Rugby. Mundial de Francia | Suráfrica 37 - Argentina 13
Antílopes implacables
Los springboks hacen pagar caros sus fallos a la orgullosa Argentina
No hay dinero que pague una victoria. No si uno cobra en aplausos, riega de lágrimas su himno y luce la camiseta puma con la misma lealtad que la de su club. Cuando un partido sale de tu cabeza y entra en tu corazón, los límites se acortan. Nada es imposible. Pero el orgullo sólo iguala los partidos, extrañamente los gana. Son el talento y los kilos quienes los deciden. Al menos, en rugby. El orgullo empujó a Argentina a semifinales, sí, pero fue el talento quien la dirigió.
Los Pumas alineaban ayer una melé de 40 millones de argentinos. De Comodoro Rivadabia a Jujuy, de Buenos Aires a Mendoza. Pero en Saint Denis los kilos eran surafricanos. A Argentina la aplastó el peso de la Historia. De inicio no templó sus nervios regalando mucho, incluida una bola a Du Preez que clavó en el ingoal. Los Pumas debían jugar a mover a la delantera surafricana, evitar el choque frontal. Arriesgar, en una palabra. Llevaron el partido al campo rival y tuvieron la pelota, pero sin rédito. Ledesma abusó de Longo en la touch. Y Argentina se desangró fruto de sus errores. Suráfrica, vigilante, rentabilizaba paciente cada fallo. El talento apareció a la media hora de partido, cuando Habana advirtió una pradera tras la línea rival y se citó con la bola a espaldas de Borges. En el ingoal. Minutos después Hernández tropezaba con la pelota y los implacables antílopes acostaban otra vez la bola en zona de marca. Suráfrica ganaba, mejor dicho, Argentina se consumía. Dos errores, tres ensayos.
Don Ángel Guastella, histórico técnico puma, solía advertir: "No busquen en los diarios lo que no hicieron en la cancha". Al descanso, Loffreda probablemente les pidió protagonismo en el papel. O como reza el himno, "con gloria morir". Y eso trataron de hacer. Eso fue lo que llevó a Manuel Contepomi a posar la bola en la zona de marca surafricana, arrimando el marcador a 11 puntos. El partido era frío, demasiado para el caliente corazón argentino. Los springboks sólo aceleraban en casos estrictamente necesarios: para ensayar. Jugando sin touch, blanda de manos y débil de riñones, Argentina necesitaba una excusa a la que aferrarse. Gasolina para avivar la llama. White tapó las esquinas a las patadas de Hernández, algo que le hizo mucho daño al Mago. Y sin set-piece, el poder de Pichot se diluyó. Ni brújula, ni mapa.
Los Pumas languidecieron agónicamente en un desenlace cruel para un grupo al que le hierve la sangre. Un ensayo de Habana tras el enésimo fallo puso el epitafio. Los pechofríos surafricanos, único semifinalista que proponen partidos con el balón en la mano, mantienen vírgen su historial de derrotas ante los argentinos.
Los springboks llegan frescos a la final, sin lesiones, con Du Preez, Habana y Montgomery afilados y su delantera intratable. Mandela debería ir encargando la camiseta de Os du Randt. Mientras, los Pumas se van con orgullo, recordando que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Desde ayer Loffreda, Pichot, Hernández y Ledesma habitan junto a Maradona, Chapa Branca, Kempes o Porta en el Olimpo argentino. Y Wilkinson ya calibra el punto de mira de su escopeta para cazar estos implacables antílopes que ayer se merendaron a los pumas.