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Vela | Louis Vuitton Cup

El tripulante 18: ver, oír, callar y agarrarse fuerte

Once sindicatos de los cinco continentes compiten en Valencia por retar al Alinghi y quitarle la Jarra de las Cien Guineas. Algunos admiten a un invitado en una posición en la popa que estaba reservada al armador o propietario. El China Team ofreció a AS la oportunidad de embarcar en el CHN-79.

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<b>ESCORADOS. </b>La proa del China Team corta las olas durante la regata mientras la enorme botavara comienza a barrer la cubierta para poder virar.
PATRICK GRIPE (CHINA TEAM)

Jueves 11 de mayo. Primer día de regatas en Valencia del Acto 10 de la Louis Vuitton Cup. Este redactor llega a la base del China Team por la mañana. Voy a ser el tripulante 18 de un barco de Copa América. Uno, que es más bien de secano, va a sumergirse (espero que sólo en sentido metafórico) en la competición deportiva más antigua del mundo, en un sprint entre juguetes de varios millones de euros, donde los bestiales presupuestos (160 millones el potente BMW Oracle y unos 15 mis modestos anfitriones) van destinados a ganar más nudos de velocidad. Y eso, en medio del mar a varias millas de la costa. No negaré que siento un extraño cosquilleo en el estómago. Una sensación que se acentúa cuando me llevan a pesarme. "Bien, no pasa de cien kilos. Si no, no podría subir al barco". Vamos, que lo de la velocidad va en serio.

Pero el cosquilleo se convierte en preocupación cuando me leen un documento que debo firmar. "El China Team es un equipo de alta competición, con los riesgos inherentes que conlleva. En caso de accidente, renuncia a emprender cualquier acción contra el sindicato", dice en resumidas cuentas. ¿Qué hago? Cojo el boli y cruzo los dedos.

A sus órdenes.

Recibo mi equipación y salto dentro del barco. Me recibe Sébastien Destremau, el táctico, la persona de la que debo estar pendiente para recibir indicaciones. "Durante el match-race no podrá hablar, ni utilizar móviles, ni cámaras, ni tomar notas. Sigue mis instrucciones", me indica. Luego comprobaré que me hubiera servido de poco llevar algo. Voy a ser el testigo mudo de la frenética actividad de 17 personas de Francia, Polonia, Australia y China que se comunican en inglés. Un perfecto baile dirigido a cazar el viento e impulsar un cohete de fibra de carbono de 24 metros de eslora (largo) y un peso de 25 toneladas.

Sébastien me dice dónde debo colocarme. En popa, en el extremo del CHN-79 que prueban en el Acto 10. Supongo que me pondrán un arnés o algo. "No amigo (se ríe). Tendrás que agarrarte aquí, con cuidado". Ese "aquí" es una estructura metálica donde debo sujetarme. Detrás de mí, sólo hay agua y la superficie, que se va mojando según salimos, empieza a volverse escurridiza. Sébastien me da una botella de agua y me desea suerte. De momento, voy de pie disfrutando del espectáculo de los catamaranes que siguen la regata desde los que unos nos jalean y otros se dedican a hincar el diente a algún elaborado plato. Deporte y glamour, como el lema de TAG Heuer, los relojes suizos que patrocinan al China Team.

Mientras, en cubierta, Brice Jaffuel dirige unos ejercicios para calentar los músculos, se zampan una ración de pasta y se aprovecha para echar la última meadita por la borda (algunas cosas no cambian por mucho avance tecnológico...) antes de comenzar la acción.

Ahora debo agacharme e irme cambiando de un lado a otro según escora el barco a babor o estribor. Nos acercamos a la salida. El casco comienza a vibrar, la proa despide violentos espumarajos, el viento te hace entornar los ojos. Los coffees (en el Team China hay un judoka, Aziz Essadek, con un brazo como mi pierna) giran a tope los molinillos que ajustan las velas. Cuatro veces en un segundo. Un esfuerzo anaeróbico que exige mucho músculo. Las tensiones de los cabos emiten un ruido parecido al de los truenos, las escotas se van soltando, algo chirría. Pego mi oreja al casco y oigo cómo se desliza cortando las olas. Giro la cabeza y veo que el Luna Rossa, el rival, se acerca amenazante con su casco negro. Parece que nos va a embestir y pasa a escasos metros. Es el juego del gato y el ratón alrededor del barco de los jueces para salir primeros. El patrón, Pierre Mas, alterna los dos timones. Consigue no rebasar la línea antes de que suene la sirena de salida. Arrancamos primeros. Enfilamos hacia la boya en zig-zag y los italianos se escapan (es uno de los favoritos). Se hace el silencio y todo el mundo se agacha para no ofrecer resistencia al viento. Respiro y disfruto.

De repente, uno de los tripulantes chinos se pone un casco y le izan a 33 metros. A lo alto del mástil. Las velas emiten destellos plateados. Tarda segundos en subir. Nos preparamos para virar. Hay que cazar la génova e izar el spinnaker. "¡Allez, allez!". El proa que está en lo alto se cambia de lado y golpea con sus pies la parte superior de la mayor para evitar arrugas que resten nudos. El topo que se mueve dentro de la panza del barco va plegando dentro las velas. Así varias veces. El Luna Rossa nos saca 2:52 al final. Los 17 tripulantes de relajan. El 18 mucho más. La lancha de apoyo se acerca. Cuatro horas después, es el momento de bajarme del dragón rojo que me ha enseñado qué es la Copa América.