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ITALIA 23 -FRANCIA 18

Francia paga su indolencia ante una Italia que sacude el torneo

La Nazionale derrotó por segunda vez en la historia del torneo al XV de Saint-André de forma merecida, con ensayos de Parisse, Castrogiovanni y el pie de Orquera.

Actualizado a
Martin Castrogiovanni celebra un ensayo con sus compañeros.
MAURIZIO BRAMBATTIEFE

El Seis Naciones, en sus diferentes fisonomías, se juega hace tanto que las tradiciones, los tópicos y hasta los prejuicios han hecho fortuna y forman parte del paisaje del torneo. A menudo con gran razón, porque los hechos los subrayan. Francia ha animado grandes revoluciones estéticas, filosóficas y hasta políticas (hablamos de rugby), pero en el fondo se trata de un equipo altamente tradicionalista, que siempre defiende la posibilidad de la indolencia: lo que más parece gustarle es regodearse en su arquetipo de conjunto imprevisible, acostumbrado a hacer exactamente lo contrario de lo que se espera que haga. Siempre peligroso cuando todo el mundo acuerda que juega un rugby pésimo y que no tiene posibilidades, en situación de favorito hace exactamente lo contrario. Por ejemplo, lo que hizo ayer en el Olímpico de Roma: evaporar el tejido de su rugby hasta convertirlo en inasible, eludir el contacto y las posibilidades de construcción que derivan de esa obligación en el rugby, obviar un plan de juego, permitir la deserción de sus directores de orquesta (Machenaud y Michalak) y ponerse en manos de la codiciosa Italia. Ahora, hay que subrayar que Italia fue un equipo que mereció la victoria de lado a lado, que aplicó planes variables a lo largo del encuentro, que regresó de sus equivocaciones del primer tiempo y que, cuando la heróica lo llamó a filas, tuvo la entereza, la resistencia necesaria para defender el 23-18 final en los larguísimos diez minutos finales de ataque francés.

 El rugby produjo así, en el mayestático Olímpico de Roma, otro episodio memorable de sus múltiples leyendas. No es la primera vez que Italia le gana a Francia: ocurrió hace dos años, en 2011, cuando en el Stadio Flaminio el conjunto azzurro derrotó a la Francia de Marc Lièvremont (22-21), con un golpe final de Mirco Bergamasco. Si hay quien consideró suerte aquello, esta vez la fortuna no tuvo nada que ver. La fortuna hubiera actuado con su rueda desbocada si Francia hubiese logrado entrar en la zona de marca italiana en ese Stalingrado postrero al que sometieron los franceses a la Nazionale. Para entonces ya había entrado al campo Morgan Parra como número 9, después de un encuentro algo más que pálido de Machenaud. Con Parra Francia se movió, por fin, en ataque. Intentó algo. Pudo ser el cambio de medio o pudo ser la desesperación, el sudor frío de la derrota que venía. La otra posibilidad fue Bastareaud, el rendondeado centro francés, comisionado para las últimas cargas francesas contra la defensa italiana. No pudieron entrar, pese a dos melés y el acecho de un ensayo de castigo, que siempre está latente en este tipo de resoluciones. La última decisión la tomó Michalak con un pase largo, en salto, hasta el ala Benjamin Fall, que había anotado uno de los ensayos franceses anteriores. Pero Fall se hizo espuma a la hora de contactar con los cierres italianos, que lo sacaron por la touche como los bárbaros de la lucha libre americana sacan al peleador bueno en sus pantomimas. E Italia entera levantó los brazos porque ese último acto de servicio defensivo era la victoria.

 Italia ha ganado su primer partido en este Seis Naciones. No es la primera vez que ocurre. Antes también ha sacudido a Escocia o, como se dijo, a la propia Francia hace dos años. Sin embargo, el aire que dejó el equipo de Brunel en el Olímpico es el anunciado desde sus tests de otoño: parece estar en condiciones, por primera vez, para aspirar a algo más que evitar la Cuchara de Madera. Su primer periodo demostró dos lados opuestos. No fue un encuentro, salvo el final, cerrado en el tráfico pesado del que siempre hicieron gala los italianos. No. Brunel hizo desplegarse a sus terceras y delanteros, muchas veces, lejos de los agrupamientos, buscando superioridades en las ágiles aperturas de Orquera. El apertura italiano mandó en el partido en su primera media hora, asistido por el altísimo ritmo de reciclaje que imponía Tobias Botes, el medio de melé. Italia fue lejos y golpeó pronto, con una escapada de Orquera después de que McLean tapara, con una cobertura defensiva fantástica de lado a lado, una patada a seguir de Michalak en contraataque. Italia salió jugando, Orquera cruzó el telón defensivo francés con una diagonal exagerada y se fue solo. Descargó a Parisse y éste posó.

Esa jugada definió el estado de Italia en el primer periodo. Y, aunque contestaría Picamoles pronto, el ladino Orquera no soltó la vara de mando. Pasó primero un drop perpendicular a palos y luego otro golpe para poner a Italia 13-5. Los azzurri, sin embargo, tenían un problema severo: su placaje en los primeros contactos. A Francia, sin ninguna dirección en el juego, le resultaba fácil atravesar el primer muro y meterse a jugar detrás de la defensa. Ahí son tremendamente peligrosos, pese a sus imprecisiones de ayer. Michalak, en el mientras tanto, acortó con un golpe transformado. Italia no quería cometer errores y se guardaba con pateos profundos desde su campo, para ir a buscar a Francia con la presión en medio campo. Sin embargo, eso no sirve si no hay placaje en los encuentros. Y eso fallaba. Por eso Francia encontró el hueco preciso para que Huget lanzara una contraofensiva, pasase la defensa, dejara a Machenaud y éste en bandeja a Fall, que puso por delante a Francia con la conversión de Michalak (13-15).

La segunda parte adensó el juego, hubo más tráfico pesado, las agrupaciones duraban más y el ritmo se resintió. El descanso le sirvió a Italia para poner remedio a sus fallas defensivas y cerrar los intervalos que le habían dado vida a Francia. Los de Saint-André, sin embargo, se desnortaron por completo. Michalak siguió eludiendo cualquier contacto, Fritz y Mermoz tampoco tuvieron balones para reventar contra el medio campo rival y Huget empezó a dar señales de derrumbe. Tampoco la luminosa tercera francesa tomaba en sus manos las operaciones. Pese a todo, Michalak aún estiró la ventaja con otro golpe (13-18): ahí hubiera debido tomar el papel de Farrell en Inglaterra el sábado; ir martillando clavitos en el catafalco italiano con pequeños golpes como martillazos. Pero Francia no tuvo posesión ni territorio para algo así. Y acabó siendo héroe Castrogiovanni, cómo no, cuando después de una carga de infantería y de que los italianos excavaran tres túneles en campo enemigo, se metió en el ensayo con toda la barba y la pelambrera al viento. Orquera convirtió. Se fue y entró Burton. Y lo que esperábamos de Michalak, lo hizo Burton: un drop magnífico que cerró el partido para Francia. Ya no sirvió Parra. Ni Bastareaud ni los aspavientos de su último ataque, dos golpes a cinco jugados en melé incluidos. Francia se fue por el sumidero de un partido que nunca acertó cómo jugar. Este equipo de Italia no hace concesiones: mereció ganar. Y merece consideración. Toda la consideración.