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En un momento difícil para algunos de los más grandes del deporte mundial, caso de Michael Schumacher o Valentino Rossi, el tenista Roger Federer cumple mil días al frente de la Carrera de Campeones de la ATP. Un liderazgo incuestionable -casi dobla en puntos al segundo- que se acerca a los tres años de duración y es unánimemente reconocido por sus compañeros. Una supremacía que aumenta, más si cabe, el mérito de Rafa Nadal.

Porque al manacorí, como le sucediera a Arantxa Sánchez Vicario con Steffi Graf, le ha tocado bailar con la más fea. Con mucho menos otros ya fueron números uno. Pero el helvético, que tiene fácil ser el mejor de la historia si no lo es ya, no parece estar por la labor de bajarse del trono. A sus 25 años tiene más títulos de Grand Slam que leyendas de la raqueta como Lendl, Agassi, Connors, McEnroe, Edberg o Becker pero mantiene intacta la ilusión.

Su juego está un escalón largo por encima del resto: con un servicio más completo que el del mejor sacador, una derecha de la que todos huyen y una facilidad de doblista para cerrar los puntos en la red. Solamente golpeando alto de revés da muestras de humanidad. Pero pocas. Y hace menos kilómetros e invierte menos tiempo que nadie en cada partido –la obsesión de Toni Nadal con su sobrino- porque siempre manda en el punto.

Con una insultante sencillez sigue llenando su ya pesado zurrón de títulos. En Basilea, el torneo de casa que siempre le fue esquivo y en el que actuó como recogepelotas, sumó su undécimo título del año ante un desesperado Fernando González. Pese a tener la derecha más potente del circuito, el chileno ha perdido las nueve veces que se lo ha cruzado. Camacho lo diría alto y claro: imparable.