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El artículo de opinión en Le Monde

La poción mágica

Yannick Noah

Cuando yo aún paseaba mi raqueta sobre las pistas, no éramos ridículos, más bien lejos de ello, ante nuestros amigos españoles. Igual que sobre los terrenos de fútbol, el parquet del baloncesto o el asfalto del Tour de Francia. Hoy, corren más rápido que nosotros, son mucho más fuertes y sólo nos dejan unas migajas. Al lado de ellos, simplemente tenemos aire de enanos. ¿Qué ha podido pasar que no hayamos percibido?

Hay una pregunta que me atormenta: ¿cómo puede un país dominar, hasta tal punto, el mundo del deporte de un día a otro? ¿Han descubierto técnicas y estructuras de entrenamiento vanguardistas que nadie antes de ellos había imaginado? He buscado documentos y archivos sin encontrar ninguna innovación, aunque entiendo que pueda ser un secreto que quieran guardar. Entre nosotros, me cuesta mucho creerme esta hipótesis. Porque, hoy en día, el deporte es algo como Asterix y Obelix en los Juegos Olímpicos y ellos han caído en la marmita. Los suertudos.

Pero, estos últimos años, han tenido que forzar un poco con las pociones, viendo la hecatombe de los controles positivos. La semana pasada, leí que un jugador del equipo campeón del Europeo de baloncesto de septiembre tuvo un problema con un control "anormal" en cuanto a nivel de testosterona. La Federación, por su parte, declaró rápidamente que el jugador tenía un nivel anormalmente elevado por naturaleza. El suertudo.

Si hubiera pasado en Francia, estoy seguro de que el caso habría ido de otra forma. Tomemos el ejemplo de Jeannie Longo. Durante 20 años fue puesta por las nubes y, en cuanto surge una mínima irregularidad respecto a las leyes antidopaje, se le asesina. Es una esquizofrenia muy a la francesa. Queremos campeones, admiramos a los campeones de otros países y no tenemos piedad alguna en cuanto uno es pillado. Acuérdense de Virenque, el "fue por mi voluntad involuntaria" (frase de burla relacionada al caso Virenque, hecha popular por los medios galos). Le sacrificamos para hacer de él un ejemplo y los demás siguen corriendo. Los suertudos.

¿Pero saben lo que se comenta en el café de los deportes (lo sé bien, de vez en cuando me tomo un corto)? Que los que ganan son los que atraviesan las mallas de las redes, los que son más rápidos que los controladores y utilizan productos que aún son indetectables.

Claro que, por nuestra parte, es algo honorable haber puesto en sitio un longevo y apretado seguimiento a nuestros deportistas. Pero no nos hemos tratado con el mismo criterio que la mayor parte de nuestros adversarios de otros países.

En España, el caso Fuentes, el escándalo más grande de dopaje de la historia, de repente hizo chitón. La mayoría de los clientes españoles del buen doctor fueron perdonados. Puede que sea porque, ahí, el deporte ocupa una plaza tan importante en la sociedad que sus héroes son más protegidos que en otros sitios. ¿Pero por qué le sacan la alfombra roja a Contador cuando vuelve de dar un positivo en el Tour? (por un bistec, ¿cierto?) Que cese la hipocresía. Hay que respetar la presunción de inocencia, pero no ser pardillos. La mejor actitud a adoptar es aceptar el dopaje. Y así todo el mundo tendrá la poción mágica.