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Yo digo | Mario Ornat

En la melé aún huele a hombre

Actualizado a

Antes del partido, los galeses andaban preocupados porque iban a jugar con un balón Mitre y no con el habitual Gilbert, un balón con el que ya tuvo problemas O'Gara en la primera jornada: "Tiene un punto blando y no vuela igual", se quejó Stephen Jones, el afrancesado apertura de Gales, que este año juega en el Clermont Auverge . El asunto revela cuánto ha cambiado el rugby y de qué forma el profesionalismo agrega comportamientos y evoluciones hilarantes, que recuerdan (trágicamente) al fútbol. Jamás los galeses se quejaron de aquel Adidas de cuero con el que Sérge Blanco y los franceses hacían rugby champagne en los ochenta, y que con lluvia era igual que una pastilla de jabón. Los viejos aficionados (y los no tan viejos) desconfían de que ahora haya hombreras de espuma bajo las camisetas entalladas, y les indigna que los tres cuartos usen guantes para el agarre de la pelota. Es más, algunos hasta se ponen un casquito por si aparece algún primo de Grewcock, el segunda línea inglés, y les pisa la cabeza aprovechando el quilombo de un agrupamiento.

El galés Henson, el tipo que derrotó a Inglaterra con una patada hercúlea de 44 metros, juega con el pelo engominado, las piernas afeitadas y tras su patada magistral le ha faltado tiempo a su marca deportiva para colocarle en su segundo partido del torneo unas botas de plata. Le dicen Elvis y parece un nene guapo. Pero Elvis agarró al imberbe Tait por la pelvis en dos placajes y lo levantó metro y medio del suelo, poniéndoselo bajo el brazo como si fuera un cartapacio. Así que las cosas no han cambiado tanto en los últimos años: en la melé huele a hombre y los hombros quedan hechos papilla.