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Expedición North Face-Nanga Parbat

Simone Moro: “Sólo tenemos un 10% de posibilidad de éxito”

Moro es una leyenda: el único que ha hollado tres ochomiles en invierno (Shisha, Makalu y el hostil Gasherbrum II). Ahora va a por el Nanga Parbat con la expedición de North Face.

Múnich
Simone Moro.

—¿Para usted no existe la palabra imposible?

—No, no. Quizá ‘nearly impossible’ (cerca de lo imposible). Todos los días hay barreras que se superan. Lo imposible es momentáneo, no existe. No me gusta esa palabra, es una forma de aliviarse.

—¿Y qué busca intentando ochomiles en invierno?

—Me gustaría inspirar a gente, hacerle creer que sigue siendo posible explorar. Un ejemplo, hoy parece imposible ganar la guerra al cáncer… Pues con esa mentalidad nadie intentará cambiar la historia. Escalar una montaña en invierno puede ayudar a motivar a un joven que estudia medicina o tecnología. Se puede cambiar el mundo creyendo que no existe lo imposible. En esa estación, entras en un mundo diferente: todo es difícil, todo se congela, no hay nadie alrededor. Las estrategias no sirven, sólo hay que esperar días y días en el campo base una ventana de buen tiempo y luego atacar rápido. Tampoco existe la competición: estás solo.

—Es casi un cara o cruz…

—Todo son inconvenientes. Sabemos que sólo tenemos entre un 10 y un 15% de posibilidades de éxito. Pero no queremos pagar un precio alto.

—¿Y este tipo de alpinismo es ya la última frontera?

—Sí. La más grande al menos. Puede haber montañas vírgenes… pero cuando llegas en invierno, la soledad y la fragilidad humanas son tan enormes que te encuentras exactamente como Ernest Shackleton en la Antártida hace casi cien años: solo persiguiendo tus sueños. Nadie te obliga. Es tu elección. Lo que diferencia una hazaña deportiva de una exploración es el sabor de lo que estás haciendo. El deporte está relacionado con ganar o perder, pero la exploración no está relacionada con hacer o no cumbre.

—¿Ahí se siente en el mismo borde?

—No, no en el borde de la vida o la muerte. Yo soy muy ‘bravo de guisar’. Me refiero a que la exploración no puede ser un plato de pasta sin sal. Encontrar el gusto es una forma de educarme a mí mismo y a mi niño: ‘Tu papá cree en su sueño y tú debes explorar tu sueño; si alguien te dice que es imposible no es verdad’.

—Ha visto morir a compañeros en la montaña, algunos muy de cerca como Dimitri Sobolev y Anatoli Bukreev, compañeros de cordada a los que se llevó una avalancha en el Annapurna en 1997 que casi acaba también con usted. ¿Eso le hace valorar más la vida?

—Sí, seguro. Llevo 50 grandes expediciones y en el 35% de las veces regresé sin cumbre, pero estoy vivo. Es importante vivir por un sueño, pero no morir por él. Entonces es que no tendría un proyecto racional de vida. Lo que tengo claro es que ninguna cumbre vale una vida. Algunos nos llaman locos, pero prefiero ser un loco feliz a una persona normal infeliz.

—¿En el alpinismo es habitual vender gestas que no lo son?

—¿Se refiere a la gente que habla mucho? Bueno, por ejemplo ahora subir los catorce ochomiles es una difícil y muy cara experiencia deportiva, pero no se puede hablar de exploración cuando ya hay más de treinta personas que lo han conseguido. Dedicar gran parte tu vida a ser el 31 que lo hace… No me importa el qué, sino el cómo.

—Subir en estilo alpino, como lo hacen ustedes, supone volar en la montaña.

—Sí, no utilizamos porteadores, ni oxígeno, somos dos o tres personas y atacamos ligero.

—¿Qué hacen diferentes los ochomiles del Karakorum a los de Nepal en invierno?

—Sobre todo el viento, lo convierte en más frío. Y la soledad. No hay pueblos cerca de la montaña. Puedes emplear 15 días para llegar al campo base sin encontrar a nadie.

—Este mismo año, un grupo de sherpas intentó lincharle junto a Ueli Steck y John Griffith cuando intentaban avanzar en el Everest por una zona donde ellos fijaban cuerda para las expediciones comerciales. ¿Eso es fruto de la masificación?

—Sí, algunas nuevas generaciones de sherpas se creen ahora los reyes. Nos ven progresar sin oxígeno, más rápido y más fácil que ellos y les hiere el orgullo… Y también el negocio, claro.

—¿Entonces está en contra de esos ‘turistas del Himalaya’?

—No voy a ser hipócrita. Sin esos turistas, muchos nepalíes no tendrían qué comer. Pero no sólo existe el Everest en Nepal ni el alpinismo es sólo subir a esa cima. Estaría bien una organización, que no todos lo intentaran el mismo día. En mayo del 2012 iba sin oxígeno y tuve que darme la vuelta. Iban con cuerda fija y te decían: ‘a la cola’. Daban dos pasos y descansaban un minuto con oxígeno. Sin él, es mortal esperar tanto tan arriba. Habría que extender ese turismo a otros valles y otras montañas. De haber estado cerrado el Nanga, este año habría intentado el Everest en invierno: entonces no habría encontrado a nadie.

—¿Si consigue el Nanga Parbat ahora se retira de las expediciones invernales?

—¡Bufff! No estoy seguro. Me atrae la historia del K2, pero sí, ya serían cuatro ochomiles en invierno (Shisha Pangma 2005, Makalu 2009 y Gasherbrum II 2011) que para mí es como subir los 14 en verano. Aún conservo todos mis dedos y ya no quiero perderlos. Le contaré algo: cuando llegué a casa y celebramos la subida al Gasherbrum, mi esposa me dijo que había soñado que moría en el K2. Así que cuando me propuse el reto de elegir uno de los dos que quedan por subirse en invierno, lo tuve fácil: repetir en el Shisha después de no conseguirlo el año pasado.

—Usted también es piloto de rescate en Nepal. Lo supimos cuando intentó salvar a Juanjo Garra en el Dhaulagiri. ¿En Pakistán también podrían sacarles en helicóptero?

—No, no. Allí no existe la aviación civil. Sólo la militar, y no creo que tengan en mente ayudar a unos locos que suben en invierno. Mejor bajar por nuestras piernas.

—Por cierto, usted es amigo de Sebastián Álvaro…

—¡Ufff! Tienen mucha suerte con él en España. Metió el alpinismo dentro de las casas con Al Filo; es una misión cultural que se propuso y consiguió. También respeto a Jesús Calleja y su Desafío Extremo, aunque sea otra forma más fácil de hablar de aventura.