Escuela Madiba: un placaje contra la exclusión social
En la prisión de Estremera, 500 reclusos han pasado desde 2011 por este proyecto de integración. Varios se han integrado ya en equipos.
El rugby es un deporte en equipo, en el que cada individuo debe recordar durante los aproximadamente 80 minutos que dura el partido que forma parte de un todo. A pesar de la confrontación entre los dos conjuntos, no todo vale. Las reglas son claras y el respeto marca el ritmo de un enfrentamiento que, aunque resulte paradójico, es símbolo de unión. La Escuela de Rugby Madiba abandera este mensaje en su proyecto en centros penitenciarios, que sirve como medio reeducativo para los cerca de 40 internos que forman parte de él. El balón se convierte aquí en la mejor herramienta de lucha contra la exclusión social.
Aunque la pobreza es el primer concepto ligado a esta problemática, no siempre es la causa principal. El Informe de Cruz Roja Española sobre la vulnerabilidad social de 2014 sitúa a la población reclusa o exreclusa como uno de los colectivos con un alto nivel de riesgo de exclusión. Si bien es cierto, el principal motivo vuelve a ser el factor económico, aunque le sigue de cerca la vivienda. Los hombres son además los que corren mayor peligro.
En abril de 2016, el Ministerio del Interior cifraba la población total reclusa española en más de 61.600 personas -de los que casi un 93% eran hombres-, lo que supone en torno al 0,13% del total. Teniendo en cuenta que la población de Zamora ronda los 64.400 habitantes y la de Ávila se queda a las puertas de los 59.000, las cifras de este colectivo no pueden pasar por alto.
El Gobierno se esfuerza por combatir este problema y desde 2013 lo hace a través del Plan Nacional de Acción para la Inclusión Social, que finaliza este año. Sin embargo, el papel de la sociedad es fundamental y cualquier empeño de las instituciones puede caer en saco roto si fracasa la parte que nos toca.
La Escuela de Rugby Madiba aborda precisamente este reto y brinda a los reclusos la oportunidad de apuntarse un tanto frente a la exclusión social a través del deporte.
El “valor” del rugby
Actualmente lo integran alrededor de 40 personas que participan semanalmente en los entrenamientos, pero no se trata sólo de practicar una actividad física. Tras la fachada del mero ejercicio y la presumible diversión, el rugby ejerce una importante labor reeducativa mediante la que se trata de inculcar los valores que le caracterizan: “respeto, solidaridad, disciplina y compañerismo”, cuenta Solla.
“El rugby es una parte muy importante de nuestra vida en prisión. Nos apoyamos los unos a los otros tanto dentro como fuera del campo”, explica también uno de los reclusos que juega en la Escuela Madiba.
Gracias al rugby, un interno obtuvo el tercer grado después de que el club XV Hortaleza se interesase por él. El equipo, viendo su potencial, no sólo le anticipó el dinero de la ficha para jugar en regional, sino que le ayudó a encontrar un empleo que aún mantiene.
Pero este no es un caso aislado, hace apenas unos meses un juez otorgó a otro preso un adelanto del tercer grado con la condición de que jugase en el Club de Rugby Ingenieros Industriales de Las Rozas, destinándole a un centro de inserción social situado en Navalcarnero. Sin embargo, la falta de recursos es todavía hoy una barrera con la que, en algunas ocasiones, el deporte no puede acabar. Esta persona sigue privada de libertad en régimen ordinario y sin ejercer dicha actividad, puesto que su economía no le permite desplazarse de nuevo hasta el centro al finalizar los entrenamientos. De ahí que sea tan importante la iniciativa de la Escuela que consiste en interactuar con otros equipos, algo que “no podría ser posible sin su colaboración desinteresada”, subraya el funcionario. Estos encuentros sirven, en muchas ocasiones, como escaparate para los propios jugadores.
El Madiba ha podido disputar varios partidos con diferentes equipos de la Federación Madrileña de Rugby y la Federación Española, que se han desplazado hasta el centro penitenciario. No obstante, su actividad no pasa sólo por los entrenamientos y los partidos amistosos, sino que también presenta la posibilidad de participar en encuentros o torneos que tienen lugar fuera de los muros de prisión, sin duda uno de los incentivos más valiosos ahí dentro.
Aunque no todos los integrantes del equipo pudieron obtener el permiso para salir y jugar junto al equipo, una vez más la colaboración de otros clubes hizo posible que la Escuela tuviera su representación en la cita.
En este sentido, los organizadores del torneo sostienen que “dadas las circunstancias y lo excepcional de la situación”, no creen que ningún jugador de los que compartió el día con los chicos del Madiba “vaya a olvidarse de la experiencia”, marcada por “la empatía, el compañerismo y la fraternidad, en definitiva, por el rugby”.
“Son un ejemplo en todo, desde la iniciativa de Carlos, hasta el encomiable esfuerzo de los chicos que, desde la cárcel y con inmensas limitaciones de recursos, aprenden y disfrutan del rugby. Los que tuvimos la oportunidad de verlos entregarse al juego, combinando los aspectos lúdicos, recreativos y competitivos, hemos sentido una vez más, lo grande que es este deporte”, insiste la Fundación.
Nexo de unión.
La práctica del rugby en prisión, además de ayudar a establecer nuevos lazos con la sociedad, favorece de manera notable la integración de los reclusos dentro del propio centro. Se crea un importante vínculo que les convierte en “familia”.
A pesar de que los componentes del Madiba tienen su estancia en el centro como común denominador, cada uno proviene de un lugar que quizá nada tiene que ver con el de su compañero de equipo. La Escuela alberga jugadores de todas las partes del mundo, lo que la dota de un carácter multicultural que otorga otro valor añadido.
“Somos un equipo con cabida para todas las nacionalidades. Jugamos gente procedente de España, de EE.UU., de Nigeria, Australia, Sudáfrica, Chile, Mexico…”, comenta el recluso, quien defiende que, al ser de países tan diferentes, el rugby les permite “intercambiar maneras de jugar y aprender unos de otros”.
Una unión que incluso emana el escudo del equipo: tres brazos sujetándose entre sí y formando un triángulo. Cada uno de ellos con una bandera diferente marcada en su piel.
Nadie sabe cuál será el futuro ni el destino de estas personas. De lo que no cabe duda es que la Escuela de Rugby Madiba, independientemente de las victorias que sume, regala la oportunidad de que a la huella imborrable de la cárcel le acompañe el bonito recuerdo de haber luchado en equipo por ser los mejores, sin que apenas apreciemos que la verdadera victoria no reside en este caso en ser los primeros, sino simplemente en volver a ser, aunque sea por un rato, uno más.