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50 años del asesinato de Kennedy

Un gran deportista murió hace 50 años: John Fitzgerald Kennedy

Hoy hace 50 años exactos que en Dallas, Texas, sendos balazos consecutivos acabaron con la vida de John Fitzgerald Kennedy. AS desvela las raíces deportivas de JFK.

Kennedy aspiró a jugar a fútbol americano en Harvard. Luego, la espalda forzó a JFK a hacer mucho golf.

El 22 de noviembre de 1963, a las 12:30 horas de la mañana sonaron varios disparos de fusil en Dallas, Texas: en Dealey Place, a través de la intersección entre Houston Street y Elm Street. Dos de esos disparos (¿fueron tres, cuatro...?) se estamparon en el cuello y cabeza de John Fitzgerald Kennedy, JFK, presidente número 35 de los Estados Unidos de América, elegido en 1960 en representación del Partido Demócrata. Kennedy atravesaba las calles de Dallas junto a su esposa, Jacqueline, a bordo de un Lincon Continental descapotable, en cuyos asientos delanteros se encontraba John Connally, gobernador de Texas, junto a su esposa, Nellie.

La primera bala atravesó el cuello de Kennedy, que cayó reclinado en el regazo de Jacqueline, sólo un minuto después de que Nellie Connally dijera a JFK: “Mr. President, no puede decir que Dallas no le ama”. Tres segundos y medio después, una segunda bala, mortal de necesidad, explota en pleno cráneo del presidente, cuya masa encefálica salta por los aires, como se ve en el célebre fotograma 313 de la película de Abraham Zapruder. Tras el cerebro tiroteado de John Kennedy y en ese mismo momento, se esfumaron los sueños de toda una generación de estadounidenses: lo que se conoció como Camelot o La Nueva Frontera. Cinco décadas después, quienes visiten la colina del Cementerio de Arlington (en Washington D. C.) donde reposan los restos del presidente y de su hermano, Robert, también asesinado en 1968... aún pueden contemplar a decenas de americanos emocionados, que lloran por Camelot. 50 años después parecen quedar pocas dudas de que el oscuro Lee Harvey Oswald fue, como mínimo, el autor de algunos de esos disparos, desde una ventana del Depósito de Libros Escolares de Texas, en Dealey. No se pudo identificar a cualquier otro eventual tirador.

El legado. Antes de ser detenido, Oswald también mató a un policía de Dallas, el agente Tippit. A su vez, el tirador del Depósito de Libros (con un fusil Mannlicher-Carcano) fue liquidado a quemarropa sólo dos días después, el 24, por un oscuro pistolero de los bajos fondos: Jack Ruby. 50 años después, no cesan las conjeturas sobre quiénes conspiraron y dieron órdenes para el magnicidio de Dallas.

De JFK, nos queda el legado de un apasionante mandato de mil días donde se rodeó de algunas de las mentes más brillantes de EE UU: ‘The Best and The Brightest’, Los Mejores y Más Brillantes de una generación de posguerra liderada por ‘The Whiz Kids’, los Chicos Mágicos: Bob McNamara, McGeorge Bundy, Dean Rusk, Arthur Schlesinger Jr., Teddy Sorensen... intentaron ajustar EE UU a una nueva era o Frontera. Se abrieron cauces inéditos en los derechos civiles, se cometieron errores (desembarco en Cuba...), se frenó la posibilidad naciente de una III Guerra Mundial y se planteó la intervención en Vietnam. “Yo no voy a ser el presidente que ceda Vietnam al comunismo”, dijo John Kennedy. ¿Y el deporte...?

Como todos los cuatro hijos varones del embajador Joe Kennedy, el presidente asesinado en Dallas jugó a fútbol americano en la Universidad de Harvard, los Harvard Crimson, uno de los programas más antiguos del mundo. En su caso, y antes de la II Guerra Mundial, John (nacido en Brookline, Boston, en 1917) consiguió un puesto en el equipo júnior: el Varsity Junior Team.

Pero el presidente acarreaba demasiados problemas de salud para un deporte de tan masivo contacto físico: esencialmente, y desde la adolescencia, John, Jack Kennedy padeció molestias crónicas en la zona lumbar, que le impulsaron a integrar el equipo de natación de high school en Choate Rosemary Hall. Después también lo intentó en Harvard. Allí, Jack también integró el equipo de golf. Él mismo describió su intensidad en la práctica deportiva como ‘frenética’.

Cuando concluyó la II Guerra Mundial como héroe condecorado por su heroica intervención en el hundimiento del patrullero militar PT-109 ante el destructor japonés Amagiri (1943, Islas Salomón; su habilidad con la natación fue decisiva...), John Fitzgerald Kennedy olvidó sus intentonas en el deporte de alta competición. Tenía la espalda cada vez peor. Necesitaba calmantes: con frecuencia. A Jack, que había visitado la España de posguerra, le encantaba ver partidos de tenis. Y, casi como un recuerdo, su hermano Robert entregó a Manuel Santana en 1965 el trofeo de campeón en Forest Hills, en el Nacional de EE UU. Jack siguió con el golf: en Hyannis, Palm Beach y, ya como senador y presidente, en links de Maryland: Burning Tree y Chevy Chase. JFK era gran aficionado al béisbol (fan de los Boston Red Sox) y lanzó la primera bola de las grandes ligas en 1962, en un duelo Washington Senators-Detroit Tigers. Le encantaban los deportes náuticos y en 1962 recibió en la Casa Blanca a Floyd Patterson, entonces campeón mundial de los pesos pesados. Era duro. Exigente: en una intervención radiofónica, Jack tachó de ‘chicas’ (‘girls’) a los jugadores del equipo de EE UU de hockey sobre hielo que recibían una paliza tras otra en los Mundiales de 1963. “¿Es que hemos mandado allí unas chicas? ¿No había otros...?”, se preguntó el presidente, que planteaba: “Un buen marine debe poder recorrer 50 millas en 20 horas”.

Cuando fue elegido presidente, en 1960, escribió aquel artículo en Sports Illustrated: ‘The Soft American’, El Americano Blando. Así terminaba: “No queremos que nuestros hijos sean una generación de espectadores. Mejor queremos a cada uno de ellos como participante en una vida vigorosa”. Tres años después sonaron aquellos disparos en Dallas.