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HISTORIAS OLÍMPICAS

El payaso Hicks ganó la maratón más loca de la historia olímpica

Sus amigos le administraron estricnina, coñac y agua del radiador de un coche. A los primeros africanos olímpicos casi se los comen unos perros.

La carrera de maratón de los Juegos Olímpicos de Saint Louis 1904 es digna de una ópera bufa o de una tragicomedia porque sucedieron cosas dramáticas, risibles y casi increíbles. Se celebró sobre 40 kilómetros (aproximadamente), en carreteras polvorientas, que atravesaban siete colinas, con 32 grados de temperatura y sólo un punto de agua para avituallar a los 32 atletas que tomaron la salida, de los que sólo catorce lograron terminar. Algunos estadounidenses que en los años anteriores habían vencido en la Maratón de Boston, acabaron tirados por los caminos, exhaustos, desmayados…

Los protagonistas de esta comedia dramática fueron varios y a cada cual más pintoresco:

Thomas Hicks, norteamericano, cuya victoria casi le cuesta la vida. Según algunas fuentes, su profesión era la de payaso; según otras, trabajaba en una fábrica de latón. Quizá alternaba ambas ocupaciones.

Félix Carvajal, cartero cubano (o limpiabotas), aventurero de aspecto atrabiliario, que acabó noveno. Se pagó el viaje desde La Habana a Saint Louis haciendo exhibiciones en la ciudad caribeña (o pidiendo, directamente). Perdió todo su dinero en un barco, durante la travesía, a manos de unos tahúres.

Lentauw y Yamasani, negros zulúes, primeros africanos de color en participar en unos Juegos Olímpicos. Algunas fuentes les citan como Len Tauw y Yama Sani. Habían llegado de África para participar en Saint Louis en una especie de Expo, en terminología actual, casi como atracciones de feria. Se celebraban allí unos llamados Juegos Antropológicos, exaltación del racismo más descarado y condenable, que incluían a arqueros pigmeos, que asombraron con su habilidad para poner la flecha donde ponían el ojo.

Fred Lorz, estadounidense, el segundo tramposo oficial del maratón olímpico, después de Spiridon Velokas, el griego que llegó tercero en Atenas 1896, pero después de hacer muchos kilómetros a bordo de una carreta. Lorz, no se anduvo por las ramas: llegó primero, aunque posteriormente…

Y así sucedieron las cosas:

La carrera se celebró el 30 de agosto, a media tarde. Carvajal (1,62 de estatura), Sotomayor de segundo apellido, se presentó en la línea de salida con zapatos de calle, pantalones largos, camisa de manga larga y una boina. La prueba se retrasó unos instantes para que Martin Sheridan, el estadounidense campeón de disco, le cortase los pantalones a la altura de las rodillas. Y es que los lanzadores norteamericanos habían adoptado al pequeño Carvajal. Durante la carrera el cubano se paraba para hablar con los escasos espectadores y practicar inglés. Un juez le obsequió con un par de melocotones y un granjero con un puñado de manzanas. Se lo comió todo… y tuvo dolorosos calambres en el estómago. Y es que estaban tan verdes como indigestas. Otras versiones dicen que la fruta se la llevó por propia iniciativa en un huerto.

Los zulúes Lentauw y Yamasani se desenvolvían correctamente… hasta que el primero de ellos fue atacado por dos perros gigantescos y feroces, que casi le devoran.

Fred Lorz llegó al estadio en primera posición, fue aclamado como un héroe e incluso se fotografió con Alice Roosevelt, la hija del presidente de los Estados Unidos. Se descubrió de inmediato que, entre la milla nueve y la veinte había hecho el recorrido subido a un coche. Unos dicen que porque era un tramposo nato, otros suavizan las cosas: se había retirado tras sentirse mal, le recogió lo que ahora llamaríamos coche escoba, pero se recuperó y, sin más, decidió terminar la prueba corriendo y fingir que era campeón. Vamos, que sí, que era un tramposo de tomo y lomo. Fue descalificado a perpetuidad, pero luego se le perdonó y ganó el Maratón de Boston del año siguiente.

El vencedor fue Thomas Hicks, estadounidense de nacionalidad, pero nacido en Inglaterra. Varios amigos le acompañaban a bordo de un coche y cuando le vieron flaquear le administraron pastillas de sulfato de estricnina, un estimulante, el dopaje de una época en la que no había controles. Como seguía mal, le dieron huevos crudos. Luego, más estricnina, acompañada de brandy. Posteriormente le ‘refrescaron’ con agua del radiador. Y le dieron más estricnina. ¿Eran compinches o crueles enemigos dispuestos a asesinarle? Cuando llegó a la meta, entró en una especie de coma. Al recuperarse, aseguró: “Es más difícil ganar una carrera así que ser presidente de Estados Unidos”. No le faltaba razón.

Las medallas fueron para Thomas Hicks (Estados Unidos), 3h 28:53; Albert Corey (Francia), 3h 34:52, y Arthur Newton (Estados Unidos), 3h 47:33, que había sido quinto en los Juegos anteriores, los de París 1900.

Félix Carvajal acabó el cuarto, a pesar de sus retortijones, y sigue siendo el cubano mejor clasificado de la historia olímpica en maratón.

Lentauw terminó el noveno, escapando de los dos perros, y Yamasani el duodécimo.

Todo esto parece increíble, ¿verdad? Pues los mejores libros de historia del atletismo así lo reflejan y las crónicas de aquel tiempo se hicieron eco de esta carrera. Una carrera sólo para dementes. Pero dementes heroicos.