MONTAÑISMO
El Nanga en invierno tendrá que esperar: "Volveremos"
Goettler y Mackiewicz se dan la vuelta a 7.000 metros con viento de 70 km/h. La montaña asesina sigue virgen en invierno. Moro, en el campo base.
El Nanga Parbat es el ochomil más occidental del Himalaya, una mole gigantesca de roca y hielo azotada por los vientos, que tiene dos características que le hacen diferente sobre los demás. Es la montaña más legendaria, la más temible a nivel psicológico. ¿Qué puede pensar un alpinista antes de salir de casa cuando va a escalar una montaña cuyo apelativo es el de “asesina”? Pero además es el mayor escalón de la Tierra. Desde el cercano río Indo a su cima se salva un desnivel de siete mil metros. No hay ningún otro lugar, por encima del mar, que iguale al Nanga Parbat.
Además, al estar aislada del cercano Karakorum, la climatología suele ser imprevisible y detestable. Los fuertes vientos que los partes anunciaban para el próximo lunes se han adelantado frustrando el sueño de unos escaladores que ya rozaban con los dedos lo hasta ahora imposible: llegar a la cumbre del Nanga Parbat en invierno. Dos cordadas, una formada por mi amigo el italiano Simone Moro y el alemán David Goettler, y otra polaca con Pawel Dunaj, Jacek Teler y Tomasz Mackiewicz, habían unido esfuerzos para llegar a esa cima de 8.125 m en un intento final muy arriesgado.
Les ha faltado muy poco para asomarse a la vertiente del Diamir que era, casi en sí mismo, un sueño. Era “ver” al otro lado, llegar a ese lugar de los sueños imposibles que muy pocos se atreven a hacer realidad. Ayer, Simone tuvo que regresar después de pasar una horrible noche vivaqueando sin saco y con problemas estomacales cuando había llegado al campo 3. Por encima ya se encontraban Goettler y Mackiewicz, quienes durmieron a 7.000 metros, pero ayer por la mañana se han visto sacudidos por vientos de más de 70 km/h, multiplicando hasta lo insoportable el frío que, a esa altitud, te destruye en minutos.
Con todo, han decidido salir para intentar subir lo más posible. Pero ni siquiera han podido cumplir el sueño de asomarse a esa vertiente de Diamir. Al viento y el frío se han unido unas condiciones de la pared, con mucho hielo, que les han aconsejado tomar la decisión de retirarse. Es muy probable que no hubieran regresado al campo base de haber continuado.
Pero el gran paso ya está dado: han subido más alto que nadie hasta ahora en invierno, vuelven sabiendo que es posible escalar el Nanga en invierno y han arrastrado su cuerpo hasta el límite. Los más grandes lo son tanto por intentar lo imposible como por saber valorar las propias fuerzas; algo nada fácil de conseguir cuando estás helado, agotado por el esfuerzo y con el cerebro enturbiado por la falta de oxígeno. Cuando he hablado con él estaba triste. Sólo me ha dicho: “volveremos otra vez.”