Vela | Copa América
'Alinghi' y 'New Zealand' ajustan cuentas pendientes
El talonario suizo se mide a la tradición neozelandesa
Suiza no existe en las cartas de navegación tradicionales, las de agua salada. Esas que utilizaban mitos del mar como Sir Peter Blake o Dennis Conner. Pero un terco romano moldeado en Harvard se empeñó en colocarla en el mapa de la vela mundial. En 2003, Ernesto Bertarelli, junto a seis neozelandeses generosamente pagados, conquistó con el Alinghi Auckland y la Copa de las 100 Guineas, que descansa desde entonces a pies del lago de Ginebra.
Los neozelandeses, a quienes corre agua salada por las venas según la leyenda, claman venganza. Bertarelli acude sin Russell Coutts, el kiwi que desertó para gobernar el desafío suizo en el 2003. Sin embargo, y pese a una baja de tanto tronío, la diferencia económica se antoja un margen insalvable.
Ejemplos. Las sillas que pueblan la concurrida terraza de la base del Team New Zealand en Valencia han sido donadas. Como el agua que beben. Como 34 de los 100 millones de su presupuesto, financiados a fondo perdido por su gobierno. Si pasamos de los datos a la comparación, el margen sonroja. Con el sueldo de Peter Gilmour, asesor del Alinghi, se pagaría el sueldo de toda la tripulación suplente del New Zealand.
Pero hay un hecho revelador, definitivo. Algo que magnifica la épica de la empresa neozelandesa: los barcos kiwis llegaron a Valencia gracias a un préstamo del mismísimo Ernesto Bertarelli, el hombre que les arrebató la Copa de las 100 Guineas. ¿Fair play?
Si a un lado está Nueva Zelanda, al otro está Serono, imperio que tampoco habita en las cartas de navegación. Un emporio biotecnológico sobre el que Bertarelli ha erigido el Alinghi. Serono fue vendido en septiembre de 2006 a Merck KGaA por una apetitosa oferta: 10.600 millones de euros. Sólo hay una cosa que el dinero de Ernesto no ha podido (o querido) comprar: a Coutts, que tasó muy caro su rol en esta edición. Bertarelli le despidió ejerciendo una cláusula que le impide pisar Valencia.
En el mar habrá batalla si el viento no supera los 10-12 nudos. Entonces los suizos tendrán de qué preocuparse. El arriesgado diseño kiwi (del español Marcelino Botín) optimiza su rendimiento en esas condiciones. Además son infalibles en las maniobras, especialmente en las ceñidas, implacables a proa e insaciables a popa. Pero si el viento supera los 12 nudos, como vaticinan los meteorólogos suizos, el SUI-100 regatea cuesta abajo. Y la Copa volverá a descansar en algún sitio que las cartas de navegación desconocen, a medio camino entre Harvard y Roma...