijos que aparecen detrás de las grandes estrellas mundiales. Si ese día llega, lo mejor será que se acuerden de esta conversación entre el propio Tiger Woods y su padre para entender en lo desgraciados que pueden llegar a convertir a sus hijos por culpa de sus anhelos frustrados.

- “Sé exactamente cómo te sientes”, le dijo Earl a su hijo una vez hablando sobre la fama que conllevaba ser el mejor jugador de golf del mundo.

- “No, papá, tú no lo sabes”, le respondió Tiger.

Y, en realidad, es cierto, padres: nunca lo podréis llegar a saber. Y posiblemente vuestros hijos tampoco lleguen nunca a entender vuestro comportamiento.