BOXEO
“¡Soy el rey del mundo!”: el grito de Ali cumple cincuenta años
El 25 de febrero de 1964 ganó a Sonny Liston en el sexto asalto y nació la leyenda. Al día siguiente anunció su conversión al Islam y pasó a ser Mohamed Alí.
Hoy se cumplen cincuenta años de un combate que lo cambió todo: el boxeo, el deporte, la política, lo que significaba ser negro en una América racista… Cincuenta años desde que, un 25 de febrero de 1964 en el Convention Center de Miami, un chico llamado Cassius Clay se convirtió en campeón del mundo de los pesos pesados con 22 años. Esa noche, después de que Sonny Liston abandonara en el sexto asalto, quien fuera bautizado luego como El Más Grande se subió a las cuerdas para proclamar como un loco: “¡Soy el rey del mundo!”. Ahí, realmente, nació la leyenda. Un día después, abrazado ya a la Nación del Islam, anunciaba que pasaba a llamarse Cassius X —en honor de Malcom X, que ocupó la butaca 7 en el ringside de Miami—, nombre que este le cambiaría luego por el de Muhammad Ali.
Sonny Liston se había proclamado campeón mundial en 1962 al noquear al poseedor del título, Floyd Patterson, en el primer round. Los mismos protagonistas se cruzaron un año después con el mismo resultado. Patterson era el negro bueno, el adalid de la integración racial pacífica al que recibía John F. Kennedy en la Casa Blanca. Liston, nacido en el Sur en una familia de 25 hermanos, un tipo brutal y sin salidas. “Una persona que nunca ha recibido un favor de nadie”. Un delincuente juvenil que aprendió a boxear en la Penitenciaría de Missouri y que ejercía de machaca para la Mafia, que controló su carrera. En ese duelo de 1962, que duró dos minutos y seis segundos, el público abucheó ya a un espectador, Cassius Clay. Ese deslenguado púgil había ganado el oro en los Juegos de 1960. Y apuntaba.
Una promoción que incluyó la visita de los Beatles
En 1964, Liston le dio la oportunidad a Ali. El periodista David Remnick, en Rey del mundo, relata los entresijos del combate. Y de un país en plena convulsión. Las apuestas favorecían al Gran Oso por 7-1. El reportero de The New York Times Robert Lipsyte había recibido la orden de su jefe de estudiar el camino más rápido entre el ring y el hospital para narrar el traslado de Ali, que subió al ring con un batín blanco con la sobreimpresión The Lip (insolente o bocazas). Sus rimas habían calentado el ambiente. “Ved al joven Clay/peleando contra el Oso./ Liston recula y recula/y va a acabar en el foso,/porque en el ring ya no hay sitio/y eso que es muy espacioso./Clay le pega con un puño,/ luego le da con el otro./El único que pelea es Cassius Clay el Hermoso”.
Ali mostró ese otro boxeo posible: rapidez de piernas y guardia baja. Cortó a Liston en una ceja. Casi le derriba en el sexto. Y vino el abandono: “Hasta aquí hemos llegado”. Liston estaba derrotado. Patterson, desaparecido. Llegaba a la cima un negro diferente. Un campeón inconformista, rupturista. Algo más que un deportista que anunció otra América. Ese día murió Clay y nació Ali.