Entrañable y excesivo
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Es un personaje que no admite términos medios. Jesús Gil ha sido por esencia excesivo. En todo. En sus filias y sus fobias. Y ha construido su mundo a su imagen y semejanza. Ha levantado grandes pasiones y ha sembrado extraordinarios odios. Ha alternado éxitos formidables con fracasos estrepitosos. Pero siempre ha emergido de sus catástrofes, gracias a la vitalidad arrolladora con la que emprendía sus acciones, una vitalidad que parecía que no iba a acabarse nunca. Jesús Gil ha sido un fenómeno social en España, un líder que sintonizaba con la gente.
Aveces parecía un ogro iracundo, lanzando improperios contra cualquiera y minutos después era entrañable, afable y cariñoso, un hombre que se hacía querer por quienes gozaban de su amistad, un padre de familia ejemplar. Jesús Gil, que podía ser el peor de los enemigos, también era el amigo perfecto. Y el Atlético fue su pasión. Puso toda su personalidad y sus fuerzas en hacer grande este club. Ahora que Gil se va a su mausoleo con su bufanda y su bandera rojiblancas, yo le recordaría en el año del doblete cuando convirtió Madrid en una romería pueblerina y encabezó el más divertido, surrealista y feliz desfile de los indios del Manzanares. Gil era el jefe de la tribu ideal, un atlético de pies a cabeza, un tipo irrepetible. Su hueco no puede llenarse. Le echaremos de menos.