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Cassin: el juego limpio en la mon

El italiano Ricardo Cassin tenía cien años cuando murió hace unas semanas, pero lo sobresaliente no es su longevidad sino lo plena que fue su vida, dedicada siempre a su gran pasión: la montaña. Y es que Cassin es parte substancial de la historia del alpinismo. En él se aunaban el romanticismo de los primeros escaladores decimonónicos y la audacia y voluntad de superación de retos tenidos por imposibles que marcó los mejores años de esta actividad en el siglo XX. Precisamente el día que murió, el seis de agosto, se cumplían setenta y un años de su apertura como capo de cordatta de la vía Walker en el espolón de las Grandes Jorasses, una de las vías más míticas de toda la historia del alpinismo y la última gran ascensión realizada en los Alpes antes de la Segunda Guerra Mundial -donde cayó herido formando parte de un grupo partisano contra los nazis-. Para entonces, Cassin era ya un joven curtido en mil batallas contra la roca abriendo vías en las montañas cercanas a Lecco, donde residía.

Cuando me encontré con él para realizar una entrevista hace unos pocos años, seguía teniendo el mismo aspecto sólido de boxeador -deporte que también había practicado- y una acerada mirada con la que echaba la vista atrás con el escepticismo del que ha vivido mucho y la ironía ante sus muchos triunfos y algún que otro desencanto. Como el que le privó de estar en el grupo que conquistó el K2 en 1954. Resultaba casi obvio que el mejor alpinista de Italia formaría parte de ella y dirigiría las cordadas de asalto, pues incluso había participado en una exploración previa de la montaña el año anterior. Viéndole tantos años después, tan pletórico, resultaba increíble la razón por la que fue apartado: no pasar un reconocimiento médico. Sonriendo con cierta malicia pero nada de rencor, contestó a mi asombro, ante tamaño despropósito, confesándome que Ardito Desio, líder de la expedición, no quería a su lado a nadie que le hiciese sombra. Desio tuvo su montaña sin compartir la gloria, pero con una polémica que ha llegado a nuestros días, pero ahí se detuvo su biografía alpinística -una vida también longeva pues murió con 104 años- mientras que Cassin continuó su camino por las cordilleras de todo el mundo en el que la dificultad y el juego limpio fueron siempre los guías.

En 1958, marcaría otro hito al ser el jefe de la expedición que lograría ascender por primera vez el Gasherbrum IV, la montaña más bella del mundo, llegando a su cima Bonatti y Mauri. Luego abriría la arista que lleva su nombre en el Denali o McKinley, la montaña más alta de Norteamérica, hecho por el que recibió una felicitación del presidente John Kennedy. Dirigió una famosa fábrica de productos de montaña y los Andes, el Caúcaso, el Himalaya y sus queridos Alpes siguieron recibiendo la visita de este caballero de la República Italiana hasta cumplidos los ochenta años. Dejó sólo un libro autobiográfico, pero sus mejores lecciones están escritas para siempre en la roca, en las vías que abrió y el modo, limpio, elegante, sobrio y audaz, en que lo hizo; algo que le importó siempre más que conseguir la gloria.