Pee Wee Reese, la otra alma de Jackie Robinson
Una fría jornada de primavera registró un momento entrañable entre dos inolvidables héroes del beisbol americano que es recordado hasta hoy en día.
“Fundamental para aliviar la aceptación de Jackie Robinson come primer jugador negro”. Así concluye la breve incisión que podemos leer sobre la placa erigida en honor de Pee Wee Reese que brilla en el Salón de la Fama de Cooperstown, Nueva York. El lugar donde las leyendas se consagran hacia la inmortalidad. Este pequeño hombre, nacido en una granja entre los típicos campos morados del Estado de Kentucky, ha sido el capitán, el alma y el corazón de los míticos Dodgers de Brooklyn en los años ’40 y ’50. Por si fuera poco, ha sido uno de los mejores corredores entre las bases y uno de los defensores más completos de la historia del juego. Sin embargo, su legado será trasladado hacia la eternidad por un instante que se convirtió en uno de los momentos más asombroso de la memoria del pasatiempo nacional estadounidense. Una acción que trascendió el deporte y llegó a ser un símbolo de los derechos civiles en un país en el cual todavía en los años ‘50 un negro no podía sentarse al lado de un blanco en un autobús.
El protagonista del suceso es uno de los hombres que más ha contribuido al final feliz de la fábula de Jackie Robinson, el atleta nacido en el Estado de Georgia que ha machacado las barreras raciales y ha abierto las puertas a todos los deportistas que a partir de allí han podido medirse en las mejores ligas deportivas profesionales. Los americanos honoran el primer negro que jugó en la MLB no solamente cuando cada 15 de abril se celebra su día, en el cual todos los jugadores, entrenadores y árbitros lucen su mítico número 42. Su herencia es presente en varios momentos del país, incluso de la vida política. Recordamos que el presidente Barack Obama en su recién i trascendental visita a Cuba introdujo la viuda del mítico numero 42 al Comandante Raul Castro durante la previa del encuentro que vio enfrentarse la selección de Cuba a los Rayos de Tampa Bay en el Estadio Latinoamericano de La Habana.
Harold Peter Henry, para todos Pee Wee, debe el curioso apodo a su particular acierto en los certámenes de canica en la época de su niñez en Louisville, donde su familia se mudó, cuando él tenía 7 años. Estamos hablando de una ciudad muy tocada por la segregación racial, el mismo lugar en el cual llegó a este mundo Cassius Clay.
PW no era particularmente alto y no fue precisamente una estrella en sus primaveras en el instituto. Jugó regularmente solo en su último año de high school. Luego se buscó la vida trabajando, entre otras cosas, en la empresa telefónica del estado mientras jugaba en un conjunto que competía en una pequeña liga local de iglesias. Gracias a remarcables prestaciones se ganó su primer contrato como profesional en el cuadro beisbolero de la ciudad, lo Corónelos. De allí su otro apelativo, el “Coronel”. Ellos competían en una Liga Menor pero no eran afiliados a ninguna organización de las Mlb.
Hasta que Tom Yawkey, el nunca olvidado presidente de los Boston Red Sox, compró los derechos de los Colonels de allí que Reese hubiese tenido que ser el shortstop de las siguientes temporadas en Fenway Park. Pero en aquel momento el entrenador de la tropa bostoniana, Joe Cronin, era también él que defendía esta posición del diamante y no tenía gana, por así decirlo, de ceder su titularidad a un novado. Así Cronin, un señor que en Massachussets saboreó el honor de ver su número retirado, hizo de todo para que el club lo vendiera.
No fue fácil para las Medias Rojas colocar a Reese, porqué los demás sospechaban que este chaval debería tener algo extraño si los Red Sox querían venderlo con tanta prontitud. En Brooklyn tuvieron el toque mágico y lo ficharon a cambio de 35000 dólares y cuatros jugadores que nunca llegaron a tener impacto en Boston.
El Coronel debutó con la camiseta blanca y azul brillando con su número 1 en el año 1938, pero empezó a jugar a nivel descomunal a partir del año 1942 cuando fue llamado a jugar el partido de las estrellas. El año siguiente se rindió al fascino de las armas y se alistó en la marina, donde ejerció en el Pacifico, como mucho otros peloteros y deportistas de la época. Recordamos por ejemplo el drama de Louis Zamperini narrado en la película “Invencible”, dirigida por Angelina Jolie.
Mientras estaba volviendo en casa, todavía en el buque militar, Pee Wee escuchó por primera vez el nombre de Robinson a través de la voz de un amigo: “Sabes que los Dodgers quieres fichar a un negro”. PW no prestó mucha atención a este comentario hasta que se enteró de que el nativo de Georgia jugaba en su misma posición. Jackie fue efectivamente contratado pero se posicionó en primera base y luego en segunda donde formó con el numero 1 una de las máquinas de doble juego más demoledora de la posguerra. El nativo de Kentucky rechazó firmar una petición en la cual su compañeros querían que el atleta nativo de Georgia fuese echado de la plantilla. Y, evidentemente, llegó el día de su estreno.
JR jugó su primer partido en su nueva casa el día 15 de abril de 1947 en frente de más que 30000 personas, casi la mitad afroamericanos. Tres semanas después, el día 5 de mayo, los neoyorquinos jugaron en el viejo Crosley Field de Cincinnati, contra los Rojos. A partir del calentamiento empezaron los pitidos, los abucheos y los gritos ofensivos en contra del jugador enemigo más odiado. Cuando los defensores accederon al diamante para defender en la parte baja de la primera entrada, la atmosfera se volvió irrespirable. Reese, que vivió su adolescencia en un lugar muy cercano a la metrópoli de Ohio, dejo su habitual posición, entre la segunda y la tercera base, para acercarse hacía Robinson que ocupaba el área de la primera almohadilla. Apoyó su brazo izquierdo encima del hombro derecho de su compañero y le suspiró algo. La afición de los Rojos se enmudeció. El instante se quedó clavado en la historia.
El final de aquella temporada fue amargo porqué lo Dodgers perdieron una Series Mundiales prohibida a los débiles de corazón. La derrota contra los odiados Yankees en el último juego disputado en su propio campo dejó una profunda herida en el corazón de los aficionados del sur de Nueva York. Pero sus mitos estaban oficialmente en la elite del deporte. Había oficialmente nacido una nueva era.
Era la época dorada de beisbol neoyorquino, narrada en las páginas del magistral libro de Harvey Frommer, “New York City Baseball: The last golden age, 1947-1957”. Entre el 1947 y el 1957 solamente en el año 1948, cuando los Indians ganaron su último título al derrotar los Bravos de Boston en seis partidos, ningún representante de la Gran Manzana participó en la Serie Mundial. Los aficionados, mientras escuchaban un soberbio Jazz en el estupendo Birdland, discutían si el mejor jardinero central fuese Mickey Mantle de los Bronx Bombers, Willie Mays de los Giants o Ed “El Duque” Snider.
Las noticias llegaban hasta las orillas de Cuba donde Santiago, el pescador de la novela de Hemingway “El viejo y el mar”, antes de arrancar su lucha contra el gigantesco pez, soñaba con las gestas de su ídolo Di Maggio. Entre el Ebbets Field de Brooklyn, Polo Grounds de Manhattan y el viejo Yankee Stadium en el barrio del Bronx, en la Ciudad que nunca duerme se podían apreciar cada día los mejores jugadores del planeta. Los Pinstripes entrenados por Casey Stangel y alumbrados por las proezas de Joltin’Joe y Yogi Berra, arrasaban en las Series Mundiales.
John Steinbeck, escritor que vivió su apogeo en la época, decía que la tristeza del alma puede matarte mucho más rápido que una bacteria. Sin embargo, los Dodgers resistieron a las derrotas hasta que llegó el momento más anhelado. En la temporada 1955, que se convirtió en el brutal libro “The Boys of Summer” de Roger Kahn, se narra superbamente sobre aquel colosal equipo y de aquella hazaña que nunca hubiese sido posible sin la amistad entre Pee Wee y Jackie. En frente de los más que 60000 incondicionales que abarrotaban la grada de la “Casa que Babe Ruth construyó” los “Muchachos de verano” derrotaron en el partido decisivo a los rivales. Así alcanzaron el techo de mundo i insertaron en sus dedos el anillo que te consagra a mito.
La organización se trasfirió en Los Ángeles dos años después. Los dos amigos encontraron el ocaso de sus trayectorias, sin embargo, siguieron en el mundo del beisbol. Pee Wee ganó otro título como entrenador cuando ya los blanquiazules jugaban en California. La majestuosidad de la figura de Reese fue recordada el día de su entierro por Joe Black, el lanzador que debutó en el año 1952 como compañero de nuestros héroes. En su discurso, el nativo de New Jersey recordó: “Pee Wee ha hecho posible que el sueño de mi juventud fuese realidad. Cuando aquel día se acercó a Jackie todos nosotros de la Negro League sonreímos”. Además, en el barrio de Brooklyn, fue erecta, en el 2015, una estatua que conmemora aquel gran momento. Un instante que ha favorecido el hecho que el deporte hoy pueda ser una fiesta en la cual todo el mundo este invitado. Con la película 42 también Hollywood se encargó de homenajear a un momento que los americanos definirían “Larger than life”.