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Cleveland Browns

Manziel, Tebow y un Pettine que los tiene como el Titanic

Mike Pettine se queda solo contra el mundo en la decisión más valiente de cualquier entrenador de la NFL en lo que da de temporada: sentar a Johnny Football.

Ahí lo tenéis. Johnny Primero el Grande. Como una estatua griega. El discóbolo de la NFL sentando para la eternidad la estética de la perfecta ejecución de un pase.
Gregory ShamusGetty Images/AFP

Me he comprado dos pósters. Uno de Pettine porque es mi héroe y otro de Manziel... porque es mi héroe. Bueno, en realidad el de Manziel no es nuevo ni original. He cogido mi viejo poster de Tim Tebow, he recortado una cara de otra foto de Johnny en una fiesta y la he pegado encima. Porque una cosa es el football americano, y otra muy diferente la fanfarria. Y oye, este fin de semana no me apetecía demasiado ver football y pensaba irme a la macrofiesta que habían organizado Raiders y Browns, pero Pettine me ha fastidiado el plan sin inmutarse.

Desde que en un ataque de locura Josh McCown decidió probar si era un ser angelical, incorpóreo y volador, para descubrir que más bien era un membrillo, en Cleveland han sido inmensamente felices. Con la misma felicidad que vivieron en Denver en 2010 y 2011. Con la diferencia de que con uno te entraban unas ganas tremendas de hincar la rodilla y clamar al cielo, y con el otro lo que te pide el cuerpo es liarte un canuto. Parece una mala broma que los dos jugadores más mediáticos, más anárquicos, más enloquecidos y más imprevisibles de la historia moderna de la NFL estén tan en las antípodas en su forma de ver la vida.

Como pasaba con los Broncos de Tim, yo no me siento a ver ganar a los Browns de Johnny. Me siento a reírme. A ver cosas absurdas pasar ante mis ojos, sucesos imposibles hacerse realidad. Una chica con una escoba por melena, ojos de sapo, nariz de gorila, boca sin labios, orejas de Dumbo y dientes de tiburón que me pone absolutamente palote. Profundamente borrico. Con una teta por allí y la otra por allá, el culo en las rodillas y yo invitándola a cenar mientras babeo. ¡Johnny, qué malo eres! ¡Pero cómo me molas!

Ocho pases completos en un partido inefable y el mundo postrado a sus pies. Un si no lo veo, no lo creo, y si lo veo tampoco. Dos completos en toda la segunda mitad. Eso sí, el 50% de ambos para touchdown. Un rating de 133,9 que desacredita esa estadística y un coordinador ofensivo, incapaz de cerrar su micrófono víctima de la estupefacción, murmurando un “definitivamente, el puesto de entrenador está sobrevalorado” cuando Johnny, a su bola, pasaba del plan de juego, de planificaciones e historias, y hacía lo que le venía en gana sin pensar las consecuencias. Que si completo, bien, y si no, también. Pero yo no me sorprendo, que viví dos años así de Tebow, y llevo varias semanas pensando que Chip Kelly es un lelo por cortarle, y el resto de los equipos unos pardillos por no repescarle.

Así que vamos a diferenciar conceptos. Una cosa es sentarse a ver football americano para analizar a fondo el deporte y disfrutar de la ortodoxia convertida en delicatessen. Que es algo muy respetable. Es más, lo que hacemos la mayoría cada domingo. Y otra cosa muy diferente es liarse la manta a la cabeza, hacerse un pacharán con Bitter-Kas con unas gotas de Dalsy, quedarse en calzoncillos, meter los pies en la palangana con agua templada y dos cucharaditas de sal, para darle un toque exótico, y sentarse a ver a Johnny. Que no sé si es football o se le parece, pero terminas con los pies en el brebaje, la palangana en la cabeza y el calzón donde yo te diga. Llamando a los amigos y preguntando “¿has visto eso?” Y ellos, ante tan críptica pregunta, respondiendo “Ya te digo” sin inmutarse, mientras le dan un trago a la palangana y meten los pies en la cesta de palomitas y su mujer llama al psiquiátrico. Conversaciones que la maquinaria de guerra Nazi habría adoptado para sus submarinos sin que el mayor genio de entre los hijos de la Gran… Bretaña hubiera sido capaz de descifrar el enigma en dos mil años.

Por todo lo anterior. Tras tanta locura imprevisible y tanta reinvención de lo absurdo, que Mike Pettine mande a la banda a Johnny, para que McCown vuelva a intentar el salto del ángel, es un interruptus injusto. Y tengo pensado quejarme a la NFL, y exigir que me devuelvan el porcentaje del Browns-Raiders en el Game Pass, por publicidad engañosa. Eso no vale. Pettine juega a ganar y no entiende que al resto nos da lo mismo, incluido el propietario del equipo. Queremos una nueva ración de Johnny, sea lo que sea a lo que juegue. Y cuando estemos empachados, que se marche con Tim Tebow a crear una nueva liga de desarrollo, o a jugar a las canicas. Que si esos dos se juntan para hacer cualquier cosa, yo pago lo que sea por estar en primera fila.

Mike Pettine. ¡Eres mi héroe! Hay que tener unas pelotas de tamaño del Titanic para sentar a Johnny con la que está cayendo. Que desde las gradas clamarán gritando ¡¡¡Tebow, Tebow!!!, o Manziel, o lo que sea, en cuanto McCown lance el primer incompleto. Y yo desde mi casa intentaré arrojarte la palangana a la cabeza. Y todos te miraremos con odio, y pediremos tu cabeza…

Y en el descanso llamarás por teléfono a McDaniels y le preguntarás: “¿Y tú como hiciste para encontrar otro equipo?”… “¿Y para no tener secuelas permanentes?”