VI NACIONES | Inglaterra 12 - Gales 19
Gales profana Twickers
Los dragones ganan en el templo inglés y logran la Triple Corona
Hay duelos deportivos de marcado tinte histórico, y luego está el Inglaterra-Gales de rugby. Un país de tres millones de habitantes que se aferra a este deporte para ajustar cuentas a una nación poderosa y arrogante, con dos millones de jugadores, a la que ha estado sometida durante siglos.
Ayer los dragones entraron en Twickenham, templo oval inglés, dispuestos a sellar una oportunidad histórica. Más allá del placer de doblegar al eterno rival, Gales podía conquistar por primera vez la Triple Corona en suelo inglés. Rubricar su dominio en casa del máximo enemigo. Profanar La Catedral. Y lo hizo alineando a la más estimulante generación de sus últimos 50 años. Veinteañeros de talento incontenible como North (19 años), Jonathan Davies (23), el capitán Warburton (23), Faletau (21), Scott Williams (21)... Los ingleses, que viven malos tiempos para la lírica, intentaron encontrar en esa inexperiencia su talón de Aquiles. Plantearon un partido trampa, físico, plagado de emboscadas al medio melé galés Mike Phillips, gigante que decide mal bajo presión, y al tibio apertura, Priestland.
De salida Inglaterra adelantó 20 metros a su nueva estrella, Owen Farrell, de 13 a 10, anticipando su estrategia. Sin argumentos convincentes para ganar, la idea era jugar a hacer perder al rival. Así tumbaron a Escocia y a Italia. Kryptonita.
Rugby industrial.
La camiseta inglesa intimidaba a los imberbes galeses, pero los dragones insistieron en su juego con una perseverancia impropia de su juventud. Rugby industrial. "Se ataca desde cualquier parte", reza el axioma del hwyl galés, enunciado por Carwyn James en 1971. Al ecuador de la segunda mitad llegó Inglaterra destacada: 12-6. Pero entonces la tenacidad celta comenzó a regar el campo de ingleses extenuados provocando cambios hasta en la bisagra inglesa: los acertados Dickson y Farrell por el caótico Youngs y el frígido Flood. Gales tensó las costuras inglesas hasta hacerlas trizas cuando Williams robó un balón inconcebible a Lawes, tremendo jugador convertido en renombrado filibustero, y posó el ensayo decisivo. El arreón final inglés, toneladas de orgullo en su camiseta, se quedó a milímetros de alterar el desenlace. Pero Gales profanó Twickers e hizo Historia. Con mayúsculas.