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España lleva una década presumiendo de tener la mejor Liga del mundo, en dura pugna con la poderosa Bundesliga, pero ni así conseguía el balonmano pasar de ser un deporte minoritario, relegado a los peores horarios televisivos, cuando no ignorado, y a la sección de breves en los periódicos.

Los innumerables éxitos de los equipos españoles en competiciones europeas y las medallas olímpicas de la selección no fueron suficiente argumento para convertirlo en el tercer deporte nacional y la pretensión de competir por el espacio mediático del que disfruta el baloncesto se quedó en una utopía.

El salto definitivo debe llegar ahora, con el título de campeón del mundo como mejor aval posible. El balonmano español se prepara para vivir un momento determinante y no puede dejarlo pasar. Tiene ante sí la oportunidad de arrastrar a un buen número de aficionados que se han enganchado ahora a este bello deporte, que combina como pocos la fuerza con la estética, y sería una irresponsabilidad dejarlos escapar.

Si lo consigue, gran parte de culpa de ese salto de calidad del balonmano lo tendrá Juan Carlos Pastor, un técnico con un gran conocimiento del juego, con muchos recursos tácticos y que ha sabido dar continuidad en la selección al espectacular trabajo que ha efectuado durante los últimos años en Valladolid.

Recibido con recelos por muchos, Pastor ha conformado un bloque muy sólido, en el que los suplentes vivían los partidos con tanta intensidad como los titulares. Las rotaciones lejos de debilitar al equipo lo fortalecían y ahí, en la fuerza del bloque, se empezó a ganar este campeonato.