Rugby | Mundial de Francia
Festival neozelandés y exhibición australiana
Irlanda logró una victoria agónica ante Georgia
Antes de abandonarnos, Roberto Fontanarrosa nos legó su peculiar filosofía que sostenía, entre otras cosas, que "al iniciar una relación primero hay que hacer el amor y después dedicarse al cortejo. Es más práctico". Teoría aplicable a la vida, al deporte y al rugby. Nueva Zelanda y Australia difieren sobre ello. Los Wallabies se alinean con El Negro, primero producen y luego encandilan. Los All Blacks prefieren seducir y después concretar. Es el viejo asunto del huevo y la gallina.
Australia no tuvo remilgos ante Gales en una primera mitad categórica (25-3). El Mundial está ofreciendo igualdad en delantera, siendo los backs los que deciden: Corleto ante Francia, Pietersen ante Inglaterra, Rokocoko ante cualquiera. Los dragones no aguantaron el martilleo wallaby y se agrietaron, hecho que rentabilizaron Giteau, Mortlock y Latham, gente de cuajo y pedigrí. Australia no hace concesiones, no enamora, pero no falla. Prosa frente a la poesía neozelandesa, y ayer, en menor medida, de Portugal, que suma otro héroe a su santoral rugbístico: Cordero, que contará a sus nietos que ensayó ante los All Blacks. Mientras los kiwis (16 conquistas), juegan, disfrutan, ganan, divierten, enamoran...
Y del idilio al parto: Irlanda. Anoche perdió el bonus, quizás el pase, y casi el triunfo ante la valerosa (escribo esto puesto en pie) Georgia (14-10). Los del trébol sufrieron y los Lelos sumaron el bonus del honor. Fue agónico, angustioso. Si esos drops de Kvirikachvili... Parafraseando a Fontanarrosa diremos que "el rugby está enfermo, le duele Europa".