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Remo | Antonio de la Rosa

“Besé el suelo al pisar tierra, como hacen en el cine”

Antonio de la Rosa se impuso en la Rames Guyane, la travesía a remo que cruza el Atlántico sin ayudas. El de Lozoyuela tardó 64 días, tres horas y 30 minutos.

Antonio de la Rosa.
AFP

Tras 64 días, tres horas y 30 minutos en el mar, llega a Kourou (Guayana Francesa), ¿qué siente al pisar tierra?

—Una alegría enorme. Nada más llegar besé la tierra, como en las películas. Exploté de ilusión. Estoy perfecto física y psicológicamente. Pero da gusto dormir en un sitio más ancho de 60 centímetros. Era la primera noche, tras 64, en la que pude abrir las piernas y los brazos durmiendo. Ha sido un lujo.

—¿Se tomó la cerveza que tenía pendiente al llegar?

—Una no, varias. Ahora tengo mal de tierra: noto que el suelo se mueve a mi alrededor. La recepción fue espectacular, había mucha gente, políticos... Fui portada en el periódico más importante de allí. Me recibieron como un héroe nacional.

—¿Cómo planteó los 800 kilómetros de la Rames Guyane?

—Mi filosofía durante la prueba fue que no estaba en una carrera. Los primeros 40 días me los tomé como un trabajo. Remaba diez horas y disfrutaba del mar, de ver los peces. Conocí el entorno. Acerté, porque iba muy bien de energía. En ese momento dije: ‘Ahora a por el podio’.

—Y ahí lo dio todo...

—Al final me topé con dos corrientes muy fuertes. Una te tiraba para abajo y te hacía retroceder casi 200 km. La única manera de atravesarla era no parar y estuve durante dos días remando 22 horas casi sin dormir. Fue lo más difícil. Me tumbaba un poco fuera del barco y seguía. Era la única forma de pasar y no lo hizo nadie, excepto yo. La otra creía que me afectaría menos y otra vez tuve que hacer 25 horas seguidas sin parar. Ahí sí noté la fatiga.

—La comida era para 50 días y tuvo hasta que pescar...

—Perdí sólo seis kilos. Cené pescado diez días y distribuí los alimentos. Podría haber aguantado más. Lanzaba el anzuelo y lo que saliese: atún, bonito... ¡Una delicia! A la hora lo hacía a la plancha, con sal, ajo y aceite, en una sartén que llevaba en el barco, que era pequeño (8 metros de largo por 1,60 de ancho), pero muy equipado.

—Y tuvo que arreglar la desalinizadora de agua... Ya dijo que había que ser MacGyver.

—Sí. Tuve que arreglarla con cinta americana y rezar para que no se rompiese. Llevaba herramientas para todo lo que hiciese falta, porque una avería te mandaba a casa.

—Y acusó la soledad...

—Vi al barco de la organización un día (el 30) y luego nadie. Pero no soy una persona que se sienta sola y, como me comunicaba, sentí mucho apoyo.

—¿Qué fue lo mejor?

—Nadar con delfines en pleno Atlántico. En general, esto es lo mejor que he hecho en mi vida. Tengo recuerdos imborrables. No hay premio económico, pero el trofeo lo guardaré con más encanto que 50.000 euros.