Si Goodell quiere disciplina, necesita un régimen disciplinario
Me encantan las películas de John Wayne. Me fascinan. Vuelvo a verlas una y otra vez y me inflo de gusto como un globo. Así que no puedo evitar hincharme a ver un western tras otro en cuanto tengo ocasión. Es algo que me insufla alegría, provoca que mi corazón bombee lleno de satisfacción, me relaja de la presión diaria, es una válvula de escape y me airea. (Vamos, como los balones de New England).
En esas películas el sheriff siempre hace lo que le sale de las pelotas. Incluso John Wayne, aunque, por supuesto, lo que le sale al Duke de las pelotas siempre es lo más justo y llena de satisfacción a sus vecinos, que suben alegremente a los tejados para ayudarle a agujerear a tiros al malo malísimo de turno.
Pero en el cine no todos los sheriffs son como John Wayne, Robert Mitchum o Gary Cooper. La mayor parte deciden sobre la marcha, van a buscar la soga, eligen árbol y pueblan las ramas de extraños frutos. O te hacen un traje de brea y plumas en cuanto te descuidas, y te pasean con él sobre un rail.
Pero una cosa es el cine y otra la realidad. Cuando una persona acumula toda la autoridad sobre su espalda, tiene una tendencia natural a pasarse de frenada. Es muy humano. Antes de escuchar cualquier burrada es bastante habitual que el autor se arranque con un latiguillo parecido al siguiente: “si de mí dependiera”… Y los puntos suspensivos suelen ser sobrecogedores. Terroríficos. Ponen los pelos de punta.
Últimamente he leído que esa figura cinematográfica del sheriff como única autoridad en muchos kilómetros a la redonda era más novelesca que real. Eran elegidos por votación popular, pero su labor estaba más sujeta a la legislación vigente y al control judicial de lo que refleja la gran pantalla.
Mi sensación es que Roger Goodell forma parte de ese pequeño grupo de personas que habitan nuestro planeta tomando decisiones por encima del bien y del mal. En plan John Wayne. Y el problema no es él, que simplemente hace lo mismo que haría cualquiera “si de él dependiera”. El problema es la falta de un régimen disciplinario que rija las sanciones dentro de la NFL. Se supone que ese régimen existe más o menos incompleto, pero no parece que a nadie le importe seguirlo a la hora de sancionar.
La NFL nunca ha sido demasiado aficionada a castigar con partidos sin jugar hasta hace pocos años. El motivo era muy lógico. Los que más pierden cuando un jugador no puede disputar un choque son los espectadores. La gente que puebla las gradas, o paga para ver por televisión las evoluciones de dos equipos, quiere ver a todas las estrellas. Los mejores equipos posibles. Si no puede ser por culpa de una lesión, el problema no tiene remedio, pero si el motivo de la ausencia es un castigo, el espectador también sufre la pena. Y tiene todo el derecho del mundo a quejarse.
En la NFL los 32 equipos quieren la victoria, pero esa mentalidad de ganar a toda costa siempre ha estado supeditada al espectáculo. SI hacemos un cálculo estadístico, un aficionado podría darse con un canto en los dientes si consigue ver ganar la Super Bowl al equipo de sus amores una vez cada 32 años. Dos o tres veces en toda la vida. Los títulos divisionales o de conferencia no valen para casi nada. Solo hay un premio. El resto de los consuelos son bastante frustrantes. Por eso, el público de la NFL quiere que su equipo gane, pero seguramente valore el espectáculo por encima del triunfo. La gente quiere pasarlo bien. Y hemos visto equipos perdedores que llenan sus estadios, y ganadores con calvas en las gradas. Definitivamente, el público en EEUU lo que quiere, por encima de todo, es divertirse y ver un buen espectáculo. Por eso entienden tan mal que un europeo aguante como un campeón, sin inmutarse, los 90 minutos de un partido de fútbol soporífero de cero a cero.
¿Quieren los Titans ganar la Super Bowl con Mariota y Green-Beckham? A largo plazo, por supuesto que sí. Pero creo que su objetivo inmediato era atraer a la afición, ponerse en el mapa y conseguir que los aficionados nos planteemos ver el partido de Tennessee cada domingo, cuando en los últimos años posiblemente era el primero que descartábamos.
Por eso creo que la NFL tiene que recuperar esa mentalidad tan sana de castigar con lo que más duele al infractor, que es rascando su bolsillo, y no dejando a los aficionados sin ver a sus jugadores favoritos. Celebrar que Big Ben, Peterson, Tom Brady o quien se os ocurra, sea castigado sin jugar, es ridículo. Más propio de la mentalidad del aficionado que quiere que su equipo gane a toda costa sin importar el espectáculo.
Pero alguno puede decir que lo que se busca es justicia. Que eso está por encima de todo. Y puedo estar de acuerdo, pero esa justicia siempre debe estar sustentada en un régimen disciplinario claro y lo más justo posible. No puede ser que alguien comenta un ‘delito’ y no pueda ni imaginar cual será el castigo consiguiente. Porque entonces el sentido disuasorio termina desapareciendo. Eso solo sucedía en el lejano oeste de John Wayne y en las dictaduras en las que fusilan a un tipo con un cañón antiaéreo por dormirse en un desfile.
Por eso, creo que Goodell debería plantearse que señor Ted Wells quizá haría un trabajo mucho más satisfactorio, útil para el futuro y necesario, si se juntara con otros juristas especializados en cuestiones deportivas, incluidos los de la asociación de jugadores, y entre todos ellos redactaran un nuevo régimen disciplinario que rigiera sin improvisaciones los destinos de los infractores en el futuro.
Sería utilísimo. El señor Goodell solo tendría que leer el informe arbitral, acudir al libro de disciplina, mirar qué castigo corresponde a cada falta y aplicarlo. No habría tanto debate, ni presión mediática o social, ni recursos judiciales, ni historias.
Siempre hablamos de que la NFL es un deporte adelantado a su tiempo en casi todos los aspectos. Un ejemplo para las demás disciplinas. El camino a seguir, el futuro. Es curioso que en lo que se refiere a castigos y disciplina esté tan anclado en el pasado.
No puede ser que la justicia en la NFL se parezca tanto a la del lejano oeste. Cuando los conflictos se solucionaban con plumas, Brea y raíles, mientras el sheriff sacaba pecho, gritaba “¡YO SOY LA LEY!” y era aclamado por el pueblo entregado, que siempre ha disfrutado a lo grande con los ajusticiamientos, cuantos más mejor, sin importar si son justos o no.