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Los sobrenombres de los mejores partidos de la historia de la NFL

«Para que no me olvides

ni siquiera un momento

y sigamos unidos los dos

gracias a los recuerdos»

 Para que me olvides (1975)

Lorenzo Santamaría

Resulta entrañable, por propia, la obsesión humana por ordenar, clasificar y catalogar: desde las Siete Maravillas de Antípatro de Sidón hasta la última edición de los 50 Mejores Films de la Historia que cada diez años actualiza la revista Sight & Sound, pasando por la inabarcable Naturalis Historia de Plinio el Viejo; las listas contenidas en el Makura no Sōshi de la japonesa Sei Shōnagon o el Atlas mnemotécnico de Aby Warburg, en todas ellas concurre el afán por plantear una visión subjetiva de un determinado campo de conocimiento, previamente acotado racionalmente. En cualquier caso, anhelo con inocultables ribetes glazomaniacos, si partimos de la imposibilidad cierta de clasificar el universo a través de la mera elaboración de una lista.

Como no podía ser de otra manera, el mundo del deporte no ha sido ajeno a esta ofuscación por la catalogación lógica, siendo interminables las clasificaciones practicadas ya fuere sobre los deportistas mejor pagados; los que acumulan mayor número de preseas olímpicas; los más longevos y los más precoces en alcanzar un éxito; las mejores jugadas; los mejores partidos; los más altos, los más pesados, los más rápidos…y un largo etcétera de hazañas similares. Ahora bien, a la hora de glosar categorías aún hay clases. Si a un aficionado español al deporte le piden que recuerde un puñado de momentos estelares que han quedado grabados en su retina, muy bien podría contestar el 12 a 1 a Malta; la inacabable y penumbrosa final de Wimbledon entre Rafa Nadal y Roger Federer; la performance extraterrestre de Indurain en aquella crono de Luxemburgo o los gloriosos doscientos finales de Cacho en Barcelona 92…pero si se fijan, todos estos hitos deportivos y centenares más que podrían citarse, los recordamos bien por su tanteo espectacular, bien por el nombre del deportista o, entre otros, por el lugar donde se produjo. No hay una singularización del recuerdo. Pues bien, en este particular, los norteamericanos y sus deportes profesionales, están a otro nivel a la hora de identificar momentos gloriosos de sus deportes. Y desde luego, el football se lleva la palma –en dura disputa con el baseball, desde luego-. Ahora mismo, como aficionado que soy al soccer, podría elaborar una lista de los diez más grandes partidos de mi equipo sin ningún problema; pero siempre y en todo caso, la relación comenzaría con: “aquellos cuartos de final; aquel día que marcó en el descuento fulano; la noche que saltó un loco al campo…”. Por el contrario, si me preguntan por mis diez mejores partidos de la NFL, contestaré sin pensarlo The Greatest Game Ever Played, The Comeback o Red Right 88el agrado de los norteamericanos por el empleo del nickname, unido al cuidado casi obsesivo por los detalles, por el respeto a las tradiciones, por el permanente recuerdo y honra a sus grandes nombres, por la salvaguarda de las esencias del juego, permite la elaboración de una muy subjetiva lista de diez nicknames, cada uno de ellos descriptivo de los que fue uno de los mejores diez partidos de la historia de la NFL. De esta manera, a la grandiosidad del partido, se le añade la individualización adjetiva merced a un apelativo que lo singulariza. The Catch…joder, no hay más que hablar.

Muchos de estos icónicos encuentros o, mejor dicho, sus desenlaces fueron verdaderamente milagrosos, de ahí parte de su mitología.

Por tanto, y de manera regresiva, el décimo mejor partido tiene el sugerente nombre de The Music City Miracle.

Music City Miracle. ¡¡Ojo a la velocidad del side judge Tommy Moore!!
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Music City Miracle. ¡¡Ojo a la velocidad del side judge Tommy Moore!!

El Adelphia Coliseum de Nashville acoge la soleada mañana del día 8 de enero de 2000 el partido de wild card entre los anfitriones, los recién nacidos Titans que tan lejos llegarían esa temporada y unos Bills que apuraban el cáliz de una década tan gloriosa como frustrante. El marcador, a 16 segundos del final, refleja un 15-16 a favor de los de Buffalo, tras el ultimo field goal transformado por Steve Christie, quien sería también el encargado de patear el balón segundos después, recibiendo el óvalo el fenomenal fullback Lorenzo Neal quien en vez de correr, entregó la pelota al tight end Frank Wycheck, quien lanzó el balón lateralmente al wide Kevin Dyson en una jugada diseñada por el coordinador de equipos especiales Alan Lowry –a su homónimo de los Bills, DeHaven, la jugada le costó el puesto tras trece temporadas en el cargo- recorriendo sobre la banda las 75 yardas que le separaban de la end zone, anotando y ganando un partido no exento de polémica, pues Wide Phillips, el head coach de Bills, alegó de manera vehemente la ilegalidad del pase, al considerarlo retrasado.

Imagen de la zapatilla derecha de Christie en su vitrina de Canton.
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Imagen de la zapatilla derecha de Christie en su vitrina de Canton.

Siete años antes, los mismos equipos – los Titans en su pre-encarnación de Oilers de Houston- se veían las caras el 3 de enero de 1993, esta vez en el Rich Stadium de Buffalo, para dirimir el wild card correspondiente a los playoffs de la temporada de 1992. Las previsiones no eran en absoluto halagüeñas para unos diezmados Bills, quienes tras haber perdido a Kelly precisamente en el último partido de la fase regular que jugaron en Houston, en los primeros compases del encuentro perdían ahora al letal Thurman Thomas contusionado en la cadera. El marcador al final de la primera mitad era elocuente: 28 a 3 para los Petroleros, con un Warren Monn on fire, completando 19 de 22 pases para 220 yardas y 4 touchdowns y una posesión del Duke de 21:12 minutos. La segunda mitad anuncia una verdadera carnicería cuando apenas transcurridos 1:41 minutos del tercer cuarto, el back Bubba McDowell intercepta y anota tras recorrer 58 yardas: Houston 35, Buffalo 3. Treinta y dos puntos de ventaja y menos de 30 minutos de juego…se estaba gestando The Comeback. Ahora bien,la mayor remontada de la historia de la NFL no puede comprenderse si no se analizan pequeños detalles que a la postre fueron absolutamente trascendentales para esta impensable cabalgada. El primero de ellos, sin duda, la lesión del gran Kelly y su sustitución por Frank Reich – actual coordinador ofensivo en San Diego-. Pues bien, el bueno de Reich, durante su estancia con los Terrapins de Maryland, protagonizó el 10 de noviembre de 1984, en el Orange Bowl y frente a los Hurricanes de Miami…sí, han acertado, ¡la mayor remontada de la historia de la NCAA! Un segundo factor que coadyuvó a los Bills a tamaña hazaña fue sin duda las singularidades que dispensa jugar en la tundra del norte de Nueva York: el fuerte viento desplazó el balón que debía patear Del Greco, resultando un pateo cortísimo que permitió a Reich iniciar el ataque en la 40 de Houston y anotar un touchdown en ese mismo drive. A partir de se momento, y tras un afortunado offside kick recuperado por Bills, la lujuria anotadora del conjunto de Levy se desató, apuntándose 28 tantos en ese tercer cuarto y colocándose a cuatro de unos Oilers incapaces de reaccionar. El sorpasso se produce en el último cuarto, cuando Reed anota otro touchdown a pase de Reich que coloca a los neoyorquinos 38 a 35, pero que sin embargo no sería suficiente puesto que casi al final del encuentro, Del Greco empataría con un certero field goal. 38-38. Over time. El resto ya es parte de la historia. En una vitrina del Salón de la fama de Canton, hay una zapatilla Nike multitaco negra firmada por un tal Steve Christie, y una fecha: 1/3/1993. Su field goal de 32 yardas cerró la más gloriosa remontada de la historia y también las carreras de Jim Eddy y Pat Thomas, coordinador defensivo y entrenador de backs de Oilers, respectivamente, quienes fueron despedidos al día siguiente.

Monday Night Miracle.
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Monday Night Miracle.

Y ya que estamos con fenómenos paranormales, analicemos ahora otro portento inexplicable: el Monday Night Miracle o el milagroso lunes 23 de octubre en el Giants Stadium - que finalmente fue también martes 24- en el que Vinny Testaverde condujo a sus Jets en una de las más increíbles remontadas que se recuerdan, cuando empezaron el último cuarto con un resultado adverso de 7 a 30, anotando 23 puntos de manera consecutiva incluyendo el abracadabrante touchdown de Jimbo Elliot…el tackle ofensivo. Ya en la prórroga, siendo las 1.08 horas del martes, John Hall pateó el field goal que les dio el triunfo frente a unos epatados Dolphins, que aún no pueden creer los que les pasó aquella desgraciada noche de octubre de 2000.

No abandonamos a los Jets, aunque sí retrocedemos hasta 1969. Los que sostenían que el nivel de la AFL era inferior al de la NFL, vieron ratificados sus prejuicios las dos primeras temporadas unificadas, pues los Packers se alzaban el 15 de enero de 1967, en el Memorial Coliseum de Los Angeles, con la primera Super Bowl al derrotar a los Chiefs por un contundente 35 a 10, que se habían hecho acreedores de representar a la AFL derrotando a los Buffalo Bills quince días antes. La temporada siguiente, los queseros de Green Bay revalidaban el título, esta vez frente a los Raiders, reafirmándose así el dominio de los conjuntos de la NFL sobre los de la AFL. En 1969, los neoyorquinos de Queens se habían ganado el derecho de representar a la AFL en la III Super Bowl a celebrar el 12 de enero de 1969 en el Miami Orange Bowl de Florida, donde les esperaban los campeones de la NFL, que ese año habían sido unos todopoderosos Colts que se presentaban en la final con un tremendo balance de 13-1 y que habían pulverizado a los Browns en la final de la NFL por 34 a 0. La práctica totalidad de la opinión pública y publicada consideraba que esta tercera edición de la Super Bowl volvería a ser un paseo militar para el conjunto de la NFL. Días antes del partido, en una cena organizada en el Touchdown Club del Miami Springs Villa, harto de las reiteradas faltas de respeto y muestras de desprecio hacia los Jets pronunciadas en el evento al que asistía como invitado, Joe Namath, el inclasificable quarterback de los Jets, se levantó y tras chocar su vaso de Crown con una cucharilla, pidió un momento de atención para pronunciar el sintagma legendario que ha quedado inscrito en letras de oro en la historia de los Super Bowls y del football:

'Wait a minute, let's hold on. You Baltimore guys have been talking all week, but I've got news for you, buddy. We're gonna win the game. I guarantee it.”

Había nacido la leyenda de The Guarantee. Estaba tan seguro de lo que dijo, que el resto de semana previa al partido se lo pasó tomando el sol en la piscina convenientemente hidratado a base de combinados de vodka. El viejo zorro Ewbank, colocó como señuelo a un lesionado Don Maynard para fijar a la secundaria de Colts, lo que permitió a Namath combinar pases cortos y medios con jugadas de carrera, controlando en todo momento el reloj y evitando intercepciones, jugando un football conservador –una sola anotación de TD- que, junto con algunas jugadas afortunadas y un buen trabajo defensivo, les valió para ganar no solo el primer Super Bowl, ya con ese apelativo, sino lograr una de las más icónicas victorias en la historia del deporte profesional norteamericano, tanto por su repercusión puramente competitiva, no en vano los «muertosdehambre» de la AFL se hacían con el anillo por vez primera, como por su impacto mediático: Broadway Joe era más importante en ese momento que la Estatua de la Libertad, el King Kong del Empire y las familias Bonanno, Colombo, Gambino, Genovese y Lucchese juntas…

Super Hero, Super Joe.
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Super Hero, Super Joe.

Hemos asistido a un milagro en Nashville, a otro en Nueva York… cerremos ahora la trilogía religiosa en Pittsburgh. Los lectores que tengan hijos en edad escolar conocerán de la dificultad que entraña explicarles los misterios dogmáticos tan alambicados como el de la inmaculada concepción de María, y su asombrosa inmunidad frente al pecado original. Pues bien, este misterio mariano es un juego de niños comparado con la Inmaculate Reception. Situémonos: 23 de diciembre de 1972, Three Rivers Stadium, AFC divisonal game frente a Oakland y segunda vez en su historia que Steelers alcanzaba los playoffs, sin aun haber ganado un solo partido de posteseason. Los formidables Raiders de Madden ganan 7 a 6 y faltan 22 segundos para acabar el partido; los acereros tienen un 4 y 10 en su propia 40, sin tiempos muertos en la banda de Chuck Noll. Un panorama, vamos. Terry Bradshaw canta «66 Circle Option», Ray Mansfield le entrega el cuero y el divino 12, bajo una enorme presión de lo linemen de la Bahía, Tony Cline y Horace Jones, suelta el brazo hacia la yarda 35 de Raiders en busca de las manos del halfback John "Frenchy" Fuqua, trayectoria que también sigue muy de cerca el safety corsario Jack Tatum, que impacta contra Fuqua, saliendo el balón despedido hacia atrás varias yardas, con la ley de la gravedad cumpliéndose ineluctablemente. Cuando parece que el óvalo va a tocar el césped, convirtiendo ese cuarto down en un pase incompleto y, lógicamente, en un fatídico y concluyente turnover on downs, un rookie de Penn State agarra la pelota antes, se endereza, y corre, corre, y corre 60 yardas no para anotar un touchdown, no para ganar el primer partido de playoffs de la historia de la franquicia, no para avanzar hacia el primer partido conferencial de su historia…no, aquella tarde Franco Harris anotó para cambiar la historia de los Steelers, la historia de su ciudad, la historia del football y convertir su dorsal 32 en icono de la jugada más famosa de todos los tiempos. Y más controvertida. La cuestión es la siguiente, teniendo en cuenta el reglamento aplicable en 1972, que contemplaban que si un jugador de la ofensiva tocaba el balón, él adquiría la cualidad de único jugador elegible, pero si era tocado por un defensa, ello acarreaba la automática elegibilidad del resto de jugadores ofensivos. Así pues, si el balón no fue tocado en ningún momento por Tatum, la recepción ulterior de Harris sería ilegal; si por el contrario, la pelota hubiese sido tocada por el safety, o por éste y Fuqua, con independencia del orden, Harris sería receptor elegible y la jugada correcta. Me atrevería a decir que únicamente los 26.6 segundos de los 486 fotogramas de la grabación que Abraham Zapruder realizó del atentado contra el Presidente Kennedy en Dallas han sido más minuciosamente analizados que las imágenes del choque entre Tatum y Fuqua y el balón repelido. No exagero. En 2004, el profesor emérito de Física de la Carnegie Mellon University, John Fetkovich, tras un exhaustivo análisis de las imágenes disponibles llegó a la conclusión, basada en complicados cálculos tanto de las trayectorias de carrera de los jugadores como de la del balón tras el impacto y una vez efectuado una serie de experimentos examinado la reacción de un balón tras chocar contra una superficie a unos 60 pies por segundo, velocidad que debió imprimir Bradshaw a su lanzamiento, que el óvalo tuvo que rebotar como lo hizo tras impactar con el cuerpo del safety. En otras palabras, si la Inmaculada Concepción fue confirmada por el papa Pío IX merced a la bula Ineffabilis Deus en 1854, la Inmaculada Recepción lo ha sido definitivamente por las investigaciones del profesor Fetkovich.

Franco Harris.
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Franco Harris.

Si el call «66 Circle Option» fue el preámbulo de la gloria para Pittsburgh, un «Red Right 88» fue el inicio del fin para los inefables Browns de Cleveland quienes, en 1980 y diez años después de su último entorchado divisional, logran por fin el título de la Central, recibiendo en el playoff a unos Raiders que venían de liquidar a Houston en el wild card. La temperatura en Cleveland era de -20º con rachas de viento propias del planeta Hoth y 8 pulgadas de nieve sobre el césped. A falta de un minuto para concluir el encuentro, los Browns perdían por 12-14 pero tenían el óvalo en la yarda 13 de la red zone adversaria. El quarterback Brian Sipe recibe de su head coach, Sam Rutigliano, el código de la jugada de pase a ejecutar: «Red Right 88», con la advertencia clara de que enviara el balón directamente al Lago Eire si la línea de pase no estaba meridianamente clara. Pues bien, Sipe lanza a su TE Ozzie Newsome, pero antes de que éste embolse el cuero, el safety Mike Davis lo intercepta, terminando la temporada para los Browns ante los doblemente petrificados aficionados del Cleveland Municipal Stadium. ¿Por qué no patearon un field goal desde un primer momento? El kicker Don Cockroft, que había fallado dos anteriormente y había sido bloqueado en un intento de extra point, manifestó años después que el viento y la ventisca eran de tal magnitud, que está seguro que hubiere vuelto a fallar la patada definitiva. Desde entonces, hacer un Red Right 88 es hacer la gran cagada…hasta que llegó Pete Carroll. 

Davis intercepta el insensato pase de Sipe.
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Davis intercepta el insensato pase de Sipe.

Y es que suya es la responsabilidad del dramático colofón a una de las mejores finales de todos lo tiempos y que, sin embargo, siempre será ya recordada como The Worst Call of the History of Super Bowls. La desértica Glendale acogía en 2015 la XLIX edición del Super Bowl, en la que defendían título los Seahawks frente a unos Pats que, desde el inicio, impusieron el paso de baile dictado por Brady, alternando pase y carrera y ejecutando terceros downs casi de memoria. No obstante, ese dominio no solo no se traducía en puntaje, sino que el bello Tom era incluso interceptado por la Legion of Boom. Con un Russell inédito y el interruptor del Beast Mode apagado, los Patriots anotan en el segundo cuarto, y cuando mejor están jugando los de Boston, un antiguo vendedor de zapatillas en Footlocker atrapa un balón que permite avanzar a Seattle prácticamente hasta la red zone, donde Lynch empata el partido dos jugadas después. Gronko adelanta a los Patriotas y cuando ya casi caminaban al túnel de vestuarios, el rey de las zapatillas empata de nuevo. Tras un halftime show no apto para mayores de 8 años, el tobogán del Super Bowl alcanza su clímax cuando se adelantan los de Carroll y casi inmediatamente interceptan de nuevo al Sr. de Bundchen, anotando otro TD en lo que parece que será un definitivo 24-14 a falta de poco más de un cuarto. Pero el reverso tenebroso es muy poderoso en la banda de Darth Belichick, y sus padawanes Amendola y Edelman voltean –una vez más- la final y colocan a New England 28-24 a falta de 2.06. Con 1.10 en el electrónico, Kearse, emulando al mítico Massimiliano Truzzi, el mejor malabarista de todos los tiempos, consigue una posesión inconcebible que coloca a Seattle en la yarda 5. Estamos a 1.10. En la siguiente jugada, Lynch avanza 4 yardas y el referee coloca el cuero a pulgadas de la end zone patriota, con 26 segundos en juego. Mi amigo Ricardo, el bostoniano de Chamartín, se sienta en el alfeizar de su ventana con inequívocas intenciones, mientras que nuestro admirado Moi Molina es capaz de embridar su pasión verdiazul a la vez que narra para Canal Plus a 220 pulsaciones por minuto …cuando escribo estas líneas, en la tele faltan 1.5 segundos para acabar el cuarto partido de playoffs entre Bulls y Cavs, que empatan a 84…¿alguien duda de quien se ha jugado el tiro? Nadie, por supuesto. King James, desde la esquina, con un tío encima, ha tirado y la ha clavado. Bien, el pasado 1 de febrero de 2015, el único ser vivo que no pensó en Marshall Lynch para recorrer el puñado de pulgadas que separaban a Seattle de su segundo Lombardi consecutivo fue Pete Carroll.

"I cna't believe it!!".
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"I cna't believe it!!".

Ahora bien, hay vida inteligente fuera de Cleveland y de la cabeza de Carroll. Y si no pregunten a Bart Starr. Tras ganar la temporada anterior el Primer AFL-NFL World Championship Game (AFL-NFL WCHG) frente a Kansas City, los Packers de Lombardi presentan de nuevo su candidatura a representar a la NFL en el Segundo AFL-NFL WCHG, recibiendo el 31 de diciembre de 1967 en Lambeu Field a unos Cowboys dirigidos por el que fuese compañero de banquillo de Lombardi en Nueva York, Tom Landry, que venían de ganar la Capitol Division con un balance de 9–5, y de eliminar los Cleveland Browns con un inconmensurable Don Meredith. La expectación ante el encuentro era formidable teniendo en cuenta además, que constituía una revancha en toda regla, toda vez que el anterior NFL Champsionship Game lo habían disputado los mismos equipos, aquella vez en el Cotton Bowl de Dallas y con victoria de los Packers por 34-27.

Los paralelismos eran pues evidentes. Salvo uno. Un año antes, Dallas acogió la final con una temperatura de 6º, mientras que las predicciones anunciaban -15º a orillas del Lago Michigan para el 31 de diciembre. Pete Rozelle, consultó el día anterior a los directores ejecutivos de la NFL Jim Kensil y Don Weiss acerca de la posibilidad de suspender la final, pero sus asesores le transmitieron la viabilidad del partido teniendo en cuenta los últimos informes meteorológicos. Lo cierto es que la mañana del domingo, cuando el safety Willie Wood intentó arrancar su coche, se dio cuenta que el frío de ese día no era normal ni para Green Bay, y así se lo comentó al empleado de la gasolinera más cercana que acudió para intentar arrancarlo "It's just too cold to play. They're going to call this game off”; su compañero, el linebacker Dave Robinson tuvo que pedir a un motorista que le trasladase al estadio, ante la nula respuesta de la batería de su automóvil.

Pero para que Rozelle suspendiera un partido deberían asesinar al Presidente…¡ah no! tampoco. Finalmente, a la hora del encuentro, la temperatura del aire era de -29º, con una sensación térmica de -44º. La Ice Bowl estaba a punto de comenzar y con ella, el partido más frío de la historia de la NFL.

A las condiciones ambientales había que añadírsele que el sistema de calefacción que el Lambeau Field disponía bajo el césped, ese día casualmente no funcionaba correctamente y además, las lonas que los operarios habían dispuesto sobre la hierba crearon una densa humedad debajo que, al quitarla, el contacto con el aire siberiano generó una capa de permafrost que dificultaba aún más la estabilidad de los jugadores.

Algunos datos para intentar hacerse una idea de aquel Stalingrado winsconsiano: en primer lugar, la banda de música de la Universidad de Wisconsin–La Cross, encargada de interpretar el himno y la animación durante el descanso, tuvo finalmente que desistir toda vez que los instrumentos de viento madera se congelaron y las boquillas de los metales laceraron los labios de los intérpretes, siete de los cuales tuvieron que ser trasladados a hospitales de la zona con cuadros de hipotermia severa. En segundo término, los árbitros tuvieron que adquirir ropa de abrigo suplementaria en tiendas de deportes locales ante la falta de equipación suficiente para soportar los sesenta minutos de hibernación. Digo más, cuando Norm Schachter, el referee principal pitó el kick off, al intentar quitarse el silbato de los labios, estos comenzaron a sangrar, debiendo gritar a viva voz las jugadas e interrupciones por imposibilidad material de emplear los silbatos metálicos. Y aún no he acabado: Frank Gifford, que se encontraba resguardado en la cabina de transmisión de la CBS, en un momento dado dijo en directo que se marchaba a tomar un café caliente…

A pesar de todo, y con una sensación térmica de -57º, los Packers están en posesión del balón a falta de 4:50 del último cuarto, con un marcador de 14-17 a favor de Dallas. Bart Starr dirige un drive magistral que lleva al equipo a la yarda 1 a falta de 16 segundos, a pesar de que el piso del Lambeau es ya una pista de hielo. Estamos por tanto en tercera y dos pies. En otras palabras, a un TD de ganar el partido, el Ed Thorpe Memorial Trophy y el pasaje para viajar a Miami. Starr pide tiempo muerto y le pregunta a su guard derecho si puede garantizarle suficiente tracción para un bloqueo sobre la end zone, a lo que Jerry Kramer le contesta con un inequívoco: YES, I CAN. Por la mente de Landry solo pasa la posibilidad de una jugada de pase, toda vez que en caso de que fuese incompleto se pararía el reloj y aun les quedaría a Packers un cuarto down para, bien empatar merced a un field goal o intentar ganar con un TD. No es menos cierto que el juego de pase de Starr fue un calvario durante todo el encuentro –ocho sacks- al adolecer de una línea con garantías debido al penoso estado del firme.

Starr gritó a sus compañeros: «¡Brown right 31 Wedge!», recibió el snap y aprovechando la grieta percutida por Kramer y Bowman se lanzó sin solución de continuidad sobre la end zone de Dallas logrando el TD más gélido de la historia. Vamos, como en Glendale.

Por ahí debajo debe estar Bart Starr con el balón…seguro.
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Por ahí debajo debe estar Bart Starr con el balón…seguro.

Esa histórica final de la NFL en Lambeu Field no fue cosa de broma. Ray Nitschke sufrió congelaciones en los pies, así como Starr en las manos. De la misma manera que los Boys George Andrie, Willie Townes, y Dick Daniels, pero encima, éstos palmando. La grandiosidad del esfuerzo y la épica desatada en condiciones propias de la Tierra de la Reina Maud, puede condensarse en las palabras del QB tejano, Don Meredith al final del partido: “I felt the Cowboys did not really lose the game because the effort expended was its own reward”. Quince días después del Ice Bowl, los Packers jugaron y ganaron el Super Bowl en Miami, con una temperatura media de 16º, y gente bronceada en las terrazas de Ocean Drive bebiendo Pisco Sour. Los equipos buenos de verdad, ganan en cualquier condición y circunstancia.

El segundo mejor partido de la historia tiene también como protagonistas a los Boys, y de nuevo para quedar apeados de la Super Bowl. El 10 de enero de 1982 Candlestick Park bulle para ver en acción a su brutal West Coast Offense ante la bizarra defensa tejana liderada por Randy The Manster White y el inacabable Ed Jones.

The Catch.
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The Catch.

El escenario en la Bahía es complicado pero no desesperado a falta de 4:54 para el final: balón en la yarda 11 de san Francisco y dos tiempos muertos más el TMW en la manga de Bill Walsh. Además los 49ers cuentan con un factor insoslayable: Joe Montana, a quien solo Elway y Brady superan en drives ganadores durante los playoffs. Y los pronósticos se cumplen: a falta de 58 segundos, The Comeback Kid ha colocado las cadenas en la yarda 6 de Dallas, después de trece jugadas y seis primeros downs que les han permitido recorrer 83 yardas en 3 minutos y 56 segundos. Sólo hay un pequeño problema a esta envidiable situación de campo, y es que están en tercer down y el pass rush de Dallas se presume imparable. La «Red Right Tight-Sprint Right Option», debería traducirse en un pase al wide receiver Freddie Solomon, quien sin embargo sufre una cobertura infranqueable al tiempo que la jauría compuesta por Ed "Too Tall" Jones, Larry Bethea y D. D. Lewis colapsa la línea y se lanzan en pos de un Montana que se desplaza dramáticamente hacia la sideline perdiendo ángulo, línea de pase y visión, pues el cielo se empieza a ensombrecer con la presencia de los amenazadores 2.06 de Jones. Cuando el sack se palpa en los paralizados espectadores del Candlestick Park, un amago de Montana, un delicado drop back y el tiempo se paró. Pero no el balón lanzado hacia el fondo de la end zone donde no las manos, ni los dedos, sino las uñas de Dwight Clark lo agarra. The Catch. Por cierto, ese partido determinó que un niño de cuatro años de San Mateo, una localidad entre Palo Alto y San Francisco, decidiera ser quarterback esa misma tarde.

Vamos terminando. En los últimos casi sesenta años, hay un partido que se ha venido conociendo como The Greatest Game Ever Played. No seré yo quien se atreva a contradecirlo, así que, el mejor partido de la historia fue el NFL Championship Game que el 28 de diciembre de 1958 enfrentó a los Baltimore Colts y los New York Giants en el Yankee Stadium. Estoy seguro que debe haber una docena de partidos de football mejores que éste, pero el significado de este encuentro en la historia de la NFL no tiene sin embargo parangón. Y es que por vez primera la NBC retransmitía a nivel nacional una final, lo que supuso que 45 millones de televidentes - teniendo en cuenta que la señal estaba bloqueada para el área de NYC- descubrieran un fenómeno televisivo absolutamente maravilloso y adictivo. Desde ese día, el football adquiere una dimensión completamente distinta a la que hasta ahora tenía, dimensión que adquirirá un grado superlativo en 1960 con la creación de la AFL y la brutal competencia entre cadenas televisivas para emitir el football. La apoteosis de aquella primera final emitida llegó una vez iniciada la prórroga, cuando estando los Colts en la yarda 8 adversaria, un espectador saltó al campo, interrumpiéndose el juego hasta que aquel fuera desalojado. La leyenda cuenta que ese espontáneo era en realidad un empleado de la NBC que no dudo en interrumpir el partido hasta que se solucionara un problema de conexión que impedía emitir el final del encuentro.

El mejor partido de la historia.
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El mejor partido de la historia.

Todo en aquel encuentro favoreció su monumentalidad: el viejo templo del Bronx como escenario; uno de los dos únicos NFL Championship con overtime; la eclosión de Unitas como precursor de los clutch players, con un último drive sencillamente magistral; record de recepciones en un partido final a cargo de Raymond Berry (12), solo superado en 2014 por las trece –infructuosas- de Thomas; Lombardi y Landry como coordinadores ofensivo y defensivo en el staff de Lee Howell o el impresionante numero de diecisiete Hall of Famers que de alguna manera intervinieron en aquel partido como jugadores, técnicos, ejecutivos o propietarios.

Así pues, no diga Alí-Frazier, no recuerde aquel partido de 1951 entre los Dodgers y los Giants en el Polo Grounds, no llore de emoción con la victoria de los imberbes americanos del hockey hielo ante el todopoderoso Red Army en Lake Placid, no reproduzca en el salón de su casa la suspensión de Michael Jordan en las finales de la NBA de 1998 ante Byron Russell…diga simplemente Thrilla in Manila, The Shot Heard ‘Round the World, Miracle on Ice o The Shot …I love nicknames, so be it!