David Casinos no repite el oro de Londres y acaba bronce
El lanzador ciego estuvo guiado por su mujer y sumó su quinta medalla olímpica, tras las cuatro de oro conquistadas en los anteriores Juegos.
El atleta valenciano rompió su conquista de oros en unos Juegos Paralímpicos al ser bronce en la final de disco (categoría T11, ciegos totales). Casinos, el dominador mundial de las últimas dos décadas, cuatro oros olímpicos (tres en peso y uno en disco, fue bronce, con un lanzamiento de 38:58, su mejor marca del año. Fue oro el brasileño Rodrigo Silva con un lanzamiento de 43.06, récord paralímpico. Segundo fue el italiano Oney Tapia (40.89).
Así pues, el matrimonio Casinos (su mujer Celia Maestre es su guía en la competición) sumó otra medalla olímpica, la quinta, aunque en esta ocasión de bronce. La historia de David Casinos y Celia Maestre traspasa el interés meramente deportivo. Se conocieron en 2000, pocos años después de su vuelta a las pistas tras quedarse ciego, a los 24 años, por culpa de una retinopatía diabética que padece desde que tenía un año. “No le acompañó en Sydney, pero desde entonces ha estado a su lado en todos los Juegos Paralímpicos.
El flechazo surgió en la pista de atletismo donde entrenaban ambos, en Valencia. “Celia participaba en todo, en vallas, lanzando… Pero no era buena en nada”, bromea. Conocer a Celia fue su gran suerte: “Cuando me quedé ciego, pensé que ninguna chica se iba a enamorar de mí. Ella se fijó en que había un chico ciego que cogía un martillo y hacía barbaridades. Creo que se enamoró de esa parte de superación que hay en mí”.
David es ya una leyenda. Dejó el atletismo con 16 años, cuando todavía veía, porque entonces se había marcado metas muy altas, pero lo retomó con 27 para convertirse en el mejor lanzador ciego de la historia. “El deporte fue una forma de ahuyentar mis miedos”, reconoce.
La diabetes, “su compañera dulce”, como él llama a su enfermedad, a la que añade“debes entender, comprender e, incluso, amar”, nunca ha sido un obstáculo en el deporte, sí en su vida diaria: “Todos los días mi vida cambia, me encuentro obstáculos donde no había nada el día anterior.
Hace 20 años, cuando en el hospital el médico le comunicó que ya estaba todo perdido, David abrazó a su madre y le dijo: “No te preocupes, que todos los días sale el sol. Y si no, lo pongo yo”. Ayer brilló con fuerza el sol en Río, pero la medalla sí que la puso él.