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El talonario: ¿maná o estilete?

En pleno proceso de dieta adelgazante, el fútbol europeo vuelve a ser tentado a darse un atracón traicionero. Dilapidado insensatamente el dinero provinente de los derechos audiovisuales, los clubes iniciaron hace tres años un forzado período de readaptación financiera y económica. Era y sigue siendo necesaria esta purga. Aquella locura despilfarradora de finales de siglo debería servir de vacuna para no reincidir en unos modelos de gestión tan irresponsables. La deuda acumulada en las ligas europeas más importantes es colosal. Y su reducción no es cosa de cuatro días; requiere tiempo, racionalidad, estabilidad y tranquilidad.

La drástica bajada de listón en los precios del mercado futbolístico y de los contratos es fundamental para encarar el inicio de una lenta recuperación. A la fuerza y con muy pocas excepciones, la mayoría de clubes acometieron las dos últimas temporadas en un clima de contención en el capítulo de fichajes. Hasta la compra del Chelsea por parte de Abramovich a punto de iniciarse el actual ejercicio. Habrá quienes crean que su aparición supone una positiva dinamización del mercado futbolístico. Entiendo que es todo lo contrario. Y que su talonario, lejos de ser un nuevo maná para algunos clubes, puede convertirse en un letal estilete.

Desestabilización, inquietud y precios al alza. Tener firmado a un jugador ya no supone ninguna garantía de continuidad; ni siquiera con una elevada cláusula de rescisión. Presión de los agentes para mejorar el contrato vigente aunque todavía queden varias temporadas para su extinción. Y de nuevo una inflación del carajo. Podría parecer que este desquiciante escenario sólo puede afectar a algunos clubs, pero no es así: su efecto en cascada alcanza a todos. Es inverosímil que el precio por la adquisición de un crack suba y se mantenga o baje el de la compra de un jugador complementario. El efecto mimético es tan inmediato como reincidente. Para mal. Barrunto que pronto van a entrar más zorros en el gallinero. Dos ejemplos de los últimos días: al Parma lo están chequeando un grupo de empresarios rusos para comprarlo; el Liverpool tiene encima de la mesa una excelente propuesta económica para adquirir un tercio de la propiedad y cuyo ofertante es el primer ministro de Tailandia, Thaksin Shinawatra. Y no sólo en Italia e Inglaterra. En España y desde hace meses, representantes de multimillonarios del Este de Europa, de varios países árabes, del Japón y de América rastrean las cuentas de clubes de Primera y Segunda División para presentar una oferta de compra. Y en Francia; Alemania tampoco escapa.

Perturba el imaginar las consecuencias que podrían derivarse de la irrupción de estos outsiders en el mundo del fútbol. Me temo lo peor; en todos los sentidos. Aunque hoy la incógnita a despejar sea el uso del dinero que hagan los clubes tocados por la chequera del propietario del Chelsea -e imitadores- por la venta de jugadores al final de temporada: reducir la deuda o invertir en fichajes más caros que el pasado año.