"Se buscan hombres para viaje peligroso..."

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"Se buscan hombres para viaje peligroso..."

"Se buscan hombres para viaje peligroso..."

Entre 1914 y 1916, Ernest Shackleton y sus hombres protagonizaron una legendaria expedición a la Antártida, cuyas imágenes pueden verse ahora en una exposición. AS la visitó con un cicerone de lujo: Sebastián Álvaro. "Ellos nos enseñaron a hacer 'Al Filo de Imposible", dice.

Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito". El británico Ernest Shackleton publicó este anuncio en la prensa en 1914, solicitando voluntarios para "la última gran travesía terrestre pendiente". ¿Quién podría responder a esta loca invitación al infierno? Pensaríamos que nadie en su sano juicio, pero lo hicieron miles de aventureros. Tras una prolija selección, Shackleton eligió a los 26 hombres que iban a acompañarle en la travesía de la Antártida, en la que iba a ser la mayor proeza de la exploración polar.

Una proeza que se muestra hasta el sábado en el Jardín Botánico de Madrid, en una bella exposición de Caixa Catalunya. AS la recorrió en compañía de Sebastián Álvaro, un cicerone de lujo. "Eran hombres de otra pasta. Cada uno de ellos merecería un libro. Llevo 30 años leyendo cosas sobre esta expedición y cada vez me emociona más. Ellos nos enseñaron a hacer Al Filo de lo Imposible, porque nosotros, más que inventar, hemos sabido copiar a los clásicos", cuenta Álvaro, creador del programa televisivo que ha deleitado durante años a los amantes de la aventura.

Shackleton justificó así la expedición: "Desde el punto de vista sentimental es el último gran viaje polar que puede emprenderse. Será más importante que ir al Polo y creo que corresponde a la nación británica llevarlo a cabo, pues nos han derrotado en la conquista del Polo Norte y del Polo Sur. Queda el viaje más largo e impresionante de todos: la travesía del continente antártico".

Endurance.

Shackleton y sus hombres se embarcaron en el Endurance (Resistencia), un antiguo ballenero. Además del jefe de la expedición, destacan entre los aventureros el fotógrafo australiano Frank Hurley ("el mejor de la historia en este tipo de cosas", según Álvaro), que inmortalizó gráficamente la odisea, y el capitán Frank Worsley, un navegante mítico. Tras una larga travesía desde Inglaterra, el barco llegó a la Antártida en un clima extremadamente frío. Hasta el punto de que cerca de su destino en la Bahía Vahsel quedó atrapado entre colosales bloques de hielo, que comenzaron a estrujar sus estructuras, y se inclinó peligrosamente. Los expedicionarios intentaron serrar el hielo para liberarlo, pero era una tarea inútil, así que hubo que abandonar el navío. Hurley se sumergió en las aguas heladas para recuperar los negativos de sus fotografías, que eran de vidrio. El barco quedó reducido a astillas y se perdió para siempre bajo la capa helada.

Los 28 hombres (se había colado un polizón en la escala de Buenos Aires) intentaron desplazarse sobre el helado Mar de Weddell tirando de sus barcas, pero recorrieron apenas un par de kilómetros al día, de forma que decidieron quedarse quietos sobre el hielo bajo el cual había miles de metros de agua. La corriente les empujó hacia mar abierto, hasta que lograron llegar a la Isla Elefante, en el archipiélago de las Shetland del Sur.

Allí, Shackleton se embarcó en un bote con otros cinco hombres, entre los que estaba el navegante, Frank Worsley, para intentar alcanzar la isla de San Pedro, en Georgia del Sur, y pedir ayuda para rescatar al resto de compañeros. El mar estaba helado y encrespado. El bote, llamado James Caird, medía 6,7 metros de eslora.

Un gran navegante.

Esa travesía (1.300 kilómetros en 16 días), era casi un imposible, y sigue siéndolo actualmente. La función del navegante era crucial, porque si pasaba la isla de largo (un punto minúsculo en medio del océano) les esperaba una muerte segura. Los vientos los arrojarían hacia la inmensidad del Atlántico, sin posibilidad de retorno. Worsley demostró lo gran marino que era: con sólo cuatro mediciones de sextante acertó de plano y desembarcaron en la isla.

Pero la aventura no había terminado, ni mucho menos. Tuvieron que atravesar una cordillera inhóspita durante 36 horas, en terreno nunca cartografiado hasta entonces, extenuados y débiles, pero con la confianza y la fe en sí mismo que sólo puede tener gente de su temple. Cuando llegaron a un lugar habitado, en Punta Arenas, no recibieron ayuda de la armada británica, porque había estallado la Primera Guerra Mundial y los objetivos de sus militares no pasaban por recoger náufragos. Fue el barco chileno Yelcho el que les llevó de nuevo a la Isla Elefante y recogió a los 22 aventureros que allí se habían quedado.

"Shackleton había sido considerado a menudo como un fracasado, pero las decisiones que tomó en la Expedición Endurance se ponen ahora como ejemplo de liderazgo en las universidades", cuenta Álvaro.

"No hemos perdido ni una sola vida y eso que hemos pasado por el infierno", proclamó Shackleton al regreso de su aventura. Según lo prometido en el anuncio de prensa, él y sus hombres recibieron "honor y reconocimiento". Shackleton murió el 5 de enero de 1922, a los 47 años, de un infarto en Grytviken (Georgias del Sur), cuando afrontaba una nueva expedición antártica en compañía de algunos de sus camaradas. Allí está su tumba.