New York Jets 38 – Miami Dolphins 20
Monólogo de los Jets ante unos Dolphins indecentes
Lamentable espectáculo de unos Miami Dolphins apáticos, inoperantes, y zarandeados por unos Jets que volvieron a poner profesionalidad y compromiso.
A los Jets les cuesta arrancar en ataque. Y esta semana no tenían a Revis. Daba miedo pensar lo que Tanehill podía hacer en ataque y lo que Suh preparaba en defensa. Se presentaba un duelo divisional con dos equipos con nubarrones, que necesitaban la victoria para aclarar el panorama y volver a entrar en el mapa de una NFL en la que, a estas alturas, el que se mueve no sale en la foto.
La tensión y la responsabilidad se notó desde el primer momento, cuando Bowles decidió jugarse un cuarto down en la primera serie del partido, y con el balón en su propia yarda 45. Una decisión desquiciada de esas que dejan muesca en el historial de un entrenador. Pero la falta de éxito en la atrevida jugada no tuvo consecuencias. Ambos conjuntos se enzarzaron en una batalla de tres y fuera, y series anémicas que morían al poco de arrancar, mientras el público sacaba la almohada preparado para presenciar una actuación somnolienta.
Fitzpatrick, que consiguió una de sus mejores actuaciones como profesional, con cuatro pases de touchdown y 277 yardas, rompió la monotonía conectando con Brandon Marshall para adelantar a su equipo 7-0. El receptor tuvo una tarde más que inspirada, convirtiéndose en el objetivo favorito de su pasador. 131 yardas y dos touchdowns tendrán contentos a sus entrenadores de fantasía.
Después del touchdown, más anemia y más somnolencia. Nadie movía el balón. Ni siquiera era una batalla posicional o un espectáculo defensivo. Sobre todo por que Miami daba auténtica pena en ataque. En todo el partido, insisto, en todo el partido, los Dolphins sumaron doce yardas de carrera. Doce. En ocho intentos. Y Tannehill, que debía cargar con todo el peso de la ofensiva, parecía demasiado dubitativo, lento de movimientos y de decisiones. Apático. Con números hinchados en los minutos finales del choque y muy pocas ganas de jugar. Tannehill llegaba a la temporada 2015 como uno de los nombres propios a seguir. Un jugador con una gran proyección y que debía dar el salto definitivo hacia la élite. Sin embargo, pese a sus 351 yardas y tres touchdowns en el partido, las 165 sumadas por Landry, las 80 de Parker, las 52 de Ajayi, su capacidad para conectar con nueve receptores diferentes, todo fueron botes de humo inflados cuando el partido ya estaba decidido. Los números de verdad, los que valen y clarifican la realidad, llegaron antes del descanso y son desoladores: 11 de 16 para 86 yardas, una intercepción, y muy poquitas ganas de jugar al football americano.
Ese es el grave problema de los Dolphins. Parece que no les apetece jugar. Salen al campo, hacen bulto, pero no ponen la carne en el asador. Y eso es justo lo contrario a lo que demuestran los Jets, que suplen su falta de talento en algunas posiciones con una tremenda intensidad en cada jugada. Antes del descanso, en el último drive de los locales, Fitzpatrick conectó con Devins Smith y puso el marcador 14-0, que visto lo visto era diferencia suficiente para que los de Nueva York vivieran tranquilos el resto del partido.
En la segunda mitad los Jets añadieron un factor que fue decisivo en el duelo entre ambos equipos en Miami, y que reapareció después de varias semanas muy grises. Chris Ivory anotó un touchdown e hizo mucho daño a la defensa de Miami, a la que solo le faltó pedir sillas a la banda para convertirse en espectadora literal. Con esa actitud, Fitzpatrick parecía Joe Montana reencarnado y los touchdowns se sucedían. Primero fue Erik Decker, después el segundo de Brandon Marshall, el ya contado de Ivory… Mediado el último cuarto los Jets ganaban 35-7. Y la única anotación de los Dolphins había llegado al final del tercer cuarto, con un pase de Tannehill a Landry que no maquillaba casi nada.
Los Dolphins solo fueron brillantes en los minutos de la basura. Cuando los Jets ya ni siquiera se molestaban y se conformaban con dejar correr el reloj. Y es que el deporte muchas veces no es una cuestión de talento, sino de compromiso. Los jugadores de los Jets salieron a jugar y los de los Dolphins no. Así de triste. Así de claro.