Tenis | Torneo de Wimbledon
Roger Federer gana y Rafa Nadal enamora
Cuarto Wimbledon para el suizo, aunque Nadal le arrebató un set
La inscripción está bajo la puerta de entrada al salón de socios del All England Club, en Wimbledon. La inscripción son dos líneas maravillosas del If de Rudyard Kipling. Y reza: "Si puedes reunirte con el triunfo y el desastre, trata a esos dos impostores justo de la misma manera." En realidad, va en condicional y sólo se completa con el poema entero. Es la primera lección que recibe quien debuta en la Central de Wimbledon. Es la esencia de Inglaterra, tanto como el Almirante Horatio Nelson, el This is Anfield de Liverpool o el Sangre, Sudor y Lágrimas de Winston Churchill.
Esa lección la asimiló hace tiempo Rafael Nadal. Como la reencarnación de Mowgli, el chico salvaje predilecto de Kipling, Nadal pisó ayer el sancta sanctorum de la Catedral del tenis mundial en la final de Wimbledon: a los 20 años, la misma edad de la primera final de Björn Borg, y casi dos años más joven que Federer en su primera final en el All England.
Corazón ganador.
Demasiado joven, quizá. Para ganar el bien, a veces hay que convivir con el mal. A veces, traiciona ir al combate con el corazón de ganador en la mano. Nadal perdió contra su misma ansia de triunfo, no contra Federer. Se equivocó, pero no se equivocó como quienes piensan que "dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse". Nadal no es de esos.
Enamorado del triunfo, Nadal enamoró ayer a la Centre Court. Enamorado del triunfo, el corazón de Nadal latió tan desbocado que no supo entrar en un juego de control hasta el segundo set, cuando Federer ya mandaba con el asombroso 6-0 del primero. Asombroso no como exhibición de Federer (13 de 14 primeros saques en este set) sino como demostración de que el corazón se mueve con razones que la razón no comprende.
Desde ahí, Nadal caminó sobre el alambre. "Sólo quería ganar un juego", dijo. Rompió el saque de Federer para abrir el segundo set, y dio la impresión de que podría igualar el partido y abrir la redoma de los fantasmas de Federer. Sirvió para el set con 5-4. Pero fue su peor juego, incluso con una doble falta. Federer le igualó y rescató el set a base de reveses cortados defensivos. "Me equivoqué", asumió Nadal. Ya con dos sets abajo, Nadal se portó como si su entrenador fuera Kipling y no Tío Toni.
Ahora veremos cómo. Con su mejor tenis del torneo, Rafa gobernó un set sensacional. Y a Federer, acobardado, le entró esa cara de asco sublime, tan conocida y tan repetida cuando tiene enfrente al español. Cuarto set: si Nadal lo ganaba, sería una motocicleta lanzada entre las nubes sobre el atemorizado Federer. Pero Nadal seguía asomado al abismo...
Sin control.
Y bastó un error en el tercer juego de la cuarta manga. Break point para Federer y, en un remate fácil, la bola se topó con el aplique antivibraciones de la raqueta gualdinegra de Nadal. El aplique de goma elástica, la bola y la final volaron sin control hacia el campo de Federer: 3-1, rumbo a 5-1 para Roger, que se asomaba a su cuarto Wimbledon. Desde la red, Nadal dijo a Federer: "Roger, detrás tuya está". Federer devolvió el malvado instrumento, pero no su cuarta Challenge Cup de Wimbledon, que asomaba a sus espaldas. Desde el fondo de la jungla y desde el salón del All England, Kipling volvió a conectar con Mowgli: "...Y si resistes cuando nada queda en tí, excepto la misma voluntad que dice: 'Resiste', entonces, tuya será la Tierra y todo lo que hay en ella, y más aún: entonces serás un hombre, hijo mío". Por ese milagroso deseo, Nadal resistió hasta el 5-3. Ahí perdió. Pero enamoró, algo de lo que es incapaz Federer sobre todo cuando juega con el hijo adoptivo de Manuel Santana y Rudyard Kipling: Rafa Nadal, claro.